sábado, 21 de mayo de 2016

DURO DE AMAR: CAPITULO 5




Cuando el timbre sonó, corrí al panel del intercomunicador para saludar a Martina e Ivan. Abrí la puerta de mi apartamento y encontré a Martina subiendo por las escaleras, una bolsa de papel marrón llena con botellas de licor en una mano y un recipiente plástico en la otra. Ivan cargaba un ramo de rosas. Ivan era como un hermano para mí, pero no estaba segura de que siempre estuviéramos en la misma página.


Le hice prometer a Martina no organizar nada grande, solo saldríamos a disfrutar de unos cocteles, y hasta ahora parecía que había mantenido su parte del trato.


—¡Nuestra bebé está creciendo, Ivan! —chilló Martina y me tiró en un abrazo. Le palmeé la espalda y la alejé por algo de espacio personal. No era la más grande abrazadora en el mundo. Ivan se rió y pasó alrededor de nosotras, entrando a mi apartamento. Sabía que era mejor no tratar de abrazarme, después que me quedé completamente rígida en sus brazos la única y primera vez que él lo intentó—. Gracias por las rosas —le dije a su espalda mientras hacía su camino a mi cocina por un vaso. Había pasado suficiente tiempo en mi departamento como para saber dónde estaba todo. Demonios, creo que él conocía mi apartamento mejor que yo. Una vez lo llamé para preguntarle cómo limpiar mi cabello del desagüe obstruido de la ducha y me informó que tenía una botella de limpiador de cañerías debajo del fregadero de la cocina. Él era bueno para mí, así como lo era Martina. Ella a menudo me obligaban a salir de mi caparazón, lo que, sin embargo era a veces doloroso, era bueno para mí también.


Martina se hizo cargo de la isla de la cocina, extrayendo varias botellas de alcohol y mezcladores de su bolso. Ivan consiguió los vasos y los llenó con hielo, mientras yo estaba de pie y los observaba.


—¿Qué hay aquí? —Levanté la tapa de la bandeja de plástico, esperando que contuviera un pastel.


—Tragos de gelatina —respondió Martina, sonriendo—. Prueba uno.


Quité la tapa y la dejé a un lado. La bandeja estaba llena de pequeños vasitos de plástico que contenían un arcoíris de brebajes de gelatina. Desde luego, parecían invitarme. 


Escogí uno verde y lo incliné en mi boca, pero la masa gelatinosa se mantuvo firmemente plantada en el interior del vaso.


Martina se echó a reír y miró a Ivan. —Enséñale cómo, Ivan. Olvidé que teníamos una virgen de tragos de gelatina en nuestras manos. —Midió dos tragos de licor claro y los arrojó en un vaso lleno de hielo, mezclando la bebida como si fuera su segunda naturaleza.


Ivan sonrió y rodeó la isla para estar de pie junto a mí. —Saca la lengua.


Entrecerré mis ojos a él.


Se rió entre dientes. —Sólo hazlo.


Obedecí y él llevó la copa a mi boca, mostrándome cómo arremolinar mi lengua alrededor del borde de este para aflojar la gelatina hasta que se deslizara del vaso a mi boca.


—Mmm. ¿Manzana verde? —pregunté.


Ivan limpió una mancha de gelatina de mi labio inferior y lo lamió de su dedo.


Martina asintió. —Sip. Y aquí está tu trago de cumpleaños.


Era rosa y burbujeante. Tomé un sorbo y lo encontré sorpresivamente refrescante. Difícilmente podías saborear el vodka que la había visto verter dentro. Era suave y delicioso. —Gracias.


Una vez que todos tuvimos bebidas, cortesía de Martina, Ivan agarró la bandeja de tragos de gelatina e hicimos nuestro camino hacia la sala para sentarnos en el centro de mi peluda alfombra color crema. —Necesitamos música. —Martina abrió mi portátil y mi corazón casi se detiene. Salté de mi asiento en un esfuerzo por detenerla de ver lo que estaba a punto de ver, pero fue demasiado tarde—. ¡Santa mierda!


Mis mejillas ardían al recordar para lo que había usado el computador la última vez, había escrito en la dirección, la página web porno de la tarjeta de presentación cuando llegué a casa y busqué hasta que encontré fotografías de Pedro.


—¿Qué es? —preguntó Ivan, mirando alrededor de Martina. Su cara se arrugó de asco—. ¡Puaj! —Saltó hacia atrás del ordenador, como si lo hubiera picado.


—¿Miras porno, Paula! —La sorpresa en la voz de Martina era inconfundible—. No te estoy juzgando, en absoluto, es más como… sólo estoy sorprendida. Siempre has parecido de la especie de inocente.


Tragué saliva y agarré el portátil de su regazo, tirándolo hacia el mío. — No es lo que piensas. —Abrí mi biblioteca de música e inicié la lista de reproducción de indie-rock, entonces puse el computador a un lado.


Martina se rió, echando la cabeza hacia atrás. —Lo siento, cariño, pero eso va a requerir una explicación. Quiero decir, nunca has tomado un trago de gelatina, te criaste con los Chaves, tu maldito cajón de ropa interior está organizado por color y día de la semana. Escúpelo, nena.


Ivan levantó la vista de su bebida. —¿Tienes ropa interior por días de la semana? Oh, tengo que ver esto. —Se puso de pie y caminó por el pasillo hasta mi habitación, Martina y yo saltamos a nuestros pies para seguirlo.


—¡Ivan! —llamé—. ¡Sal de ahí!


Él se echó a reír y abrió el cajón superior de mi cómoda tallada a mano de color rosa pálido. —Santa mierda, no estabas bromeando, Marti. —Levantó un par de bragas de algodón blanco de la parte superior de la pila y los sostuvo
para inspeccionar—. Domingo —leyó en la parte de atrás, riéndose entre dientes.


Los arrebaté de sus manos, arrojándolos de vuelta en el cajón y lo cerré de golpe con mi cadera. —Suficiente. Fuera. —Los ahuyenté de mi dormitorio.


Sí, compré el paquete de ropa interior de algodón. Eran cómodos. No era tan malo. Martina se mantuvo firme, bloqueando la puerta de mi habitación.


—Sólo si nos cuentas la historia de ti mirando porno. Apuesto a que ni siquiera tienes un juguete sexual, ¿verdad?


—Te lo diré. —La rodeé para caminar por el pasillo. Pero no iba a responder la pregunta sobre juguetes sexuales. Incluso si Ivan era como un hermano para nosotras, aún era un hombre, y no iba a admitir que tenía un vibrador escondido en la parte de atrás del cajón de mi ropa interior. Dios, me hubiera muerto de vergüenza si hubieran encontrado eso. 


Una vez que estuvimos sentados en la alfombra de la sala otra vez, me tomé unos pocos tragos más de gelatina para aliviar mis nervios y tiré de una almohada sobre mi regazo. Martina se sentó enfrente de mí, pareciendo satisfecha, y recostándose contra el sofá. —Está bien. Pasó algo anoche en la sala de emergencias… —Agarré otro trago y sorbí el bocado gelatinoso, necesitando fortalecerme a mí misma ante el recuerdo de la erección de Pedro.


—¿Cómo de grande dirías que era? —preguntó Martina una vez que conté de mi historia, inclinándose hacia adelante con ansiosa curiosidad.


—Ah, infierno, voy a por otra bebida —anunció Ivan, dirigiéndose a la cocina.


Después de considerar —y rechazar— un cercano candelabro, y sin encontrar nada más adecuado en mi sala de estar para exhibir toda la longitud de la hombría de Pedro, Marti y yo hicimos nuestro camino hasta la cocina, sonriendo ante mi idea de coger un pepino del refrigerador.


Metí la mano en el cajón de las verduras y sostuve la larga verdura frente a mi entrepierna. —Esto se ve bastante bien.


Martina me tomó de los hombros, girándome de un lado a otro, así podía mostrar varios ángulos. —Maldita sea. A ese chico le cuelga.


Ivan se retiró al cuarto de baño mientras Martina y yo regresábamos a la sala de estar. Ella alzó el pepino con orgullo sobre su cabeza, agitándolo al ritmo de la música y encabezando el camino de vuelta hasta mi ordenador.


Martina se sentó en el sofá con el portátil en equilibrio sobre sus rodillas y yo me deslicé a su lado para… supervisar.


—Haz clic aquí —le dije, señalando a las fichas con etiquetas de los modelos. El título me había parecido un poco extraño, pero supuse que sonaba con más clase que decir estrellas del porno. La mayoría de las imágenes eran de chicas en topless posando seductoramente. Martina se desplazó más allá de las fotos de las chicas. Anoche había inspeccionado a fondo cada imagen, preguntándome si Pedro habría dormido con ellas, y a cuál preferiría más.


Todas esas chicas eran delgadas y bronceadas, con grandes pechos falsos.


Yo no quería, pero mi mente inevitablemente hizo comparaciones con mi propio cuerpo.


Yo era de estatura media, de peso medio. Mis pechos eran decididamente reales, caían varios centímetros cuando me quitaba el sujetador, y tenía demasiadas pecas para ser considerada sexy. Bonita tal vez, pero definitivamente no a la altura del tipo de mujeres con las que él dormía normalmente. Sin embargo, todos los pensamientos de inseguridades se desvanecieron cuando encontré la foto de Pedro.


—Ese es él. —Señalé la foto.


Decía que su nombre era Sebastian, pero era definitivamente Pedro.


Estaba de pie cerca de un banco de pesas, pantalones cortos sueltos sobre sus estrechas caderas para mostrar sus marcados abdominales y estaba sonriendo como si supiera un secreto que el resto desconocíamos.


—Maldita sea. Es jodidamente caliente.


Me reí. —Lo sé.


Martina hizo clic sobre su foto. A pesar de que me pasé la última noche estudiando detenidamente cada una, no pude evitar inclinarme hacia adelante para unirme en su inspección. Tenía una página completa de fotos. En muchas vestía solo un par de calzoncillos negros, y otras pocas en las que los bóxer habían sido eliminados y todo él estaba orgulloso en la pantalla. El tatuaje sobre el que yo me había preguntado era un diseño tribal que cubría su hombro
izquierdo y se arrastraba hasta su pecho, terminando en su cuello.


Me sonrojé ante la vista de su polla bien erecta y el calor se arrastró hasta mi pecho, hasta que estuve rosada y tensa. 


No podía dejar de recordar la sensación de estar cerca de Pedro en la semi-privada habitación del hospital, donde había estado lo suficientemente cerca como para sentir el calor de su piel y oler el aroma almizclado de su excitación.


Martina se desplazó hasta la biografía que había debajo de las fotos.


La había leído anoche, pero no podía resistirme a leerla otra vez por encima de su hombro. Decía que era el más nuevo modelo, y que trabajaba en exclusiva para su página web. La biografía afirmaba que era extremadamente profesional para trabajar y que siempre se centraba en asegurarse de que las chicas se sintieran cómodas. Fuera del trabajo, disfrutaba entrenando y escuchando música rock. Sonaba como un cliché de mierda, pero eso no me impidió aferrarme a cada pizca de información que pudiera conseguir.


Ivan apareció desde la cocina, esta vez con una botella de cerveza, y se hundió en una silla al otro lado de la habitación.


—Ivan, ¿quieres ver el aspecto que tiene un verdadero hombre? —bromeó Martina.


Le di un codazo en el costado. Ivan era solo unos centímetros más alto que yo y tenía una constitución delgada, pero era lindo y no me gustaba que ella le menosprecie. Especialmente porque regularmente recibía críticas por ser uno de los pocos estudiantes masculinos de enfermería.


—Tengo que verlo cada día, nena. Estoy bien. —Se terminó el resto de la cerveza.


Martina cerró el portátil. —Vamos a salir. Si miro algo más de eso, me lanzaré sobre el primer chico que vea en el club.


En el momento en el que llegamos, los tragos de me habían hecho efecto.


Ivan pasó el brazo alrededor de mi cintura y me ayudó a entrar. Una vez que estuvimos estacionados en el bar, me depositó de forma segura en un taburete, rechazó el pedido de Martina para más tragos y me pidió una cerveza y agua. Con nuestras bebidas en la mano, encontramos una cabina en la esquina y nos sentamos.


Me dejé caer en el asiento, apoyando la cabeza en el hombro de Ivan. — ¿Qué había en esas cositas de gelatina? Me siento rara.


Martina se rió. —Vodka. Pensé que sabías que los tragos de gelatina llevaban alcohol.


Ivan tomó mi barbilla, girando mi rostro hacia el suyo. —¿Cuántos de esos te has tomado,Pau?


Intenté contarlos y perdí la pista. —Umm, ¿diez? ¿Doce?


—Mierda —dijo y quitó la botella de cerveza de mi mano, remplazándola por el agua.


—Maldita sea, Martina. Dijiste que le echarías un ojo esta noche.


Martina agitó una mano hacia él. —Está borracha, no muerta, Ivan. Cálmate. Es su vigésimo primer cumpleaños, y por Dios, no eres su padre. — Tomó de nuevo un buen trago de su propia bebida.


—No discutan, chicos. Estoy bien. —Extendí la mano hacia ellos tranquilizadoramente, pero la dejé caer—. ¿Ven?


Ambos se rieron de mi falta de coordinación.


—A veces olvido lo protegida que estás, Paula. Juro que actúas como si hubieras sido criada por los Cleavers, con tus bragas de algodón de los-días-dela- semana y todo. —Se echó a reír.


Me senté más erguida en mi asiento. —Solo porque soy virgen para los tragos de gelatina no significa nada. Demonios, soy virgen en cada sentido…


Me tapé la boca con una mano. ¡Ups!


No había querido decir eso en voz alta.


Martina agarró mis hombros. —¿Hablas en serio?


Asentí de mala gana. Las caras de Marti e Ivan estaban llenas de sorpresa ante mi revelación. —¿Qué? No es como si estuviera orgullosa de ello.


No quiero ser así más.


Martina tomó mi mano. —Nena, no es nada de lo que avergonzarse. Pero si lo que quieres es deshacerte de ella… no es tan difícil de hacer. Tus padres tuvieron la conversación de las abejas y los pájaros contigo ¿verdad?


Aparté mi cerveza de Ivan y tomé un trago fortificante. —No soy como tú.No puedo tener una aventura de una noche.


—Bueno, no me vengas llorando cuando te encuentres vieja y viviendo sola con un puñado de gatos.


Tomé otro trago de mi botella, no le contaría que había estado pensando en conseguir un gato últimamente. —Déjala en paz, Marti —dijo Ivan, quitándome la cerveza de la mano otra vez. Se inclinó hacia mí—. Si quieres que te ayude solo házmelo saber.


Martina golpeó con fuerza la mano de Ivan para apartarla de mi muslo. —No, Ivan. Yo la ayudaré a elegirlo. Será como mi regalo de cumpleaños. —Sonrió. Hice rodar los ojos, resoplando ante sus sugerencias. No iba a elegir a un tipo al azar para dormir con él en mi vigésimo primer cumpleaños. Y por supuesto que no iba a acostarme con Ivan. ¡Argh! 


¿Podrías imaginarlo? Era como un hermano para mí—. ¡Oh Dios mío! Paula, mira. —Martina señaló al otro lado del bar—. Es el tipo de la página web.




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