miércoles, 18 de mayo de 2016

SEDUCIENDO A MI EX: CAPITULO 12




A pesar de que estaba convencida de que no iba a volver a ver a Pedro en un tiempo, Paula se pasó toda la mañana nerviosa.


No la ayudó que Emilia se pusiera histérica cada vez que oía un coche o que los obreros hubieran elegido aquel día para acuchillar el salón.


A media mañana, la cabeza le estallaba.


Cuando ya creía que las cosas no podían ir peor, apareció Pablo Mallory con un enorme ramo de flores.


Paula estaba bajando las escaleras y se sorprendió de verlo de nuevo en su casa después de lo que le había dicho el día anterior.


-¿Qué demonios haces aquí? -le espetó-. Fuera ahora mismo. 


Pablo no se movió.


-Buenos días, Paula. ¿Qué tal está tu madre?


-No finjas que te interesas por ella -exclamó Paula con dureza-. Quiero que te vayas -añadió agarrándolo del brazo y llevándolo hacia la puerta por miedo a que su madre los oyera.


Nada. Pablo se había clavado en el suelo y no parecía tener intención de moverse. Para colmo, le estaba mirando el escote.


-Voy a pedir ayuda -dijo pensando en los obreros.


-Oh, Pauli -rio Pablo haciéndola estremecer-. ¿Qué te estoy haciendo? ¿Atacarte con flores?


Pablo apretó los puños.


-No tienes derecho a venir a mi casa. No eres bien recibido.


-No he venido a verte a ti -contestó Pablo-, sino a lady Elena. ¿Dónde está?


-No es asunto tuyo -contestó Paula-. ¿Te importa irte?


-No hasta que no le haya dado esto a tu madre -contestó Pablo mirando las flores-. ¿No te parece bien que le haga un regalo?


-Ya se las daré yo -contestó Paula tomándolas de sus brazos-. ¿Te importa irte ahora? 


Pablo no se movió.


-No estás siendo muy educada, Pauli -apuntó mirándola de forma insolente-. Además, me parece que, si no recuerdo mal, has engordado. Ten cuidado.


Paula sintió deseos de gritar. ¿Qué tenía que hacer para que se fuera? ¿No tenía vergüenza?


En ese momento, Paula oyó a Emilia bajar corriendo las escaleras.


-¿Es papá? -preguntó la niña, que había oído las ruedas de un coche-. Ah, es usted -añadió al ver a Pablo.


-Sí, soy yo -sonrió él-. Hola, Emilia.


-Hola -contestó la niña-. Creí que era papá -repitió dirigiéndose a su madre.


-¿Tu padre está aquí? -preguntó Pablo enarcando una ceja sorprendido-. Esto huele a reconciliación.


-No huele a nada -contestó Paula con frialdad-. Pedro está a punto de llegar, así que creo que será mejor que te vayas.


-De eso nada -contestó Pablo-. Si Alfonso estuviera por aquí, me habría enterado. 


Emilia frunció el ceño.


-¿Ha venido a ver a mi padre? -preguntó inocentemente.


-No, a ver a tu abuela -contestó Pablo aprovechando la oportunidad-. ¿Está levantada?


-Pablo... -le advirtió Paula.


-No, hoy se va a quedar en la cama -contestó Emilia-. ¿Quiere subir a verla?


-¡Emilia!


-Me parece una buena idea -dijo Pablo-. ¿Me acompañas?


Emilia miró a su madre sin saber qué hacer.


-¿Tú también vienes, mamá? -dijo fijándose en las flores-. Qué bonitas -añadió-. ¿Las ha traído usted?


-Sí -contestó Pablo sonriendo-. Seguro que tu madre quiere ponerlas en agua cuanto antes.


-¿Mamá?


Paula negó con la cabeza y se alejó furiosa mientras su hija, confundida, conducía al visitante hasta su abuela.



***


Cuando Pedro llegó a Mattingley, vio un coche que no conocía aparcado ante la casa y supuso que sería el médico, que habría ido a ver a lady Elena.


Lo cierto era que a él le parecía que la anciana habría estado mejor en Londres, pero entendía que quisiera estar allí.


La verdad era que aquel lugar era precioso. Por eso, precisamente, se estaba planteando vivir allí e ir al despacho a la ciudad solo cuando fuera estrictamente necesario. Al fin y al cabo, podía hacer casi todo el trabajo desde casa con su ordenador portátil.


La puerta principal estaba abierta y vio que había obreros por todas partes. La casa estaba cada vez mejor. De hecho, cada vez parecía más un hogar...


Acababa de entrar cuando apareció Paula. Se quedaron mirando a los ojos y Pedro se preguntó si, como él, estaba recordando su encuentro de aquella mañana.


Se dio cuenta de que, con solo verla, se había vuelto a excitar. ¿Habría alguna manera de sacarla de casa y llevarla a algún lugar donde pudieran estar solos?


-¿Has olvidado algo? -le espetó Paula-. Si has venido a devolverme el dinero...


-No, no -la tranquilizó Pedro y dio unos pasos hacia ella.


Al hacerlo, Paula dio dos pasos atrás.


-Tenemos que hablar -suspiró Pedro.


-No -dijo Paula-. Creo que no tenemos nada que decirnos. ¿Quieres el divorcio? Bien. Dile a tu abogado que se ponga en contacto con el mío. No veo por qué tendríamos que volver a vernos en persona.


Pedro la miró sorprendido.


-No lo entiendes...


-Claro que sí -lo interrumpió Paula-. Lo de esta mañana ha sido para demostrarme que tú has ganado y yo he perdido.


-No...


-Lo que tú digas. En cualquier caso, no debió ocurrir jamás y no habría ocurrido si no hubiera confiado en ti como un tonta. Creí que te había quedado claro que no quería tu dinero, pero no esperaba que te lo cobraras en carne. Has tenido tu premio, pero te lo he dado gratis. Solo espero que no lo pagues ni con Emilia ni con mi madre.


Pedro la miró con incredulidad.


-¿De verdad crees eso? ¿Crees que me he querido vengar de ti?


-¿No ha sido así, acaso?


-Claro que no, maldita sea.


-¿Pero admites que no debería haber sucedido jamás?


-¿Por qué no?


-¿Por qué no? Lo sabes perfectamente. ¿Te importan tan poco los sentimientos de la señorita Marcia como los míos?


-Marcia no tiene nada que ver en esto -contestó Pedro molesto.


-¿ Ah, no? Creí que te ibas a casar con ella.


«Pues no es así», pensó Pedro, pero no le dio tiempo a decirlo porque en ese momento oyó que la puerta de la habitación de lady Elena se cerraba y alguien comenzaba a bajar las escaleras.


Supuso que era el médico y lo maldijo por su inoportunidad. 


Por los gritos de la madre de Paula pensó que a la anciana le había hecho la misma gracia verlo que a él. Para colmo, Emilia bajaba las escaleras llorando.


-Mamá, mamá -gritó.


Al verlo, abrió los ojos como platos y, para su sorpresa, se abrazó a él.


-Eh, eh, pequeña, ¿qué pasa? ¿Qué ha dicho el doctor? -le preguntó consolándola con un cariño que le salía de lo más profundo de sí mismo.


-¿El doctor? ¿Qué doctor? -contestó Emilia.


-Supongo que te referirás a mí -dijo una voz masculina.


Pedro levantó la mirada y vio al hombre que había creído que jamás volvería a ver.


-Hola, Alfonso, hace mucho tiempo que no nos veíamos-dijo Pablo Mallory.


-Hola, Mallory, veo que sigues haciendo llorar a las mujeres -contestó Pedro irritado.


-Yo no diría tanto -dijo Pablo muy tranquilo mirando a Paula y de nuevo a Pedro -.Parece que a tu mujer no le hace gracia vernos a ninguno de los dos.


Pedro pensó que se equivocaba por completo, pero no dijo nada. Él había creído que su encuentro con Paula había sido mucho más que físico, pero empezaba a tener sus dudas.


Era la segunda vez que Pablo estaba en aquella casa en los últimos días. Lo que Paula le había dicho tomaba otro cariz ante aquella revelación.


-Me parece que deberíais iros. Los dos-dijo ella.


-¡Pau! -protestó Pedro.


-¿No os dais cuenta de que hay una mujer enferma en esta casa? No sé qué le habrás dicho, pero obviamente la has enfurecido,Vete-dijo dirigiéndose a Pablo.


-Oh, Pauli... -dijo él llamándola así porque sabía que a Pedro siempre le había molestado-. No lo dices en serio.


-Claro que lo digo en serio -insistió Paula-. Ya te dije ayer que no eres bien recibido en esta casa -añadió señalándole la puerta-. ¿Voy a tener que llamar a un obrero para que te eche?


-Sabes que jamás lo harías -se burló Pablo-. Tu madre jamás te perdonaría que la avergonzaras de esa manera.


-Ya lo hago yo -dijo Pedro sin pensárselo dos veces-. Será un placer.


-El único placer que vas a sacar de esta relación, ¿eh, Alfonso? -se mofó girándose hacia Paula-. En cuanto a lo que le he contado a tu madre, será mejor que se lo preguntes a ella, pero no creo que te lo vaya a decir. Nunca te lo ha dicho.


-¿Qué quieres decir?


Paula estaba confundida y Pedro dio un paso al frente.


-Paula, ¿no te das cuenta de lo que está haciendo? Está intentando separarte de tu madre, como hizo con nosotros. Antes, no lo podía creer, pero ahora...


-Aquello fue mucho más divertido -lo desafió Pablo-. ¿Te he contado alguna vez lo bien que se lo pasó Paula? Estaba como loca por meterse en la cama conmigo.


-¡Eso no es cierto!


Una voz mucho más aristocrática que la de Pablo impidió que Pedro le diera un puñetazo. Se giró y vio a lady Elena agarrada con fuerza a la barandilla de la escalera.


-No le toques, Pedro -imploró-. No le des razón para hacer más daño a esta familia del que ya ha hecho.


-¿Mamá? -dijo Paula corriendo escaleras arriba para sujetar a su madre-. Mamá, no deberías haberte levantado.


-Las gallinas vuelven al gallinero, ¿eh, lady Elena?


Pedro ya no pudo más y lo agarró de la pechera de la camisa.


-Ya hemos oído bastante -le dijo atemorizándolo-. Vete ahora mismo.


-Espera -dijo la madre de Paula-. Escucha lo que te tengo que decir, Pedro. Pablo nunca sedujo a tu mujer. Todo fue idea mía.


-¿Qué?


-¿Qué has dicho, mamá? 


Habría sido difícil decir quién se había quedado más anonadado.


-Ahora sí que me voy -dijo Pablo soltándose de Pedro y poniéndose bien la camisa.


-Al oír el coche de Pedro, le dije a Pablo que se metiera en la cama de Paula -recordó lady Elena.


-¿Cómo? -dijo la aludida mirando a su madre como si fuera una desconocida.


Pedro no daba crédito a lo que estaba oyendo.


¿Lady Elena había hecho algo así? ¿Sin el consentimiento de Paula?


-Así fue -insistió la anciana-. Admito que no quería que Paula se casara contigo. Nunca me pareciste lo suficientemente bueno para ella y ella ni miraba a Pablo, que llevaba años enamorado de ella.


-¡Mamá!


Lady Elena sacudió la cabeza.


-Ahora comprendo que lo que hice no estuvo bien, pero entonces me pareció una buena idea.


-Oh, mamá -dijo Paula con la voz rota.


-No finjas que no sabías lo que estaba pasando -intervino Pablo-. Estabas encantada.


-No... -sollozó Paula.


Aquella vez fue demasiado. Pedro soltó el puño, que fue a estrellarse directamente en la nariz de Mallory haciéndola sangrar.


Emilia se puso a llorar.


Hasta aquel momento, Pedro se había olvidado de que la niña estaba delante. La tomó en brazos y la consoló.


-No pasa nada, cariño -la tranquilizó mientras Pablo intentaba controlar la hemorragia con un pañuelo.


Pero Paula no había terminado.


-Me... emborrachaste -recordó-. ¡Dios mío, me emborrachaste! Querías que Pablo me sedujera. Lo tenías todo planeado.


-Sí, así es -admitió su madre-. ¿Podrás perdonarme?


-No te paraste a pensar siquiera que podría estar embarazada -sollozó Paula-. No tuviste en cuenta mis sentimientos. Solo te importaba la casa.


-Ya no -dijo lady Elena desesperada-. Por favor, créeme.


Paula se apartó de su madre y corrió escaleras abajo mientras Pedro se daba cuenta de lo que sus últimas palabras significaban. Emilia era hija suya. Llevaba años negando su paternidad y la niña había crecido sin padre.


-Pau -dijo alargando el brazo para detenerla.


-No me toques -gritó Paula pasando a su lado-. No me toquéis ninguno. Sois todos iguales.


-¡Pau! -repitió Pedro desesperado-. No lo sabía. No sabía qué pensar.


-No me creíste -dijo Paula mirándolo con frialdad-. ¿Te crees que esto cambia las cosas? ¿Crees que te voy a perdonar ahora que sabes que nunca hice nada? Crece, Pedro. No necesito tu absolución. No necesito nada de ti.


Y sin una palabra más, salió por la puerta y Pedro se dio cuenta, al oír el motor, que se había dejado las llaves puestas en el Porsche.





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