miércoles, 8 de junio de 2016

LO QUE SOY: CAPITULO 23





Tenía una foto de su hermano abrazándola en el centro de la pared. Había hecho esa ampliación pocos días después de que, el muy idiota, se suicidase en la cárcel, y pasaba horas y horas mirándola embelesada. Los dos eran pequeños e inocentes entonces, y no sabían que su madre moriría pocos días después. Era la única persona que le quedaba en el mundo y aquella maldita puta se lo había arrebatado. Ella era la culpable de que se quitara la vida, solo ella debía pagar. Pero se llevaría por delante a todo el que se pusiera en su camino, ya lo había demostrado con creces.


Alrededor de aquella foto se extendía un sinfín de fotografías de Paula. Algunas enteras, otras recortadas, primeros planos, fotos de lejos, con Simon, con su cuñada, con el tal Pedro. Nunca se daba cuenta de que le hacía fotos. 


Esas imágenes le daban la fuerza y el coraje que le faltaban a veces. Verla en ese estado de hundimiento era su sustento de cada día, su fuente de la eterna juventud, porque pronto podría descargar toda su venganza en esa tierna piel perfecta que tanto adoraban los hombres.


Un sonido atrajo su atención en la habitación de enfrente. 


Ahí estaba él. Su Federico, tan cándido e inocente. La noche anterior habían hecho el amor y él le dijo que la amaba, que era la mujer de su vida y que le gustaría formar una familia con ella. Por un momento se sintió conmovida pero no se dejó engañar. Él también la abandonaría antes o después. 


Se había conformado con ella porque no podría alcanzar nunca la cama de la «Gran Señora». Lo había visto en sus ojos todas las veces que hablaba de ella con adoración y devoción infinita. Que hombre más patético, le juraba amor eterno a ella cuando bebía los vientos por otra. Se merecía morir. Pero antes aprovecharía su situación.


Se levantó del sillón y cerró la puerta de la habitación con llave, como siempre. Le había dicho que era el cuarto trastero y que solo guardaba cosas inservibles. Avanzó lentamente los pocos metros que la separaban de la cama y de Federico, que dormía boca arriba, y se sentó a horcajadas sobre él. Lentamente empezó a frotarse contra su miembro que reaccionó a las caricias antes que su mente.


Linda metió las manos dentro de sus pantalones y sacó su verga dura para tocarla con un ansia fuera de lo común. La frotó, arriba y abajo, ejerciendo la presión precisa para que él empezara a jadear.


Vio que la punta se perlaba con algunas gotas de semen y entonces Linda bajó la cabeza y las recogió con su lengua, lentamente, haciendo que Federico gimiera más y más fuerte, y apretara los dientes como si así fuera a detener las sensaciones que la boca de ella le estaban transmitiendo a todo el cuerpo.


—Harás que me corra, Linda, para.


Pero ella seguía, lamiendo, sorbiendo, chupando, dándole un placer que Paula no le daría, pensó.


Ese pensamiento le hizo bajar la guardia, y Federico, con toda la fuerza de su juventud la hizo girar y la dejó de espaldas a la cama. Se miraron una décima de segundo y ella sonrió con una sonrisa amenazante y feroz que puso el vello de punta al inspector.


Bajó la boca para besarla y ella se entregó fieramente, mordiéndole el labio y haciéndole sangre. Lo estaba castigando.


Federico la agarró de los brazos y se los subió a cada lado de la cabeza inmovilizándola. A ella no le gustó e intentó zafarse de las ataduras, pero él se lo impidió.


—Ahora, mi fiera, te quedarás quieta mientras te follo como te mereces por ser una niñita muy traviesa y alterar mis dulces sueños contigo —le dijo en un susurro.


Linda se quedó muy quieta sorprendida por las palabras tan duras y el tono tan brusco que Federico había adquirido en un momento. Quizás no fuera el tonto que ella pensaba y hubiera un futuro a su lado. Quizás podría contarle su plan para hacer desaparecer a Paula, o encubrirla, o ayudarla…


Federico la penetró violentamente y la sacó de sus pensamientos cuando lo único que pudo hacer en ese instante fue disfrutar del placer que despertaba ese hombre en su interior. Fue sexo salvaje, placentero y doloroso a partes iguales, la boca de él le mordía los pezones mientras empujaba cada vez más fuerte. Linda gritaba su nombre cuando él le susurraba bruscamente palabras eróticas que rozaban lo irrazonable. Le mordió el lóbulo de la oreja y su cuerpo se estremeció llegando al éxtasis final. Federico se derramó dentro de ella con un rugido sobrenatural que cortó el aire, denso y cargado, de la habitación de Linda.


Todos sus temores, todas las dudas y vacilaciones que pudieran haber quedado sobre su plan de acabar con la ayudante del Fiscal se evaporaron y una sensación de poder y satisfacción renació dentro de ella al comprobar que ese hombre la deseaba, y si Federico la deseaba era porque la amaba, y si la amaba haría lo que fuera por ella.


Sus respiraciones se serenaron y sus cuerpos se relajaron cuando él salió de su interior y se recostó en la almohada a su lado.


—Eres increíble, Linda —le dijo antes de quedarse dormido.


—No sabes cuánto, cariño, no sabes cuánto —respondió pensando de nuevo que su venganza, el final de todo, estaba cada vez más cerca.



* * * * *


Paula estaba concentrada en los documentos que tenía delante de la mesa. Los había ojeado una y otra vez sin ver nada. Sus pensamientos se desviaban hacia Carmen, hacia Pedro, hacia la persona que la estaba amenazando.


Miró el reloj y vio que era el momento de volver a la sala del tribunal. Ese juicio estaba siendo un verdadero tostón y por mucho que el abogado de la defensa se empeñara en pedir recesos, el chico era culpable e iría a la cárcel.


Pau había hecho su última oferta en cuanto a llegar a un acuerdo y que cumpliera una pena considerable, pero la defensa se empeñaba en afirmar sin remilgos que el chico era inocente y lucharían, estaba segura.


Sonó el teléfono justo antes de salir por la puerta. Miró la pantalla y vio que era Pedro. Colgó. No estaba dispuesta a enfrentarse a él en esos momentos, justo antes de entrar en el tribunal. Volvió a sonar y, de nuevo, colgó. Abrió la puerta y le dijo a Ángelo:
—Guárdame el móvil, por favor. Y llame quien llame, no respondas.


Ángelo y Martínez se miraron con gesto interrogante dirigiendo miradas al pequeño aparato como si no hubieran visto uno igual en su vida.


—Sí, señora —dijo el policía, siguiéndola hasta la puerta de la sala tres de audiencias.


A la salida de los tribunales, Pau iba hablando con un abogado que había conocido hacía un par de años en un juicio. Era un hombre agradable, de unos cuarenta, con un físico bastante aceptable y un poder de convicción en el estrado, brutal. Le había llamado la atención cuando se conocieron porque el hombre siempre tiraba por tierra sus argumentos cuando era abogada y se tenían que enfrentar, pero sin embargo no era capaz de hacerlo desde que ella se convirtió en ayudante del Fiscal del Distrito de Nueva York. 


Mucha gente le había dicho que se sentía atraído por ella y que era probable que también algo intimidado por su posición. Pero ella no dio importancia a ese tipo de chismes de pasillo y dejó de prestar atención al hombre. Unos años más tarde, ahí estaban los dos, hablando como si fueran amigos de toda la vida a pesar del tiempo que llevaban sin verse.


Pedro se fijó en que ella se reía abiertamente con aquel tipo y sintió una punzada de celos. Nunca se había reído así con él, pensó. Pero la verdad es que no habían pasado tanto tiempo juntos como para compartir el tipo de comentarios que la harían sonreír de esa forma. Hizo memoria de los ratos a su lado y siempre le venía la misma sucesión de imágenes: ella con el pelo revuelto gritando su nombre contra la pared, en su cama llevada por la pasión, en la ducha haciéndolo arder de deseo. Siempre eran imágenes de sus relaciones con ella, pero nunca de sus momentos compartidos porque no los había. De repente quiso esos recuerdos más que nada en el mundo. Deseó vivir con ella, tener hijos, llevar una vida simple llena de instantes maravillosos, pero siempre con ella. Se vio cuidando de Paula el resto de su vida y tomó una decisión sin pensar más.


Un taxi se llevó al hombre que la acompañaba y ella quedó esperando en la acera a que llegara su coche. Ángelo y Martínez se encontraban unos pasos más atrás disimulando su escrutinio de la zona mientras leían el periódico de manera fingida.


El teléfono móvil de Pau vibró en el bolsillo de Ángelo que dio un respingo al sentir el suave movimiento pegado a su cuerpo. Lo sacó mirando acusadoramente el aparatito y se lo dio a ella. No se detuvo a mirar quién podía ser. 


Simplemente descolgó y preguntó quién era.


—Otro caso ganado, ¿verdad? Se te ve en la cara de zorra satisfecha, como si el Juez Duffcold te hubiera comido el coño hace un momento. —Paula abrió los ojos como platos y miró a sus acompañantes. Tapó levemente el micrófono del teléfono y dijo en un susurro:
—Es él. Está aquí.


De pronto, los dos hombres se pusieron alerta, mirando fijamente a cualquier persona que estuviera hablando con un móvil en dirección a ellos.


La voz rio fuertemente.


—No, pequeña puta, dile a tus perros que no busquen, que no conseguirán encontrar nada. Te veo, pero tú a mí no.


—¿Qué quieres? —preguntó con decisión.


—¿Qué quiero? —Rio de nuevo—. Verte muerta, puta. Eso es lo que quiero. —Y colgó.


Pedro vio que los dos policías se ponían a buscar algo entre la gente mientras ella hablaba por teléfono con expresión asustada. Supo qué estaba sucediendo al instante y pensó en quedarse en la sombra por si veía algo extraño. Pero lo único que vio fue a Linda acercándose a las escaleras de los tribunales por la calle central. También hablaba por teléfono y llevaba algo más en la mano pero no vio de qué se trataba. 


Volvió su atención a Pau que ya había colgado y cuando Linda pasó por su lado, él la llamó.


—Hola —dijo sorprendida y cauta. Había un brillo extraño en sus ojos—. ¿Estás esperando a Pau?


—Sí, iba a hablar con ella.


—Pues creo que se te escapa —dijo Linda con una sonrisa mirando hacia las escaleras. Paula estaba subiendo en un taxi en ese mismo momento junto a los dos hombres que la acompañaban siempre.


—¡Maldita sea! —exclamó Pedro.


Linda lo miró con una mezcla de pena y satisfacción en los ojos que no gustó nada a Pedro. Había algo en esos ojos que lo ponía nervioso. Un mal presentimiento se instaló en su pecho en cuanto la había visto y ahora le oprimía más y más.


De pronto tuvo una idea.


—¿Me podrías dejar tu teléfono para llamarla? Me he dejado el mío en casa.


Ella vaciló unos segundos. Abrió el bolso que llevaba colgado debajo del brazo, pegado a la axila, miró y lo volvió a cerrar.


—No, no lo he cogido, debí olvidarlo yo también.


Pedro la miró sabiendo que mentía. La había visto hablando por teléfono en la calle. Algo sucedía con esa chica que no le gustaba nada.


—Bueno, pues entonces creo que tendré que ir al despacho para hablar con ella.


—Sí, lo siento.


Pedro hizo un gesto con la mano para despedirse y paró un taxi de inmediato. Algo no encajaba en todo eso.


Cuando se hubo alejado de la zona de los juzgados, sacó su móvil del bolsillo trasero de los pantalones vaqueros y llamó a Mateo.


—¿Tú puedes conseguirme la información que necesito sobre una persona en concreto?


—¿Qué información? —preguntó Mateo con la boca llena. Era la hora del almuerzo.


—Número de la seguridad social, permiso de conducir, facturas, no sé, cualquier cosa que proporcione dirección e identificación.


—Sin problemas, pero necesitaré un nombre y algo más.


—¿Como qué?


—Un teléfono, una cuenta de correo electrónico, algo así.


—Bien, te llamo en un minuto.


Colgó y marcó otro número de inmediato.


—¿Chaves?


—¡Alfonso! ¿Te has equivocado o qué?


—Déjate de tonterías. Necesito el número de teléfono móvil o la dirección de correo electrónico de Linda Trent.


—¿Para qué?


—Eso no te importa. Tú solo dímelo.


—Alfonso, si estás pensando acosar a mi hermana a través de Linda, no voy a participar dándote el medio.


—Simon, la vida de tu hermana está en peligro, lo sé y lo sabes. Necesito el número o el correo de Linda para comprobar una cosa.


—¿Qué ha pasado? —preguntó asustado.


—¡Maldita sea, Simon! Dame lo que te pido y deja de preguntar. No tengo tiempo.


—Está bien. Toma nota. —Simon le dio el número que pedía y la cuenta de correo que tenía de la chica aunque le dijo que no era seguro que siguiera usando la misma. Hacía tiempo que no le mandaba nada.


Pedro le pasó los datos a Mateo y este le prometió que en una hora tendría la información.







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