martes, 28 de junio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 13




Pedro consultó el reloj. Habían pasado tres minutos desde la última consulta.


¿Por qué tardaban tanto? Paula se había bajado del coche hacía hora y media. Había intentado trabajar en un informe estratégico que debía entregar el lunes, pero la única estrategia en la que podía pensar era Valeria.


El móvil sonó con un mensaje de Paula. Con el ceño fruncido, lo leyó:
Valeria se ha marchado, aquí no queda nadie. Tienes que subir a ver esto.


¿Qué podía ser tan importante como para que Paula no pudiera contárselo, o hacerle una foto?


Eso consiguió despertar la curiosidad de Pedro como, sin duda, había sido su intención.


¿Se atrevería a penetrar en el santuario de su padre y Valeria? Había estado allí dentro en una ocasión para fijar los últimos detalles de la ruptura. Le había resultado incómodo encontrarse con antiguos empleados de Alfonso, charlando por los pasillos como si nada hubiera sucedido. 


Bettina y él se habían encontrado con Caozinha Carvalho, la famosa fotógrafa, y también nueva esposa de su padre. De regreso a Al, su madre había llorado en el coche.


Esa misma tarde, Pedro había comprado un billete de avión para Las Vegas. Ni en un millón de años habría adivinado que la siguiente ocasión en que pusiera un pie en Alfonso sería de la mano de la mujer con la que se había casado en ese viaje.


Sin embargo, su posición era distinta, también gracias a esa mujer. No podía resistirse a la tentación de entrar en la empresa que pronto sería suya. Iban a tener que evitar las cámaras de seguridad, pero seguramente merecería la pena.


—Pensaba que nunca llegarías —Paula esperaba junto al ascensor, con una enigmática sonrisa—. Vamos.


—¿Sabes dónde están las cámaras de seguridad?


—Nunca les he prestado atención —ella lo miró desolada—. ¿Es demasiado arriesgado?.


Seguramente lo era, pero ya no podía echarse atrás.


—Me ocultaré el rostro con la chaqueta. Espero que estés segura de que no hay nadie más.


Sin apenas ver por dónde caminaba, tomó a Paula de la mano y se dejó guiar.


—Valeria y tú habéis tardado mucho —murmuró mientras pasaban por delante del despacho de su padre.


—Y habríamos tardado más si ella no hubiera recibido una llamada que le hizo salir pitando de aquí —Paula lo arrastró al interior del despacho de Valeria Alfonso.


¿Ese era el despacho de su hermana? Los muebles antiguos no encajaban con la mujer que él conocía. Se parecía más al despacho de un abogado octogenario.


—¿Y te dejó aquí sola? —era muy extraño que Valeria se hubiera marchado dejando a Paula en su despacho con acceso a todo.


—No. La acompañé hasta el ascensor, pero me olvidé el teléfono y volví, asegurándole que me marcharía en cuanto lo recuperara —Paula se encogió de hombros con aire travieso—. Simplemente me llevó un poco más tiempo del esperado encontrar el teléfono. Por suerte, tenía mucha prisa en acudir a su siguiente cita, o lo que fuera.


Pedro había esperado cierta creatividad por parte de Paula en su misión, pero la realidad estaba superando todas sus expectativas


—Me siento muy intrigado por el funcionamiento de tu mente —y además le resultaba de lo más sexy, aunque ya se había dado cuenta de la explosiva combinación de cerebro y belleza que poseía esa mujer—. ¿Siempre se te ha dado tan bien el espionaje industrial o es algo nuevo?


—Es totalmente nuevo. Tú me has inspirado.


Pedro se deleitó en la sonrisa de Paula y ni siquiera le importó que estuviesen en el despacho de su hermana, sonriéndose como idiotas.


—¿Tienes algo que enseñarme? —le recordó.


—Desde luego —ella le soltó la mano y revolvió entre algunos patrones sobre el escritorio de Valeria—. Son los diseños para la nueva línea en la que está trabajando. Muy secretos. Muy importantes. Muy de alta costura.


—Y muy robados —en cuanto los vio, la sonrisa se borró del rostro de Pedro.


—Eso me temía —Paula ni siquiera pestañeó—. No pensaba que Alfonso pudiera diseñar algo así. Es demasiado elaborado. Cuando lanzasteis la firma Alfonso House hace ¿ocho años? Da igual, el caso es que la idea era ropa accesible para mujeres reales.


—Sí, esa era la idea. ¿Cómo lo sabes?


—He hecho los deberes. Quería encajar en este trabajo.


—Y lo haces —respondió él.


Pedro la contempló con admiración. Por eso era tan peligrosa.


Y de repente olvidó por qué importaba tanto. Ella parecía mucho más la solución que el problema. Y en Las Vegas también lo había sentido así. Habían conectado de un modo en que no conectaba con nadie más. ¿Por qué se empeñaba en no repetir algo tan increíble?


—¿He hecho bien mostrándote estos diseños? —preguntó ella, ignorante del terremoto que se desataba dentro de él—. Las líneas me recordaron demasiado a los diseños que he visto en las paredes de Al.


—¿Te diste cuenta de que las líneas eran similares?


—Es como una obra de arte —explicó Paula—. Nadie podría confundir un Van Gogh con un Picasso. Estos diseños me resultaron sospechosos.


Cautivado, él sonrió. Esa mujer sabía de moda.


—Tienes razón. Alfonso no tiene ningún diseñador en plantilla capaz de esto —desde luego no tenían a ninguno contratado para diseñar alta costura—. Pero da igual. Sin duda fueron sacados de la caja fuerte de Al. Forma parte de nuestra colección de la semana de la moda de París. ¿Cómo los consiguió Valeria?


Había un espía en Al.


Pedro soltó un juramento. Valeria le había robado la idea de introducir un espía y después le había robado los diseños.


Era la gota que colmaba el vaso. Paula estaba en Alfonso para obtener información sobre los planes de Valeria para el puesto de director ejecutivo, pero jamás le habría pedido que robara los diseños. Era toda una declaración de guerra.


Se oyó un chirrido.


Pedro se quedó helado mientras Paula abría los ojos desmesuradamente.


Había alguien en el pasillo.


Un chirrido y un golpe.


Estaban a punto de ser descubiertos.


—Es el celador —susurró Paula—. Rápido, escóndete detrás de la mesa.


Con el pulso acelerado, Pedro la miró inquisitivo.


—Hazlo —insistió ella.


Arrodillándose, se escondió tras el enorme escritorio que lo ocultaba de la vista.


Otro chirrido surgió del otro lado de la puerta.


—Buenas noches —saludó Paula—. Hoy trabajo hasta tarde. ¿Le importaría dejar este despacho para el final?


—Claro, señorita —respondió una voz masculina mientras los chirridos se alejaban.


—Pan comido —se asomó por el otro lado del escritorio.


—Pero te ha visto —observó Pedro.


Pasado el peligro, no había motivo para seguir arrodillado, pero la raja de la falda de Paula quedaba justo a la altura de sus ojos, y esas piernas suplicaban su atención.


Ella se movió y le ofreció un atisbo de lencería blanca. Pedro sintió endurecerse la entrepierna.


—¿Y qué? —preguntó ella—. Se supone que estoy buscando mi móvil. Si el celador le cuenta algo a alguien, lo cual dudo, será mi excusa. Salgamos de aquí.


—Buena idea —Pedro sacudió la cabeza al ver que Paula recogía los patrones—. Déjalos. No queremos que sepa que la hemos descubierto.


—De acuerdo, pero alguna vez habrá que restituirlos. No puede salirse con la suya.


—Si Al se fusiona con Alfonso, ya no importará —él sonrió—. Recuperaré los diseños.


Era una mentira destinada a tranquilizarla. La traición de Valeria le dolía más de lo que se atrevía a confesar. Corrieron hasta el ascensor. Pedro no se volvió hacia ella hasta que las puertas de la cabina se hubieron cerrado.


—Qué cerca…


Paula respiraba agitadamente, llamando la atención sobre su pecho. No solo era preciosa, su ágil mente les había salvado.


La adrenalina le surcó las venas a Pedro, despertando sus nervios, desviando la atención de la erección que intentaba ignorar desde que había visto la lencería.


Pedro respiró hondo y se impregnó del exótico perfume de Paula. Los planes de Valeria, los suyos, la fusión. 


Demasiadas cosas de las que ocuparse en una sola noche. 


Además, no le apetecía pensar en ello. En una ocasión había caído en brazos de esa mujer para escapar del dolor de su vida, y ella lo había curado.


Anhelaba la conexión que habían compartido, la que le hacía sentir que ella lo entendía como nadie más. ¿No se merecía un poco de calor en su gélida vida? ¿No se merecía ella lo mismo?


La mirada de Paula se posó en su boca. Un segundo más tarde, sus labios se fundieron.


La esencia de esa mujer lo inundó como un destello de luz. 


Las lenguas se encontraron, ardientes y húmedas, eróticas.


 Ella besaba como hacía todo lo demás, con abandono, concentración y sensualidad.


Los delicados dedos se deslizaron por su espalda y se hundieron en sus cabellos, electrificando su piel. Nadie le había hecho sentir como ella, como si solo ella pudiera saciar su sed carnal.


Saber que una mujer como Paula lo deseaba era una droga muy fuerte. Ardiente y excitante.


Pedro hundió la lengua más profundamente en su boca y sus cuerpos se pegaron. Los magníficos pechos lo acariciaron, despertando más deseo. Él la atrajo más hacia sí, frotándose contra los endurecidos pezones.


Desesperado por tocar su piel, deslizó una mano bajo la falda. Las puertas del ascensor se abrieron.


—Deprisa —soltando un juramento, él la arrastró fuera—. Vamos a retomarlo donde lo dejamos.


Cuanto antes llegaran al coche, menos tiempo tendría para cuestionarse lo que estaba haciendo. Sabía muy bien hacia dónde se dirigían, pero le faltaba voluntad para detenerlo. Su cuerpo pedía a gritos sentir a Paula y no se lo iba a negar. 


Esa vez no.


Ya se preocuparía de los problemas al día siguiente. Aquella noche quería vivir el momento y olvidar todo lo demás.








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