domingo, 5 de junio de 2016

LO QUE SOY: CAPITULO 14




La mañana siguiente fue un caos tras otro en el juzgado. Y las dos siguientes fueron peores. La señora Plaid seguía sin dar señales de vida y Pau tuvo que pedir a otra de las secretarias que la acompañara a los tribunales para hacerle de asistente.


El viernes, después de comer un bocadillo rápido en un bar cerca de los juzgados, volvió a la sala para hacer frente a dos casos más tras una mañana de duras reuniones y negociaciones que normalmente acababan estresándola más. Le dolía la cabeza y sentía que el cansancio de aquella semana se le venía encima por momentos.


Cuando se quiso dar cuenta había pasado el día de nuevo y ni siquiera había tenido tiempo para ir a la comisaría a poner la denuncia por las llamadas, tal y como le había indicado Simon durante toda la semana y esa misma mañana antes de salir de casa.


Miró el reloj y vio que eran ya las ocho de tarde. Se iría a casa de su hermano, se daría un baño y vería cualquier programa malo que pusieran en la tele. Simon y Carmen tenían una cena de amigos esa noche y la casa sería para ella sola. Al día siguiente no tenía que ir ni a los juzgados ni al despacho, pero se llevaría cosas para trabajar el fin de semana y adelantar trabajo.


Dejó el bolso sobre la silla que había en la entrada. La mujer que limpiaba la casa había pasado por allí esa mañana, se notaba en el olor al entrar y en lo recogido que se veía todo. 


Simon era un desastre con sus cosas y no cuidaba nada. Él decía que no tenía tiempo de andar recogiendo y por eso contrataba a alguien para esa tarea, pero Pau pensaba que su hermano era un poco vago y no movía un dedo por las cosas de la casa. Sonrió al pensar que Carmen tendría que meterlo en cintura cuando vivieran juntos y sería muy capaz de hacerlo, estaba segura.


El apartamento no era gran cosa, la verdad. Dos habitaciones, un baño con una pequeña bañera, una cocina office que daba al salón y un cuarto trastero lleno de toda clase de aparatos y cajas repletas de cosas inservibles. 


Estaba situado en una buena zona, pero no tan buena como la del apartamento de Pedro. Era un edificio, más o menos nuevo, pero no tanto como el de Pedro. Desde luego, pensó, aquel no era el apartamento de Pedro.


Llenó la bañera, encendió algunas velas que había comprado en el centro comercial de Nueva Jersey y se sumergió hasta el cuello. Una toalla le hacía de almohada para la cabeza y absorbía el agua que chorreaba de su pelo. 


Las sales mentoladas que había echado le refrescaban la piel allí donde no estaba sumergida.


Suspiró profundamente y se adormiló por un momento, pero el sonido del móvil la sacó de su momento de relax. Alargó la mano para cogerlo, pues había tenido la previsión de dejarlo cerca por si la llamaba alguien. Era Linda.


—¿Dónde te metes? He estado esperándote en la oficina toda la mañana.


—En los Tribunales, Linda. Todo el santo día. Estoy muerta —dijo Pau cerrando los ojos para disfrutar de las volutas de calor que subían desde el agua.


—Entonces, ¿te apetece que vayamos a tomar algo esta noche? Igual ligamos y todo.


—Uf, nada más lejos de mi intención hoy. Estoy ahora mismo metida hasta el cuello en la bañera y así pienso quedarme hasta que mi piel esté completamente arrugada.


—Bueno, a este paso, hazme un hueco en tu agenda para el cuatro de julio, habrá que salir a ver los fuegos, ¿no?


—Cuatro de julio. No me acordaba. Queda… ¿Cuánto? ¿Un mes y medio? ¿Dos meses? Nos vemos esta semana y hablamos, ¿vale?


—Perfecto. Disfruta del baño.


—Gracias.


Dejó el teléfono en la repisa del lavabo y apoyó la cabeza en la toalla con un suspiro. Se le ocurrió la idea de quitarle el sonido al móvil cuando volvió a sonar de nuevo. Soltó un bufido y una maldición entre dientes pero lo cogió para ver quién era. En la pantalla no aparecía nada, no había nombre ni número, ni siquiera el tan molesto «desconocido» que aparecía algunas veces. En su interior algo se agitó por el miedo que le produjo pensar que podría ser otra llamada de aquel loco, pero si por algo había llegado a su posición no era precisamente por ser una cobarde. Mientras el teléfono sonaba una y otra vez, busco la opción de grabación de llamada que Simon le había dicho que activara cuando sospechara. Esa grabación iría a su contestador y sería un prueba contra quién estuviera haciéndole aquella faena. 


Luego respiró hondo y descolgó.


No se oía nada al otro lado, solo un ruido de interferencias extraño y algún pitido. De repente le pareció oír una especie de maldición ahogada y sus ojos se abrieron de golpe.


—¿Pedro? —preguntó confundida.


—Sí. ¿Pau? ¿Estás ahí? —dijo él, como si hablara desde el más allá, pensó Paula—. Espera un momento, no cuelgues. —Se oyeron una serie de ruidos sordos y más pitidos. Luego creyó haber escuchado un agradecimiento y retorno la voz de Pedro, esta vez con más decisión y potencia en el habla—. ¿Pau?


—Sí, estoy aquí.


—¿Estás bien? Te oigo algo… rara. No estarías dormida, ¿verdad?


—No, estoy en la bañera —dijo con una sonrisa.


—Mmm..., no te preguntaré qué llevas puesto porque ya me imagino que nada, claro.


—Claro —rio ella.


—¿Qué tal ha ido la semana? ¿Se sabe algo del incendio? —Pedro quería parecer serio y necesitaba olvidar que ella estaba desnuda dentro de la bañera.


—No me han dicho nada aún. Simon dice que estas cosas, como son de importancia menor, van más despacio.


—¿Y tú no puedes hacer nada desde la Fiscalía?


—No, Pedro, prefiero, de momento, que nadie sepa nada de todo esto. Por cierto, ¿dónde estás? —Pedro suspiró audiblemente. Había estado esperando esa pregunta desde que marcara su número de teléfono.


—No puedo decirte dónde estoy, entiéndelo. Si pudiera lo haría encantado, pero no puedo. —Se quedó un momento callado y ella pensó que había perdido la conexión—. Por cierto, en el armario de ahí al lado hay un tarro de sales para el baño que quizás te guste.


—No estoy en tu casa, Pedro. Estoy en casa de Simon —dijo ella, alerta a su respuesta. Él se quedó en silencio unos instantes.


—¿Por qué? —fue todo lo que preguntó. No había enfado ni reproche en su voz, solo curiosidad.


—Porque no era justo que me quedara allí si tú no estabas. No tenía sentido aprovecharme de ti. Y me sentiría sola en esa casa tan grande, en esa cama tan grande. No tengo a mi oso para hacerme compañía, ¿recuerdas? —dijo ella tratando de darle un doble sentido a las palabras.


—No creo que te aprovecharas de mí. Más bien, podemos decir que yo me aproveché de ti. Varias veces, además. —Había un tono sensual en su voz que ella no pudo pasar por alto—. ¿Sabes qué te haría si estuviera allí ahora mismo? A riesgo, claro, de que llegara Simon y me pillara infraganti con su hermanita desnuda. —Paula se excitó al instante. Ya empezaba a notar su respiración alterada.


—¿Qué harías? Simon y mi cuñada tienen una cena y no te pillarían, descuida —susurró afectada por un estremecimiento que le llegó hasta su zona más sensible. La piel le escocía por la expectación de sus palabras.


—Primero te besaría con tanta suavidad y dulzura que el vello de la piel se te pondría de punta —empezó sensualmente—. Te lamería el labio inferior con lentitud hasta dejarlo rosado e hinchado de pasión como tu clítoris.
Me encanta chupar esa parte de tu cuerpo. Luego, pasaría mi lengua por cada centímetro de tu pecho y al llegar a esos pezones tan duros que tienes, los lamería fuerte y a conciencia, los chuparía y succionaría y los mordería hasta arrancarte gemidos de placer. ¿Te gusta? —preguntó en un susurro ronco y lleno de pasión. Ella no respondió—. ¿Dime si te gusta, Pau?


—Sí… me gusta. Sigue, por favor.


—Chica traviesa —dijo suavemente—. Cuando la tortura con tus pezones te hubiera llevado a sentir esa necesidad de mí que tanto anhelo descubrir de nuevo, te besaría el abdomen lentamente, te acariciaría los muslos empapados de agua y llegaría hasta el centro de tus deseos con mis dedos para acariciar la humedad provocada por mis besos. Seguro que ya estás tan mojada como creo, ¿verdad? Tócate para mí, Pau. Pásate los dedos por tu sexo y tócate para que pueda escuchar tus jadeos. —Ella hizo lo que él le pedía. Deslizó suavemente su mano entre las piernas e introdujo un dedo en su interior. Otro dedo se movió sobre su clítoris hinchado de pasión y al levantar las rodillas para acceder mejor casi tira el agua de la bañera. Jadeó repetidas veces.


—Sí, mi amor. Sabes que si pudiera estaría allí delante de ti, con mi lengua acariciando el mismo lugar donde están tus dedos ahora. Haciéndote el amor con mi boca y dándote un placer mayor que cualquier cosa en el mundo. Te penetraría con la lengua hasta que sintiera cómo te corres en ella. —Paula se sentía desfallecer cuando introdujo otro
dedo y aceleró las embestidas de su mano. Se iba a correr de inmediato. No podía dejar de gemir mientras lo oía decirle las cosas más eróticas que ella se hubiera imaginado nunca. 


Cuando alcanzó el clímax, Pedro jadeó con ella repetidas veces hasta que ambos se calmaron—. ¿Sigues ahí? —preguntó afectado.


—Sí, sigo aquí. Oh, Dios mío —susurró incrédula ante lo que acababa de suceder.


—Bienvenida al maravilloso mundo del sexo telefónico. Quizás no sea tan placentero como el sexo en directo, pero para largas distancias, al menos, sirve, ¿no crees? —Ella soltó una carcajada ante ese comentario. No era sexo en directo salvaje y sin barreras, pero sí, serviría por el momento. Sus piernas aún temblaban. Sabía que sería incapaz, en ese momento, de ponerse de pie porque resbalaría en la bañera. Se miró las manos que estaban arrugadas y le temblaban ligeramente. Cómo deseaban esas manos tocarlo a él, pensó ella un poco entristecida por la distancia que los separaba. ¿Cómo había llegado en tan poco tiempo a sentirse de esa manera con ese hombre? 


Paula no lograba entenderlo y debía andar con cuidado, no le interesaba colgarse de un tío que hoy está aquí y mañana no se sabe dónde.


Después de un par de comentarios más respecto a lo que acaban de hacer, Pau se puso seria y preguntó:
—¿Cuándo volverás?


—No lo sé, no tengo la menor idea.


—¿Estás en una misión?


—Sí.


Detuvo las lágrimas que asomaban por sus ojos. Pensó que era una tontería llorar por él cuando estaba tan contenta de que siguiera pensando en ella.


—Ten cuidado, ¿vale? Hay algunas cosas que aún no hemos hecho y me gustaría poner en práctica contigo algún día.


—Mmm… eso suena muy bien y, créeme, te haré cumplir tu propuesta al pie de la letra.


—Bien, la cumpliré. —Se quedó callada.


—¿Pau?


—Sí.


—No puedo dejar de pensar en ti. En cuanto regrese, iré a verte, ¿vale?


—Vale.


—Vale —repitió él—. Mantenme al corriente si sabes algo nuevo de la investigación del incendio, ¿de acuerdo? Deja el mensaje en el contestador y…


—Sí —cortó ella—, y me llamarás cuando te sea posible.


—Eso es. Buena chica.


Tras un par de palabras más sin sentido, se despidieron. 


Paula se dio cuenta de que el agua estaba fría, pero no le importaba, le venía bien para rebajar la temperatura de su cuerpo.




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