martes, 3 de mayo de 2016
MI CANCION: CAPITULO 28
–Te he estado buscando.
Era Pedro.
Al oír esa voz profunda que tan familiar le resultaba, Paula empezó a sudar. Tras colgar su abrigo en el viejo perchero del vestuario, se volvió hacia él.
–Salí a respirar algo de aire fresco, pero llevo aquí una media hora.
La habitación del grupo, con su mobiliario de estilo francés y acabados dorados, tenía un glamour de otra época. Las paredes estaban llenas de fotografías y pósters de las bandas y los músicos que habían pasado por allí a lo largo de los años. Algunos de ellos eran muy conocidos, y Paula había pasado un buen rato contemplando aquellas imágenes y preguntándose cómo la había llevado allí el destino.
–Raul acaba de irse al bar para traerte algo de beber.
–Gracias –Paula retorció la pulsera rígida de plata que llevaba puesta y después se mesó el cabello–. Hace mucho calor aquí, ¿no crees?
Pedro sonreía con pillería, como siempre.
–Siempre hace calor cuando estamos juntos en una habitación, Paula.
–Sí, bueno…
–Por cierto, hoy estás fabulosa.
Pedro no pudo evitar mirarla de arriba abajo, admirando su escultural figura. Estaba vestida de negro de los pies a la cabeza, con unos vaqueros con corte de bota y una camisa ceñida de cintura alta.
–Espero que hayáis solucionado las cosas Raul y tú.
Pedro se encogió de hombros.
–Las solucionaremos. Siempre lo hacemos.
Un momento después, fue hacia ella y le tocó la mejilla.
Paula sintió que le temblaban los labios y no pudo contener un suspiro.
Pedro deseaba besarla en ese momento. Quería probar su sabor, hacerla suya… Pero ella le negó ese placer. De pronto le agarró la mano y le hizo apartarla.
–Tengo que hablar contigo, Pedro.
–Después del concierto de esta noche. Entonces tendremos una conversación como debe ser.
–No. Tengo que decirte algo ahora. Alguien viene a verme esta noche, alguien de mi pueblo.
La decepción cayó sobre Pedro como una pesada losa.
–¿Alguien?
–Es Lisa –le dijo ella, encogiéndose de hombros–. La dueña de la tienda donde trabajaba.
–La recuerdo. ¿Era ella a la que le tenían que quitar una muela del juicio?
Pedro sonrió. Le levantó un mechón de pelo y se quedó contemplándolo durante unos segundos. Ella abrió los ojos.
–Pedro, ¿todo va bien?
Mientras le hacía la pregunta, sintió que un nudo se formaba en su estómago. De alguna forma sabía que las cosas no iban bien. Él le ocultaba algo, algo que podía hacerle daño, algo que no quería saber hasta que fuera estrictamente necesario.
–Deja de preocuparte. Todo está bien.
Pedro acababa de inclinarse para darle un beso cuando Raul abrió la puerta. El asistente de producción dejó la bandeja de bebidas sobre una mesita de café y les miró con unos ojos acusadores.
–Ya veo que sigues cuidando muy bien del negocio, Pedro –comentó en un tono cáustico.
–No le eches la culpa a Pedro –levantando la barbilla, Paula se enfrentó a la mirada de Raul–. Es culpa mía. He sido yo quien…
–Ahórratelo, cielo –su sonrisa era de resignación, pero no era hostil–. No eres la primera que se encapricha de Pedro y, si no me equivoco, no serás la última.
–Si estuviera en tu lugar, lo dejaría ahí –dijo Pedro, lanzándole una afilada mirada a Raul.
–¿Por qué? –preguntó Raul–. ¿Porque no quieres que oiga la verdad?
–¿Qué verdad? –preguntó Paula. La boca se le había secado de repente como si hubiera comido arena.
–Pedro no tiene un buen historial en lo que a mujeres se refiere. En este negocio muy pocos hombres lo tienen… las tentaciones a veces son demasiado grandes como para poder resistirse. Pero, si queremos ser justos… –Raul taladró a su amigo con la mirada–. Su ex le machacó y después de aquello juró que nunca más se comprometería con otra mujer. Me sorprendería mucho que hubiera cambiado de idea de la noche a la mañana. En cualquier caso, no obstante, sea lo que sea lo que te haya dicho, yo no me lo tomaría muy en serio, Pau.
Paula sintió que algo revoloteaba en su estómago. Un frío glaciar la invadió de repente. ¿Cómo había sido tan estúpida? ¿Cuándo iba a aprender la lección? Los hombres nunca daban nada. Solo tomaban aquello que querían una y otra vez… hasta cansarse.
–Muy bien, Pedro –aunque tuviera los ojos llenos de lágrimas, Paula se volvió hacia Pedro y le miró a los ojos–. Pienses lo que pienses, no soy tan ingenua como crees. Nos hemos acostado. Hicimos el amor… pero siempre he sabido que no tenías intención de llevar las cosas mucho más lejos. No te preocupes. No voy a hacerte una escena. Y, aunque puedas pensar otra cosa, Raul, no voy a romperme en mil pedazos porque las cosas hayan terminado entre Pedro y yo. Seguimos teniendo una relación profesional… una buena relación, espero. Y ahora que eso ha quedado claro, creo que voy a buscar a los demás –dio media vuelta.
–No. Así no, Paula.
Pedro se pasó una mano por el cabello, incapaz de ocultar su impotencia. Estaba furioso con Raul por haberle puesto en una situación tan difícil, pero también estaba furioso consigo mismo. De repente, era como si la hubiera utilizado, pero no había nada más lejos de la realidad. Estaba loco por ella. Lo que sentía por ella no se parecía a nada de lo que había experimentado en toda su vida, y el poder de ese sentimiento le quitaba la respiración. Tragó con dificultad.
Los ojos color esmeralda de Paula brillaban, llenos de lágrimas.
–Nunca he querido hacerte daño –le dijo, deslizando la yema de un dedo sobre su mejilla para secarle las lágrimas.
Ella retrocedió inmediatamente.
–Olvídalo –miró a Raul un instante–. ¿Los chicos están en el bar? –le preguntó.
Raul asintió.
–Muy bien. Voy para allá.
Se dirigió hacia la puerta, pero justo antes de salir oyó lo que Raul estaba a punto de decir.
–Menos mal que estoy por aquí para recoger los pedazos –dijo.
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