miércoles, 8 de junio de 2016

LO QUE SOY: CAPITULO 21





—¿Jamás? ¿Eso dijo?


—Sí.


—Pues estás jodido, amigo —dijo Mariano dando una palmada en la espalda de Pedro.


Mateo había llamado a Pedro cuando salió en la prensa el asesinato que había ocurrido, la semana anterior, en el despacho de la Fiscalía. Mariano también lo había visto y habían quedado en reunirse un rato para comentar el tema, pues ambos estaban a la espera de que Pedro les contara algo más sobre el incendió y en lugar de eso se habían encontrado con las noticias más espeluznantes. Pero pronto, el tema entre ellos se había desviado al pésimo humor que mostraba Pedro y, por ende, al reciente abandono que había sufrido por parte de Paula.


—Yo le dije que no funcionaría.


—Pfff… ¿Cómo se te ocurre decirle eso a una mujer que acaba de confesar que se está enamorando de ti? ¿Eres tonto o qué? —le espetó Mateo. Pedro cerró los ojos y respiró profundamente.


—¿Por qué no le dices que tú también estás enamorado de ella? —Pedro levantó la cabeza que tenía apoyada sobre las manos y lanzó una mirada llena de furia a Mariano. Este se apartó de su lado pensando que le soltaría un puñetazo y se rio al ver la expresión de desconcierto que ponía Pedro ante su reacción.


—No te voy a pegar, Mariano.


—Pues yo te daré una tunda si vuelves a llamarme así. ¿Por qué no reconoces que la quieres? Venga, hombre. Llevamos toda la tarde aquí en tu casa y lo único de lo que hemos hablado ha sido de ella.


—La verdad es que da mucho de qué hablar. La tía está buenísima —dijo Mateo guiñando un ojo a Mariano, el cual sonrió abiertamente y dio la razón a Mateo con asentimientos repetidos.


—No es tan fácil. ¿Qué pasará cuando tenga que marcharme a otra misión? No puedo decirle adónde voy, ni cuándo volveré, ni si volveré. ¿Qué vida sería esa para ella? No se merece eso, por mucho que la quiera.


—Bueno, visto así, quizás tengas razón —coincidió Mariano.


—O quizás no, hombre. ¿Piensas dedicarte toda tu vida a lo que haces ahora? ¿No crees que ya llevas demasiado tiempo jugándote el tipo por tu país? En algún momento tendrás que parar, Pedro, y este es tan buen momento como cualquier otro.



* * * * *


Unos suaves golpes en la puerta la sacaron de su ensoñación.


—¿Estás bien? —preguntó Linda asomando la cabeza por la puerta. Pau la miró con los ojos empañados. Últimamente, cada vez que alguien le preguntaba eso mismo no podía evitar echarse a llorar. No estaba bien, estaba siendo amenazada de muerte, dos personas habían muerto por su culpa, habían quemado su casa con todas sus cosas dentro y el hombre que amaba le había dicho que no funcionaría. 


Definitivamente, no, no estaba nada bien.


Linda entró y la miró fijamente. Paula sonrió sin humor mientras se limpiaba las lágrimas que habían caído sin que lo notara. Se sorprendía de la cantidad de lágrimas que era capaz de derramar en un momento.


—¿Qué tal? ¿Cómo estás tú? No he sido una buena amiga estos últimos días, ¿verdad? —dijo con algo de pena.


—No te preocupes, yo estoy perfectamente. Soy tan feliz con Federico que no entiendo cómo podía estar antes sin él. —Paula sintió un ramalazo de celos y pensó, por un instante, que su amiga era un poco desconsiderada al presumir de su relación idílica con el inspector cuando ella lo estaba pasando tan mal. Pero luego recapacitó. Debía alegrarse por su amiga.


—El inspector Federico Matters está aquí ¿lo hago pasar o le digo que espere? —preguntó la recepcionista a través del interfono.


—Hazlo pasar. Gracias.


Unos toques contundentes en la puerta precedieron la aparición del inspector en el despacho de Paula. Linda se levantó de un salto, se lanzó a sus brazos y le dio un beso en la boca que a Pau le pareció de lo más fingido. Federico parecía incómodo cuando ella se separó a un lado. Se había sonrojado.


—Las dos mujeres que ocupan todo mi tiempo juntas en la misma habitación —dijo con una tímida sonrisa mientras se rascaba la nuca con la mano.


A Linda no le hizo nada de gracia el inocente comentario de su novio. Lo soltó de repente y se volvió a sentar en la silla donde estaba dejándolo de pie delante de ellas.


—¿A qué has venido? —le preguntó Linda con dureza. Pau abrió los ojos sorprendida por ese comportamiento en su amiga. El inspector pareció dudar un momento y luego dijo:
—Tengo nueva información sobre el caso de los chantajes, señora. —Le había hablado a Paula directamente como si hubiera pasado por alto la pregunta de su chica.


—Bien —dijo Pau. Luego miró a su amiga y recobrando su tono de voz serio y pausado le dijo—: Linda, si eres tan amable de dejarnos solos… —Ella le lanzó una mirada furibunda, resopló de manera nada femenina y salió del despacho sin decir ni una palabra.


Pau le indicó a Federico que se sentara y este lo hizo con un pesar francamente visible.


—Es muy temperamental, ya lo sabe —dijo excusando la actitud de Linda.


—Ya lo sé, pero no deja de sorprenderme su reacción.


—Está estresada. Se queda muchas noches a trabajar y duerme poco, ¿sabe? Estoy algo preocupado.


—¿Quieres que hable con ella?


—¿Lo haría? Sé que no está pasándolo realmente bien.


—No importa, descuida. Hablaré con ella. Y ahora dime, ¿qué es eso nuevo en el caso?


Un brillo de triunfo se instaló en los ojos del inspector. Abrió su maletín y sacó una carpeta que colocó cuidadosamente delante de ella.


—La tenemos.


—¿Qué? —exclamó Pau sin entender bien qué quería decir con eso.


—Que ya sé quién es la chantajista. Bueno, en realidad no, pero he encontrado el denominador común.


—¿Y es…?


—En todas las residencias con las que hemos hablado, en todas sin excepción, nos han comentado que había una voluntaria que se encargaba de las personas que acabaron falleciendo. En las muertes de los ancianos no había nada extraño pero la chica desaparecía cuando ellos estiraban la pata y nunca más se supo nada de ella. Les he pedido a varias de las residencias que me manden una foto de la voluntaria para comprobar si es la misma persona siempre. Si fuera así, solo habría que encontrarla.


—Bueno, es un paso importante, inspector. ¿Sabemos algo de la edad de esa chica, o del aspecto que puede tener? ¿Alguna característica física que pueda servirnos?


—En cada una de las residencias me daban una descripción diferente pero siempre era una chica de unos veinticinco a treinta y cinco años, delgada. Sin marcas ni aspectos relevantes.


—Bien, avísame cuando lleguen las fotos, ¿de acuerdo?


—Sí, señora.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario