lunes, 6 de junio de 2016
LO QUE SOY: CAPITULO 15
Federico Matters entró en la sala de reuniones a las siete y media de la mañana en punto, con su maletín bajo el brazo.
Por su aspecto, su traje y esa forma de peinarse el pelo engominado hacia atrás, parecía más un abogado que un inspector de policía. Paula sonrió para sí misma y pensó que había sido un poco dura con él el primer día. Al fin y al cabo, no todo el mundo despega con buen pie y encontrar a una persona tan exigente como la consideraban a ella, durante los primeros días de trabajo, no debía ser plato de buen
gusto.
—Siéntese, Matters. Quería disculparme con usted por mi forma de tratarle en nuestro último encuentro. No es excusa, pero estaba agotada y este caso es importante para mí.
—No, no se disculpe, señora. Me vino bien la reprimenda. Se lo agradezco, de verdad. Creí que había sido usted un tanto dura conmigo, al principio, pero luego me di cuenta de que tenía usted razón. He sido bastante despistado para ser mi primer caso y me merecía la bronca. —A pesar de su aspecto, no dejaba de ser un niño con un ascenso.
—Bien, aclarado este punto, dígame ¿hay algo nuevo en el caso?
—Sí, señora. Hay muchas cosas nuevas en el caso. —Federico le pasó una carpeta de cartón rojo que contenía un detallado informe policial sobre las personas a las que pertenecían las cuentas que usaba el chantajista para los ingresos—. Eran todos mayores de sesenta y cinco años, señora. Y todos residían en residencias de ancianos —dijo él satisfecho con el descubrimiento.
—¿En la misma residencia? —preguntó Pau sin apartar la vista del informe.
—No, nunca en la misma, siempre en diferentes residencias.
—¿Ha mandado a alguien a visitar esas residencias?
La pregunta lo dejó descolocado.
—Pues…, no, la verdad es que no lo he hecho. Las residencias están repartidas por tres estados: hay quince en Nueva Jersey, siete en Nueva York y doce en Pensilvania. Podemos controlar las de los dos primeros pero Pensilvania es otro cantar. —Paula lo miró fijamente. Tenía razón en eso. Además, sabía por experiencia propia que si le pedía al jefe de policía agentes para cubrir el caso, montaría en cólera. Simon ya le había dicho que andaban escasos de personal, y más en verano.
—Bien. Envíe a gente a hablar con el personal de las residencias localizadas en Nueva York y llame por teléfono a las de Nueva Jersey y Pensilvania. Necesitamos sacar el denominador común en todas ellas. Si el chantajista ha utilizado esas cuentas para este fin particular es que conocía a los ancianos por algún motivo y tenía acceso a sus datos.
—Ya lo habíamos pensado. Me pondré con eso en seguida —dijo complaciente Federico.
—Pues, manos a la obra, Matters. Buen trabajo. —Pau vio cómo el chico inflaba el pecho de orgullo. Sería un buen inspector, algún día.
Dos policías de uniforme entraron en la sala de reuniones precedidos por una de las recepcionistas del despacho.
—Han venido a hablar contigo —dijo la chica tímidamente, y salió de la sala. Paula se levantó y se acercó a la puerta donde esperaban los dos hombres.
—¿Conoce usted a una mujer llamada Jennifer Plaid? —preguntó uno de ellos sin preámbulos.
—Sí, es mi secretaria. ¿Sucede alguna cosa?
—Será mejor que hablemos en privado, señora Chaves. Es importante.
Paula llevó a los dos policías a su despacho y cerró la puerta no sin antes echar un vistazo a la mesa de su secretaria, la señora Plaid. Aquella visita de la policía no auguraba nada bueno.
—Ustedes dirán —dijo con seriedad una vez detrás de la mesa de su despacho.
—Anoche hubo un incendio en la tienda de lencería de la señora Plaid —dijo uno de ellos mirando sus notas.
—¡Oh, Dios mío! ¿Le ha pasado algo a ella?
Los agentes se miraron entre sí y, por sus rostros, Pau supo que no venían a decir nada bueno.
—Verá, los bomberos la encontraron en la parte de atrás de la tienda.
Paula ahogó un grito de horror.
—¿Está…?
—Muerta, señora. La encontraron calcinada.
—Oh, Dios mío. —Se llevó las manos al pecho, no podía respirar.
—¿Sucede algo? —preguntó Linda desde la puerta. No la habían oído llamar, ni entrar.
—Han encontrado a la señora Plaid muerta dentro de su tienda.
—¿Qué? —Linda se puso blanca como la pared. Con una mano temblorosa, se apoyó en la puerta de la sala. Uno de los policías le ofreció sentarse pero ella negó con la cabeza. Los dos agentes volvieron su atención a Pau.
—¿Podrá usted pasar por la comisaría Centro durante la mañana? Hay cosas que tendremos que hablar con usted en privado en cuanto lleguen los inspectores que llevan el caso.
—¿Qué caso? ¿No ha sido un accidente? —preguntó levantándose para hacer pasar a Linda y cerrar la puerta.
—No, señora. La señora Plaid llevaba muerta bastante tiempo antes del incendio.
Paula sintió que se desmayaba. Uno de los policías se encontraba detrás de ella cuando su cuerpo cedió y se desplomó. Por suerte, a pesar de su juventud, estaba bastante en forma y pudo cogerla por la espalda antes de que cayera al suelo. Linda fue hasta ella sobresaltada, pidiendo a gritos que trajeran agua. Cogió la primera carpeta que había encima de la mesa, el informe del caso de Matters, y comenzó a abanicarla. Cuando Paula se recuperó y abrió los ojos lentamente, se vio rodeada de una multitud de personas de la oficina que la miraban como si fuera un bicho raro.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario