jueves, 2 de junio de 2016

LO QUE SOY: CAPITULO 3






Recortó cuidadosamente la cara de la foto. Era una cara tan perfecta que sentiría acabar con ella cuando llegara el momento. «Una lástima», pensó.


Puso algo de pegamento en la parte trasera del recorte y lo pegó en la pared. Ya tenía unas cuantas imágenes suyas. 


Cuando llegara el momento, aquella habitación sería un santuario. O quizás no, tal vez el momento se presentara antes de lo que pensaba. Por lo pronto, cabía esperar que fuera bastante tiempo, no debían sospechar nada, la confianza podría romperse en cualquier instante si existía alguna duda y eso no sería bueno para el plan. Solo lo conseguiría con el paso de los días, era probable que, incluso, de los años.



* * * * *


El sonido del teléfono lo sacó de golpe del sueño maravilloso que estaba teniendo con una bonita pelirroja y una espectacular rubia. Hacía mucho tiempo que no tenía esa clase de sueños, pues normalmente eran sus pesadillas las que se colaban de noche en su cabeza y le amargaban el descanso, cuando podía descansar.


El teléfono volvió a sonar. Pedro se levantó apesadumbrado, con la respiración algo alterada por el recuerdo de lo que aquellas dos mujeres le estaban haciendo y una fina película de sudor le recubría el pecho y la cara.


Había instalado el teléfono hacía dos días y era la primera vez que sonaba. Se sorprendió al oír el tono tan estridente y fuerte que tenía y tomó nota mentalmente de averiguar cómo cambiarlo. Tendría que leerse el horrible manual de instrucciones que no sabía dónde había ido a parar.


—¿Dígame?


—Bienvenido a la civilización, chaval. Ya era hora de tenerte localizado de algún modo —dijo la voz de Mateo al otro lado del aparato.


—No creas, la civilización me resulta algo agobiante. ¿Cómo has conseguido el número? Solo lo tiene mi… madre. Te lo dio ella, ¿no?


—¿Tú qué crees? —Mateo soltó una sonora carcajada—. Venga, tío, tengo unos días libres y pensé que nos veríamos.


—¿Tú? ¿Días libres? Permíteme que lo dude, Mateo, nos conocemos demasiado bien.


—Que sí, hombre, que sí. Necesitaba un respiro.  Últimamente voy un poco agobiado y el estrés me sale por los poros.


—Está bien, pero te juro que como me dejes tirado…


—No lo haré, Pedro. Confía en mí.


Un par de horas más tarde, Mateo llegaba a la dirección que le había dado su amigo y quedaba verdaderamente sorprendido. Pedro había conseguido alquilar un apartamento en el centro de Manhattan, cosa difícil en aquel lugar.


Era un ático de lujo, a veinticuatro pisos de altura. Sin embargo Pedro lo consiguió a un precio bastante más rebajado de lo que pedían los propietarios.


El suelo era de parqué oscuro y brillante. Tenía una única habitación muy amplia con una enorme cama de dos metros por dos. Todos los muebles eran de madera negra con detalles en color blanco. Las paredes estaban pintadas de un color gris claro. Un espejo de cuerpo entero, más grande de lo normal, con un amplio marco negro, reposaba en la única pared que quedaba libre. Justo detrás de la puerta del dormitorio había un cuarto de baño completo, todo blanco, con sanitarios de líneas modernas. El salón era espectacular. Una de las paredes era una cristalera que iba del suelo al techo, con cristal ahumado y paneles japoneses automáticos. Dos puertas cerca de la entrada del ático escondían otro cuarto de baño completo y un armario empotrado. La cocina seguía el patrón moderno del resto de la casa, con todos los electrodomésticos de última generación perfectamente alineados. Por último, tras una columna se escondía una escalera de caracol de aluminio que llevaba a una preciosa terraza con suelos de linóleo. Un seto bien recortado a la altura de la cintura recorría el perímetro a modo de barrera protectora. Una pérgola de madera oscura ocupaba la mayor parte del espacio ofreciendo sombra a los que se sentaran en los cuatro sofás blancos que reposaban debajo junto a una mesa baja del mismo color. La guinda del pastel la ponía un jacuzzi con capacidad para seis personas que se encontraba en un lado de la terraza rodeado de palmeras en enormes macetas, haciendo de aquel espacio un pequeño paraíso en altura.


Mateo llegó al último piso y tocó a la puerta del apartamento. 


Pedro le abrió con una sonrisa pícara en los labios mientras Mateo no salía de su asombro ante tanto lujo.


—¿Estás seguro de que te puedes permitir esto, Largo? —dijo echando una mirada por el salón. Soltó un silbido de admiración cuando se fijó en la pantalla de plasma.


—Créeme, mi trabajo tiene su parte mala pero también su parte buena —dijo ofreciéndole una cerveza—. Ven, subamos arriba, te va a encantar.


—¡Madre de Dios! —exclamó una vez en la terraza llevándose las manos a la cabeza—. Esta vez te has superado a ti mismo, Pedro. Menudo apartamento, tío.


Pedro soltó una sonora carcajada y palmeó la espalda de Mateo con fuerza. Luego lo invitó a sentarse en los sillones, bajo la sombra.


—Cuéntame, ¿qué tal todo? —preguntó interesado en la vida de su amigo.


—Pfff… —bufó—. Estoy desbordado.


—Como siempre ¿no?


—No, que va. Esto es más serio que nunca. —Dio un trago a su cerveza, sopesando si debía contarle en qué andaba metido—. Hace poco aceptamos un contrato con el Gobierno para crear una nueva red de telecomunicaciones que sustituya a la mierda de sistemas que tienen. Es algo complicado el asunto porque, como todo lo que hace el Gobierno, el trabajo está rodeado de una trama de misterio y secretismo que nos impide llegar a muchos lugares a los que debemos acceder sí o sí. Y claro, para acceder hay que pasar por una serie de papeleos y permisos que dependen de las altas esferas y que no se consiguen de hoy para mañana. Así que, los muy cabrones nos meten prisa para que acabemos y sin embargo nos dificultan la tarea cerrándonos las puertas en las narices —le explicó.


Hasta el instante en el que Mateo comenzó a hablar, Pedro no se había dado cuenta del cansancio que reflejaba la cara de su amigo. Tenía los hombros caídos y los ojos algo hundidos y enmarcados por unos surcos azulados casi imperceptibles para cualquiera, pero no para él. Había perdido peso aunque su camiseta ajustada y los pantalones cortos dejaban ver unos músculos prominentes, lo que significaba que se mantenía en forma.


—Mientras tanto, tenemos otros clientes que exigen un trabajo rápido y eficiente, por supuesto, pero tengo a toda mi gente metida en el proyecto NUK, trabajando día y noche, y eso revienta al más fuerte.


—¿Y la posibilidad de contratar a más personal?


—Ya lo había pensado, pero es muy difícil encontrar gente cualificada. Además, el periodo de tiempo que deben pasar hasta que se habitúan a llevar una cuenta por sí mismos dirigiendo un equipo es demasiado largo, y para impartir esa formación es necesaria la gente que tengo trabajando y que no puede dejar lo que hace en estos momentos… En fin,
ya ves que no es tan fácil. —Pedro asintió comprensivo y se compadeció de su amigo, pero no lo dijo en voz alta. Mateo era demasiado orgulloso para aceptar compasión.


—¡Bien! Pues ya que tienes un par de días libres, ¿por qué no nos vamos esta noche de juerga? Por los viejos tiempos, ya sabes.


Mateo lo pensó detenidamente mientras acababa su cerveza. Cuando miró a Pedro y vio el brillo de sus ojos tomó su decisión.


—¿A qué hora quedamos y dónde? —Ambos rieron de buena gana.







No hay comentarios.:

Publicar un comentario