miércoles, 8 de junio de 2016
LO QUE SOY: CAPITULO 22
Esa tarde tenía un compromiso muy importante y no quería demorarse mucho.
Había quedado a comer con su cuñada en el centro y luego irían a comprar el traje de novia de Carmen. Pau les había dicho que los trajes de la boda se los regalaría ella, sería su regalo junto con los anillos que intercambiarían en la ceremonia, los cuales llevaban en el cajón de la mesilla de Simon desde que anunciaran la boda la primera vez, unos años antes.
Carmen, por aquel entonces, había preferido alquilar un traje de novia para la sencilla ceremonia que habían previsto celebrar, pero al fallecer la madre de Simon y anular la boda, lo devolvió sin mayor problema. Después de tanto tiempo, anunciaron una nueva fecha y Paula se comprometió con ellos a regalarles los respectivos trajes, sin embargo, ellos se negaron pues su regalo seguía guardado a la espera de la ceremonia. Pero ella insistió y ganó, como buena abogada que era, y se alegraba tanto de la felicidad de Carmen por ir a comprar el vestido que consiguió olvidar sus propias preocupaciones.
Tenían tan pocas ganas de perder el tiempo comiendo que lo hicieron en un puesto de comida rápida, siempre acompañadas a relativa distancia, por Ángelo y Martínez, y comenzaron el recorrido por tiendas y almacenes de vestidos de novia. Fueron a sitios de venta outlet, a almacenes donde cientos de modelos de trajes cubiertos por plásticos transparentes formaban una capa blanca y brillante que deslumbraba si la mirabas directamente, tiendas exquisitas de precios abusivos y pequeños comercios tradicionales de trajes a medida. Fue en una de estas tiendas donde Carmen se probó el vestido que le hizo brillar los ojos. No era blanco brillante como la mayoría de vestidos que habían visto, era un blanco mate, blanco roto. El diseño, realizado en tafetán de seda natural, tenía cierto volumen en la falda y realzaba los hombros con un importante trabajo artesanal.
—Estás preciosa, Carmen —dijo Pau con lágrimas en los ojos.
—Es bonito, ¿verdad?
—Es más que bonito, es tu vestido, está hecho para ti, cielo.
—Pero Pau, es muy caro, no quiero que…
—Es mi regalo. No me importa lo que cueste, ¿me has oído? —Se giró hacia la dependienta que escuchaba indiferente la conversación de las cuñadas—. Nos lo quedamos. —La mujer hizo un asentimiento y salió del probador con una sonrisa de satisfacción.
—Eres muy buena, Pau. No sé cómo agradecértelo.
—Te vas a casar con Simon, eso ya es de agradecer —bromeó ella. Las dos chicas rieron de buena gana y se abrazaron entre los hermosos crujidos del tafetán blanco.
—Habrá que buscarte un vestido a ti también —se le ocurrió a Carmen cuando se quitaba su traje.
—Sí, ya lo había pensado… ¿Qué color crees que me quedaría bien?
Carmen la miró con ojos escrutadores, cruzó los brazos, llevó una mano hasta su boca y se mordió la uña del dedo índice, pensativa.
—Estarías guapísima de blanco, Pau —dijo finalmente, sorprendiéndola. Paua bajó la cabeza sonrojada y dejó caer los hombros. No quería tener pensamientos en esos términos. Cuando todo aquello pasara, se dedicaría a su carrera, a su trabajo y se olvidaría del género masculino por una temporada bien larga.
Carmen notó inmediatamente la reacción desolada de su cuñada. Se acercó a la silla en la que estaba sentada y se arrodilló a su lado poniéndole una mano en el hombro.
—¿Por qué no lo llamas, Pau? Habla con él. Ha llamado a casa de Simon mil veces preguntando por ti y nunca te pones. No le coges el teléfono. No puede ser tan malo.
—No me quiere, Carmen. Él no me quiere, ni desea nada conmigo. Solo quiere saber cómo estoy y eso se lo podéis decir cualquiera de vosotros. No me hace falta hablar con él. Eso solo empeoraría las cosas.
—Pero no lo sabes si no lo intentas…
—No quiero intentarlo. No quiero saber nada de él, y os agradecería que no me machaquéis con este tema si no queréis que me vaya a un hotel.
—Vaya, Pau. No conocía este lado oscuro de tu personalidad —dijo Carmen ofendida por la amenaza que acababa de lanzar—. Disculpe, señora Importante, yo solo pretendía ayudar. —Se levantó de su lado y terminó de quitarse el traje. Luego se vistió rápidamente. Estaba dolida y no quería seguir en aquel escueto probador con ella—. ¿Sabes? A veces las personas cometen errores y desean rectificar. Entonces es cuando los ofendidos, orgullosos, meten la pata no aceptando los fallos de los demás. —Cogió el bolso y salió de la tienda.
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