martes, 3 de mayo de 2016

MI CANCION: CAPITULO FINAL



Tras pedir un café con leche y una magdalena de arándanos, Paula miró a través de la ventana. Hacía frío y el cielo estaba encapotado. Definitivamente, iba a llover, pero tampoco le importaba mucho. Ya estaba deprimida de todos modos.


El mensaje de texto, frío e impersonal, que había recibido la noche anterior no era nada tranquilizador.


Espero que hayas disfrutado del concierto de anoche y que hayas llegado bien a la casa de huéspedes. Te llamaré por la mañana.


Ni siquiera había incluido una «x» para indicar que le mandaba un beso. Se lo había ganado, no obstante. Aceptar el ofrecimiento de Kenny Swan sin siquiera avisarle no había sido una buena decisión. Lo había hecho así porque Pedro estaba ocupado hablando con el resto de la banda y había sentido unos celos horribles. Se había sentido ignorada. Sabía que era absurdo, porque él era el mánager del grupo, pero en ese momento no hubiera querido tener que compartirle con nadie. Ni siquiera había encontrado consuelo en la presencia de Lisa.


La noticia de lo del contrato discográfico no podía ser mejor, pero la alegría que sentía se veía enturbiada por la certeza de que el hombre al que amaba no la amaba a ella.


–Anímate, cielo. A lo mejor no pasa nunca –el apuesto dependiente que le había tomado nota regresó con su café y su magdalena.


–¿Qué has dicho? –le preguntó Paula, sin entender nada.


–Parecías un poco triste… Solo trataba de animarte un poco. Bueno, disfruta de tu café –le guiñó un ojo y volvió a entrar detrás de la barra silbando alegremente.


De repente, Paula se dio cuenta de que había perdido el apetito. Bebió unos cuantos sorbos de café, dejó algo de dinero sobre la mesa y se marchó a toda prisa.


¿Cómo iba a comer cuando no hacía más que pensar en Pedro?



***

–¿Dónde has estado?


Él la estaba esperando fuera, delante de la pensión. La expresión de su rostro era tan inflexible como siempre. 


Protegiéndose contra la fría ráfaga de viento que la golpeó en ese instante, Paula se quitó el pelo de los ojos y le miró fijamente.


–Yo también me alegro de verte –murmuró.


–Estaba preocupado por ti. Incluso le pedí a la encargada de la pensión que mirara en tu habitación. No fue fácil. Te lo aseguro. Me dijo que tu cama estaba hecha, pero que no sabía si habías dormido aquí o no –dando un paso hacia ella, frunció el ceño–. ¿Qué sucede, Paula?


–Nada… Solo fui a tomarme una taza de café. Eso es todo.


–Entonces, ¿anoche sí dormiste en tu cama?


–Claro que sí.


–¿Por qué no contestaste a mi mensaje?


–Eran las dos de la mañana cuando me lo mandaste. Por eso no contesté. Estaba cansada y me quedé dormida rápidamente. Espera un momento… ¿Dónde pensabas que había dormido si creías que no estaba en la casa de huéspedes?


–Te faltó tiempo para irte con Kenny.


–El hombre se ofreció a traernos, y como tú estabas muy ocupado hablando con Raul y con los demás, yo acepté. Estaba cansada, Pedro. Todavía soy una novata en este juego y gasto mucha energía y esfuerzo tratando de hacer las cosas bien.


–Lo estás haciendo muy bien, Paula. De hecho, nunca dejas de sorprenderme cuando veo cómo te entregas en cada actuación. Anoche estuviste impecable. ¡Excepcional!


–Gracias.


Pedro se dio cuenta de que su sonrisa era cautelosa. ¿Acaso la había hecho esforzarse demasiado?


La miró con atención y por primera vez se dio cuenta de que estaba demasiado pálida. Tenía oscuras ojeras bajo los ojos.


–Deberíamos hablar –le dijo tranquilamente.


–Ahora no. Tengo que entrar, hacer la maleta y despedirme de mi amiga. Se estará preguntando dónde estoy. No la desperté para decirle que iba a salir.


Paula avanzó hacia los escalones que llevaban a la puerta de entrada de la casa. Pedro la observó durante unos segundos, pero finalmente la agarró del brazo.


–¿Estás intentando ocultarme algo, Paula?


–¿Qué quieres decir?


–Dime la verdad. ¿Te quedaste anoche en casa de Kenny? –era incapaz de esconder la furia que se apoderaba de él con solo pensar en ello.


Los ojos de Paula relampaguearon.


–Ya te he dicho que no. Ese hombre es una serpiente. Sé que quiere firmar e contrato con nosotros, pero, si el contrato pasa por tener que aguantar sus desagradables insinuaciones una y otra vez, entonces será mejor que te busques otra cantante, y no te lo digo de broma. Me encanta este grupo, y quiero hacer las cosas bien. Pero ya he jugado a ser el cordero sacrificado en el pasado y no pienso hacerlo de nuevo. ¡Nunca más!


–¿Te insultó? ¿Te hizo daño?


¿Cómo había sido capaz de poner a Paula en una situación tan delicada? Cuando volviera a ver a Kenny Swan tendría que contenerse para no darle un puñetazo en la cara.


–Claro que no. No intentó nada, aparte de hacer unos cuantos comentarios acerca de sus virtudes sexuales y de invitarme a tomar un baño con él. Bueno, en cualquier caso, Lisa estaba conmigo. Además, como te dije antes, soy más fuerte de lo que parezco. Es una suerte llevar los moratones por dentro.


–Lo siento –dijo Pedro, sintiéndose culpable por algunos de esos moratones invisibles–. Nunca debí dejarle llevarte a casa. Deberías haber venido a buscarme y yo os hubiera traído. Bueno, ¿por qué no vas y te despides de Lisa y vienes al hotel conmigo?


Paula apenas podía esconder el resentimiento que la invadía. Se zafó de él y se frotó el brazo.


–¿Qué sentido tendría eso, Pedro? Si quieres hablar de nuestra relación, no creo que haya mucho que discutir, ¿no crees? ¿Para qué vamos a prolongar la agonía? Tuvimos algo… una aventura insignificante. Pasa constantemente, sobre todo en este negocio. Tú deberías saberlo mejor que nadie.


–¿Insignificante? ¿Eso es lo que piensas?


–Como te he dicho ya, me has dejado muy claro cuáles son tus sentimientos –Paula suspiró–. Fui yo quien enredó las cosas con mis estúpidos sueños y esperanzas. Debería haber aprendido algo después de lo de Sean, pero al parecer no ha sido así. De todos modos, la banda es lo más importante… y no lo que pase entre nosotros. Al menos estuvimos de acuerdo en eso.


–Te equivocas. ¿Sabes?


Dándole la espalda todavía, Paula soltó el aliento.


–¿En qué me equivoco?


–La banda no es lo más importante para mí.


Paula se quedó helada, inmóvil. Se volvió lentamente y se encontró con una sonrisa sexy y cálida.


–¿Ah, no?


–No. No lo es. Eres tú, Paula. Eres lo más importante en mi vida. No estoy orgulloso de la forma en que he manejado las cosas entre nosotros, pero decir que nunca me he sentido así en toda mi vida es muy poco decir. Es como si un terremoto me hubiera removido por dentro, y aun así me quedo corto.


–Me preguntaba dónde estabas, Paula, y ahora entiendo por qué tardabas.


La puerta de entrada se abrió y Lisa apareció ante ellos, vestida con una sudadera rosa y unos vaqueros. Sus ojos se clavaron en Pedro como si acabara de ver al mismísimo diablo.


–¿Qué está haciendo él aquí? A menos que haya venido para hablarte de trabajo, creo que deberías decirle que se fuera. No va a hacer más que alterarte, y ya has sufrido bastante por su culpa.


–Espera un momento, Lisa. Yo…


Paula no pudo terminar la frase porque Lisa bajó los peldaños rápidamente y la echó a un lado para pararse delante de Pedro. Apoyó las manos en las caderas y le dedicó un buen discurso.


–Anoche terminó con el corazón roto por tu culpa, Pedro Alfonso. Lloró hasta quedarse sin lágrimas. Nunca la he visto llorar así desde lo de Sean, y él también le tomó bastante el pelo, haciéndole promesas que nunca iba a cumplir. Bueno, espero que estés orgulloso de ti mismo. Y por si no te hubieras portado lo bastante mal con ella, encima vas y la dejas a merced de ese viejo verde con un horrible pestazo a colonia. Menos mal que yo estaba con ella anoche. No sé qué hubiera pasado si no hubiera estado allí. Si él y tú sois ejemplos de la clase que abunda en la industria de la música, entonces sin duda Paula estará mejor cantando en el pub de nuestro pueblo todos los sábados por la noche. Allí por lo menos estará a salvo de granujas.


Pedro sintió que un filo le cortaba por dentro al darse cuenta de que no había protegido a Paula como debía. La idea de haberle causado tanto dolor se le hacía insoportable. La reacción de Lisa era completamente comprensible.


–Por favor, no me metas en la misma categoría que a Kenny Swan. Al menos líbrame de ese horrible insulto. Te aseguro que Blue Sky no hará ningún negocio con él. Además, me aseguraré de que Paula trate con otra persona de la discográfica. Hay mucha gente agradable trabajando allí. Y en cuanto al resto, creo que eso es asunto de Paula y mío, ¿no crees?


–¿Paula? –Lisa la miraba con afán protector.


Paula asintió.


–Me gustaría hablar a solas con Pedro unos minutos. Creo que es necesario.


–Siempre y cuando no dejes que te convenza para hacer algo que no quieres hacer… Tienes libre albedrío, ¿recuerdas? Superaste lo de Sean y puedes superar esto también.


Tras dedicarle una mirada de advertencia a Pedro, Lisa volvió a subir las escaleras y entró en la casa.


–¿Siempre se comporta como un torero a punto de empezar la lidia con el toro? –le preguntó Pedro en un tono sarcástico.


Paula esbozó una sonrisa tentativa.


–Por alguna razón, me protege mucho.


–Me alegro.


–¿Vienes al hotel conmigo un rato? Me gustaría poder decirte todo lo que tengo que decirte en privado.


Alisándose el frente del chubasquero, Paula respiró profundamente.


–Yo también quiero decirte algo, Pedro, pero no voy a esperar a llegar al hotel. Será mejor decirlo aquí fuera, al aire libre. Tú me has dicho que soy importante para ti, pero la verdad es… la verdad es que no sé si puedo ser suficiente para ti.


Paula tragó con dificultad. Un resplandor rojo teñía sus mejillas.


–¿Qué pasará con la próxima chica bonita que se encapriche de ti? A ti te gusta tu estilo de vida tal y como está. No quieres comprometerte con nadie y yo no quiero otra cosa más que eso.


Paula sintió un alivio profundo. Por fin, había logrado decirlo. 


Había puesto las cartas sobre la mesa, sin que importaran las consecuencias.


–¿Es eso lo que crees? ¿Que no eres lo bastante buena para mí?


Para sorpresa de Paula, se echó a reír.


–No sé si podría lidiar contigo si fueras mejor de lo que ya eres, pero… ¡Moriría intentándolo! ¿De qué va todo este asunto de no ser suficiente? Paula, tú eres mi fantasía hecha realidad, mi sueño más profundo hecho realidad. ¿Por qué iba a interesarme por otra mujer? Es verdad que siempre habrá mujeres guapas en este negocio, pero eso no significa que yo vaya a estar interesado en ellas. ¿Por qué iba a estarlo si te tengo a ti? En cualquier caso, todo mi tiempo y mi energía se la dedico al trabajo. Así lo he hecho siempre… hasta ahora. Claro.


Haciendo una pausa a propósito, Pedro la miró intensamente. En sus ojos había una promesa con la que  Paula no se había atrevido a soñar hasta ese momento.


–Y ahora estoy pensando en usar parte de ese tiempo y de esa energía para hacerte feliz, Paula Chaves… durante el resto de tu vida.


–¿Qué es lo que me estás diciendo, Pedro?


–¿Es tan difícil de entender? –sonrió–. Te estoy pidiendo que te cases conmigo.


–¿Me hablas en serio?


Paula contuvo el aliento. La cabeza comenzaba a darle vueltas, como si girara en un carrusel.


–Hablo muy en serio.


Pedro fue hacia ella y le agarró las manos.


–¿No lo entiendes? Te quiero y quiero que seas mi esposa. Creo que ya sabes que esta es una vida errante, de nómadas, estar todo el tiempo en la carretera con una banda… Nunca va a ser una vida convencional… Te estaría mintiendo si te dijera lo contrario.


–Eso es un alivio, porque jamás querría algo así. Ahora soy una auténtica chica rockera, ¿recuerdas? Tengo una reputación que conservar –la sonrisa de Paula fue totalmente desenfadada–. Mi hogar siempre estará allí donde estés tú, Pedro. Hay un mundo enorme ahí fuera y quiero ver todo lo que me sea posible. Si tú estás dispuesto, puedes enseñármelo, ¿no?


–Nada me gustaría más.


Repentinamente impaciente, Pedro la estrechó entre sus brazos y le dio un beso hambriento. Ella dejó escapar un gemido tímido cuando se apartó por fin.


–Pero no quiero que pienses que no estoy dispuesto a considerar la posibilidad de tener una residencia más estable –le dijo, deslizando la yema del dedo sobre su mejilla–. Me gustaría tener niños algún día… tener una casa en el campo, quizás… un lugar donde tengan mucho espacio para jugar y crecer.


Paula no pudo evitar conmoverse ante sus palabras.


–Te quiero, Pedro –le dijo, suspirando–. Te quiero con todo mi corazón. No querría a nadie más para que fuera el padre de mis hijos. ¿De verdad quieres casarte conmigo?


–Ahora mismo no hay nada que desee más… Bueno, tal vez desee más tenerte desnuda en mi cama, pero nada más.


–Y si nos casamos… ¿No crees que eso arruinará tu sonada vida de estrella del rock and roll?


Pedro hizo una mueca.


–Esa vida de la que hablas no es tan bonita como parece. Para empezar, uno termina muy solo al pasar tanto tiempo en la carretera, y después de un tiempo todas las habitaciones de hotel empiezan a parecerse entre ellas. Da igual que sea en Islington, o en Estambul… Nunca voy a poder ser un marido convencional de esos que salen a las ocho de casa y llegan a las cinco, pero siempre estaré ahí cuando me necesites. Eso te lo prometo.


–Entonces, supongo que mi respuesta a una propuesta tan sincera y sentida tiene que ser afirmativa.


–¿Afirmativa?


Lisa asomó la cabeza por detrás de la puerta.


Sonriendo, Paula se lo contó todo.


Pedro acaba de pedirme que me case con él.


La cara de Lisa fue un poema de repente. Parecía que se debatía entre dos opciones. Podía dedicarles una reprimenda o esbozar una sonrisa.


–Oh. Supongo que eso está muy bien entonces –dijo finalmente.


Pedro alzó las cejas.


–¿Quieres decir que tenemos tu permiso?


–Sabes muy bien que Paula no necesita mi permiso –Lisa salió al exterior para mirarles bien–. Pero, cuando la gente te importa, quieres lo mejor para ellos.


–Estoy de acuerdo. Quiero a tu amiga, Lisa, y si tienes la amabilidad de dejarnos solos un rato, se lo demostraré enseguida.


En cuando Lisa cerró la puerta tras de sí, Pedro reclamó los labios de Paula con un beso avaricioso. Nada más sentir el roce de su boca, Paula tuvo la sensación de estar en casa. 


Ese era su hogar. Entre sus brazos se sentía segura y amada, y no necesitaba nada más. Las dudas se disiparon de golpe y ese triste sentimiento de desarraigo que la había acompañado durante tanto tiempo se esfumó como una mota de polvo en el aire.


Unos segundos más tarde, Pedro se apartó de ella y la miró a los ojos.


–Solo hay un pequeño inconveniente.


–Oh. ¿Qué es?


–¿Sabes que tendremos que vérnoslas con Raul porque seguramente querrá cantarnos una canción en la boda?


–¿Hay alguna manera de evitarlo o de hacerle cambiar de idea?


–Podemos pedirle un favor a Tina, la camarera del Pilgrim’s Inn, a ver si nos echa una mano y le distrae un poco.


–¿Crees que lo haría?


–¿Cómo iba a resistirse?


Aún reían cuando comenzaron a subir los peldaños que llevaban a la entrada de la casa. Tenían mucho que celebrar y compartir un brindis con Lisa era una buena forma de empezar.



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