lunes, 27 de junio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 9





Paula y Valeria charlaron más tiempo del que Pedro hubiera podido soñar, pero su hermana parecía demasiado satisfecha para su gusto.


¿Qué se estaban contando? ¿Le habría proporcionado Valeria alguna información de utilidad?


Al fin se separaron, Valeria con una enigmática y peligrosa sonrisa. A Pedro no le gustaba.


—Tierra llamando a Pedro —su madre chasqueó los dedos delante de él.


—Lo siento, estoy un poco distraído —Pedro se volvió a Bettina.


—Es un modo de referirse a la guapísima nueva amiga de Valeria —Bettina sonrió.


Su madre se lanzó a describirle sus ideas sobre una nueva línea de trajes de baño destinada a chicas jóvenes.


Trajes de baño. En eso debía pensar. Bettina llevaba dos años dirigiendo la empresa y estaba preparada para dar el salto al diseño nuevamente. Era el momento perfecto. Si se alejaba de su puesto de directora ejecutiva, él podría ocupar el hueco.


Paula abandonó el salón y Pedro dejó a su madre con la palabra en la boca.


—Enseguida vuelvo.


Se moría por saber de qué habían hablado esas dos.


Paula entró en el aseo de señoras, obligando a Pedro a pararse en seco y a fingir que estaba tomando el aire.


Cuando el espectacular vestido entró nuevamente en su campo de visión, él se dirigió en dirección opuesta al salón. 


No se volvió para comprobar si ella lo seguía. Más le valía.


Entró en una pequeña estancia amueblada con un banco y una mesita. El exótico perfume de Paula lo alcanzó instantes después.


—¿Qué sucede? —preguntó ella—. ¿No es un poco arriesgado vernos así?


—Sí —él asintió—. Cuéntamelo rápido. ¿Qué te dijo Valeria?


—Deberías aprender el arte de la paciencia —ella se sentó en el borde del banco.


—No lo hagas más difícil. Estuvisteis hablando largo rato. Valeria no charla, maquina.


—Le dijo la sartén al cazo —Paula sacudió su larga melena color caoba.


—¿Y qué se supone que significa eso?


—Significa que sois iguales, sin ánimo de ofender —ella enarcó una ceja.


Pedro tomó la copa que su esposa acababa de vaciar y la estampó en mil pedazos sobre la mesita.


—¿Qué te pasa? Te estoy pidiendo información. Por eso estás aquí.


—No, para eso estás tú aquí, querido —Paula le dedicó una tórrida mirada—. Yo tengo mis motivos para haber accedido a este estúpido plan.


—¿Se trata de otra burda estratagema para intentar meterme en tu cama? —Pedro frunció el ceño—. ¿Por qué no quieres ver que ya no me interesa?


Paula controló rápidamente la expresión de dolor que le habían provocado las palabras de su marido, aunque no lo bastante rápido.


—Lo siento. Eso estuvo de más. Mi hermana me vuelve loco.


Era una mala excusa, y no del todo cierta. Era su esposa la que lo alteraba con una simple mirada.


—De acuerdo —ella fingió que no tenía importancia, aunque el tono de su voz decía otra cosa—. Tienes razón. Acostarnos sería un error. Es mucho mejor mantenernos lejos de la cama y acabar cuanto antes con esto. Para qué vamos a complicar más algo que ya es complicado.


—Me alegro de que lo entiendas —al fin parecía que le entraba algo de sensatez.


Pedro esperó en vano sentir un alivio que no llegó.


¿Qué había cambiado? No entendía por qué le había propuesto retomarlo donde lo habían dejado, y mucho menos entendía por qué se echaba atrás.


—¿Crees que vas a poder sacarle algo más a Valeria esta noche? En caso contrario, deberíamos marcharnos —sugirió él.


—No, ya he terminado aquí —contestó ella mientras se ponía en pie—. Tomaré un taxi. No hace falta que me acompañes, dado que esto no es una cita. Hasta luego.


Paula se marchó sin mirar atrás mientras Pedro corría tras ella.


Aflojó el paso al atravesar el salón repleto de conocidos y saludó a su padre con la cabeza. A nadie le extrañaría que no intercambiaran palabra alguna. Pedro no había hablado con Pablo en seis meses y ambos lo preferían así.


Para cuando logró salir a la calle, Paula ya había desaparecido. Soltando un juramento, llamó a su chófer. ¿A qué estaba jugando? No podía esconderse. Tenía la llave de su habitación.






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