lunes, 6 de junio de 2016

LO QUE SOY: CAPITULO 16





Simon daba vueltas por el salón como un león enjaulado. Lo habían llamado al coche patrulla para decirle que habían encontrado a la secretaria de la ayudante del Fiscal muerta en una tienda que se había incendiado. Inmediatamente fue hasta el despacho de Paula y la sacó de allí casi por la fuerza, pues ella se negaba a dejar su lugar de trabajo. Al final, no le quedó más remedio que ceder ante la insistencia de su hermano y de Linda, que le pedían que se tomara el día libre.


Su hermano la había llevado a su casa, y en esos momentos Pau lo veía dar vueltas y vueltas por el salón, nervioso, preocupado y enfadado.


—¡No fuiste a la comisaría a poner la denuncia por lo de las llamadas! ¡Te has negado a llevar protección! ¡Y ahora esto! No vas a salir de aquí, jovencita —gritó Simon exasperado, señalándola con un dedo.


—No te pases, Simon. Me recuerdas a papá.


—¡Ja! Si papá se enterara de esto, ten por seguro, señora ayudante del Fiscal, que por muy importante que seas y por mucho trabajo que tengas, no saldrías de Elmora ni para ir a la peluquería, ¿me has oído bien?


—Simon, tranquilízate, por favor. Lo de la señora Plaid ha sido muy repentino pero no tiene nada que ver conmigo —dijo intentando parecer tranquila y sosegada aunque por dentro estaba hecha un mar de nervios.


—Vamos a ver, Paula —dijo intentando sonar tranquilo—, te han incendiado la casa, te llaman por teléfono con mensajes amenazantes, encuentran a tu secretaria muerta en un incendio… ¡¿Qué más tiene que pasar para que te convenzas de que tú estás en el centro de todo esto?! —le espetó furioso. Ella lo miró con lágrimas en los ojos. Simon tenía razón pero se negaba a ver la relación en todo eso. 


Parpadeó un par de veces para evitar que las lágrimas le cayesen y se levantó del sillón en el que estaba sentada viendo a su hermano desgastar la alfombra. Se acercó a él y lo abrazó fuertemente. El dique que contenía su torrente de lágrimas se rompió.


—Tengo miedo, Simon —dijo con la voz apagada. Él la estrechó más todavía y la tuvo así durante lo que le parecieron horas. Cuando notó que ella se había calmado un poco, la separó de su cuerpo y le dio un beso en la frente como cuando eran pequeños y ella se hacía daño en las rodillas subiendo al árbol de los Demonios Negros. Era su hermanita, su niña pequeña, y la protegería aunque le costara a él la vida.


Simon la observó mientras se metía en el cuarto de baño a lavarse la cara. No podría hacer frente a esto solo. Tendría que hacer algo más.



* * * * *


«Alfonso, soy Chaves. Llámame. Es importante». Pedro escuchó el mensaje y se quedó petrificado. No había confiado en que Simon lo llamara para contarle cosas sobre el caso, y sabía que no recurriría a él a no ser que fuera algo que se le escapaba de las manos.


Miró el reloj. En Nueva York serían, en esos momentos, las once de la mañana. El mensaje se lo había dejado dos horas antes. Si fuera para informarle sobre el incendio no lo llamaría en horario de trabajo, se hubiera esperado a estar fuera de la comisaría. Marcó el número y esperó.


—¿Chaves? Soy Alfonso. ¿Qué pasa?


—Tenemos problemas con Paula. ¿Tienes tiempo ahora o te llamo en otro momento?


—Habla. Aquí es la una de la madrugada, no tengo nada mejor que hacer.


—¿La una? ¿Dónde andas?


—Eso no te importa. ¿Vamos a seguir hablando de la franja horaria o me vas a contar qué es eso tan importante? —dijo Pedro impaciente. Simon masculló algo por lo bajo que Pedro no entendió, pero supo que no sería ningún halago hacía él.


—Bien. El tema del incendio aún lo están investigando, pero todo apunta a que fue provocado, aunque no sé si podrán demostrarlo. La cosa es que Paula ha estado recibiendo llamadas intimidantes y con amenazas…


—¿Cómo? ¿Sabéis quién pude ser? —preguntó alterado. Se sentó en la litera en la que había estado echado hasta el momento y apoyó los codos en las rodillas.


—No, no sabemos quién puede ser. ¿Crees que te hubiera llamado si lo supiera? —Había hostilidad en sus palabras pero también un deje de desesperación.


—¿Habéis pinchado el teléfono por si vuelve a llamar?


—Estamos en ello.


—¿Tenéis algún sospechoso?


—No, de momento.


—Estáis en blanco, ¿no es así?


—Sí. Y hay más.


—¿Y a qué esperas? ¿No querrás que lo adivine?


—A la secretaria de Paula, la señora Plaid, la encontraron esta mañana muerta en el incendio que arrasó su tienda de lencería.


—¿Un accidente?


—No, el forense ha dicho que llevaba muerta más de cinco horas.


—¿Y el incendio?


—Un cortocircuito en el almacén. Aquello prendió como una antorcha.


—¡Joder! —masculló Pedro entre dientes. Se pasaba las manos por el pelo una y otra vez, signo evidente de su preocupación—. ¿Cómo está Pau?


—Asustada, bastante para lo fuerte que es, pero no quiere apartarse del trabajo.


—Maldita sea. ¿No puedes hacer nada?


—¿Qué quieres que haga? ¿Crees que no me dan ganas de amordazarla, meterla en un coche y llevarla con mi padre a Elmora? A él seguro que no le levantaría la voz como hace conmigo. Se quedaría allí quietecita y sin rechistar lo más mínimo.


—Intentaré hablar con ella. Quizás yo consiga algo más.


—¿Tú? —preguntó estupefacto Simon—. Si no lo he conseguido yo que soy su hermano, dudo mucho que tú, que no la conoces de nada, vayas a lograr algo.


—Escucha, Chaves, ya sé que te resulta desagradable tener que tratar conmigo, no creas que yo te tengo mucho más aprecio, pero entre tu hermana y yo hay algo, y si te metes por medio saldrás escaldado. —Estaba sereno y confiado, hablaba con un tono de voz que no daba lugar a interrupciones—. Si te gusta, es probable que, a la larga, me alegre; si no te gusta, es tu problema, yo no te digo con quién debes estar o con quién no. No creas que, porque sea tu hermana, te da derecho a controlar su vida sentimental, y menos si soy yo quien la comparte con ella, ¿ha quedado claro?


—Cristalino —dijo Simon reprimiendo una rabia que amenazaba con ahogarlo.


Se quedaron en silencio unos instantes ambos sumidos en sus pensamientos. Pedro pensaba en Pau y en lo desafortunada que había sido esta misión al alejarla de ella. Simon sopesaba las palabras de Pedro en lo referente a la relación con su hermana. ¿Habría algo serio entre ellos que él no supiera? Se lo preguntaría a Paula en cuanto surgiera el momento.


—Debo dejarte, Alfonso —dijo finalmente Simon.


—Sí. Tenme al corriente, ¿quieres? Moveré algunos hilos y buscaré la forma de regresar pronto. Y, Simon…


—¿Sí?


—Cuídala, por favor.


—Descuida.



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