sábado, 21 de mayo de 2016
DURO DE AMAR: CAPITULO 3
Cuando Paula regresó, yo estaba sentado en la mesa de examen, la bata de papel cerrada sin anudar a mí alrededor. Leandro no se había ofrecido a irse mientras me cambiaba. Él y toda una habitación llena de gente ya me había visto desnudo, así que pensé que no importaba mucho en este punto. Ansiaba que esta jodida noche acabase.
Paula se lavó las manos y cuidadosamente colocó una bolsa de hielo sobre mi ingle. Me moví y dejé escapar un gruñido de sorpresa por la frialdad, y los ojos de Paula se encontraron con los míos. —¿Está bien? —preguntó en voz baja.
—Bien —dije y tragué la cadena de malas palabras que quería dejar salir y ajusté la bolsa de hielo para que no se sentara directamente en mis bolas.
Leandro se apoyó en la mesa de examen y rió para sus adentros como si encontrara nuestra interacción divertida.
Era evidente que yo estaba intrigado por ella y por la forma en que sus ojos vagaron por la habitación, desesperada por mirar a otro lado excepto directamente a mí, o mejor dicho, a mi apéndice inflamado. Ella estaba claramente incómoda.
—Puedes ver por qué lo contraté, ¿no, cariño? —Leandro sonrió con orgullo y me dio un codazo suavemente en un costado.
Sus mejillas se ruborizaron y metió la barbilla contra el pecho.
—Continuaremos con esto —gruñí. No me importaba el examen o estar expuesto, sólo quería poner fin a su vergüenza lo antes posible.
No sé por qué escuché a Leandro y tomé esas malditas pastillas.
Me sentía atraído por la modelo que contrató, ese no era el problema. Era muy bonita, menuda y bien proporcionada, pero se había visto jodidamente asustada. Traté de mantener una conversación cortés antes que comenzara el rodaje, pero incluso una pequeña charla fue demasiado para ella. Se excusó a la cocina, donde estaba sentada encaramada en un taburete de la barra, con los ojos cerrados y el pecho oprimido que subía y bajaba mientras tomaba profundas respiraciones. Después de que finalmente se convenció de hacer esto, me sentí tan incómodo que ni siquiera pude mantener mi erección —algo que nunca fue un problema para mí antes.
No me follaría a una chica que estaba horrorizada de mí. Lo siento, eso no es excitante. Leandro asumió que era un problema de nervios, y estúpidamente acepté las píldoras en lugar de explicarle por qué no quería hacer esto. Al final, tuve que ser hombre y explicarle la situación, pero no antes de que el daño estuviera hecho.
—¿Así que eres una estrella porno? —preguntó Paula, mirándome brevemente antes de alejar la mirada.
Estaba tan nerviosa como un ratón de campo en una estampida. —¿Eso te molesta? —fanfarroneé. No tenía por qué saber que se trataba de mi primera película y ni siquiera la había terminado. Además, ya me había juzgado. No tiene sentido tratar de defender mi honor.
Sus ojos se encontraron con los míos de nuevo y los mantuvo. —No. — Su voz sonó segura, pero no pude dejar de notar el rubor que se arrastró hasta el cuello para colorear sus mejillas. No estaría para nada sorprendido de saber que era virgen, con lo tímida e insegura que era de sí misma.
Razón de más para estar lo más lejos posible de ella.
Viendo su trabajo, sus pequeñas manos moviéndose para cuidar de mí agitó algo en mi interior. Había pasado mucho tiempo desde que alguien cuido de mí.
El médico entró en la sala —Un hombre a finales de los cuarenta, y puritano, cosa que me tranquilizó.
Después de cubrir los aspectos básicos —que me había tomado dos de las pequeñas píldoras azules a pesar de que sólo se recomendaba una y sí, había estado totalmente erecto después de cuatro horas y media, ahora el médico, por suerte, se fue directo al trabajo, abriendo mi bata. Mi miembro inflamado sobresalía frente a mí, saludando con orgullo al doctor y a Paula.
—¡Allí está! —Leandro sonrió con orgullo. Este tipo era retorcido. ¿Por qué demonios estaba tan interesado en mi polla? Claro que era superior a la media, lo sabía. Después de que Leandro se me acercara para protagonizar una de sus películas, miré estadísticas en internet y me medí, sólo por curiosidad. Era mucho más grande que el promedio de acuerdo con lo que había leído en línea.
Pero aun así, su interés era espeluznante. Me recordé que trataba con el cuerpo humano durante todo el día y que estaba pensando en el dinero que podía hacer cuando lo miraba, pero eso no quería decir que me gustará que otro hombre mirase mi polla con entusiasmo.
Mi mirada subió para ver la expresión de Paula. Un mala idea. Su boca se quedó abierta, y su pecho subía y bajaba con cortas respiraciones.
Prácticamente sentí su mirada acariciante.
—¿Es familia? —preguntó el doctor, inspeccionándome cautelosamente.
—No.
El doctor inclinó la cabeza hacia la puerta, haciendo un gesto a Leandro. — ¿Le importaría salir de la habitación, señor?
—Claro que sí, doctor. —Leandro asintió con la cabeza—. Me voy de aquí tan pronto como usted me diga que no habrá daño permanente en la máquina de hacer dinero.
El médico levantó la vista hacia él, no le hizo gracia. —Sobrevivirá. Ahora, por favor, váyase.
Aparentemente satisfecho por la respuesta del médico, Leandro me dio un guiño, me palmeó el hombro y salió de la habitación.
—Entonces, ¿Qué tan mal estoy? —Estaba casi asustado de preguntar.
Los ojos de Paula se movieron hacia el suelo, como si supiera que no me iba a gustar la respuesta. No era bueno.
—Te daré una dosis de medicina, una combinación de esteroide y un relajante muscular para ver si eso vuelve las cosas a la normalidad. Tomarás estás oralmente y esperaremos unos treinta minutos. Si eso no funciona, tendré que insertar una delgada aguja en el eje y extraer sangre de forma manual. —El doctor tomó unas notas en mi archivo y salió de la habitación.
Se hizo un nudo en mi garganta. Las malditas pastillas tenían que funcionar. No sería capaz de manejar que acercara una aguja a mi polla sin golpear al pobre hombre en la cara.
Paula regresó unos minutos más tarde con un vaso de plástico pequeño que contenía dos pastillas y un vaso de agua para mí. Me tomé las pastillas y el agua de un solo trago. Una vez más, ella organizó la bolsa de hielo sobre mi regazo, su mano rozó mi polla, lo que la hizo saltar. La vi morderse el labio para evitar sonreír.
—Gracias —murmuré, pasándole el vaso.
—De nada. Quédate quieto, regresaré a chequear tu evolución dentro de un rato.
Nunca había sido tan feliz de estar solo en toda mi vida, pero veinte minutos más tarde mi erección se aflojó, salté de la camilla y empecé a vestirme.
Justo cuando estaba tirando de mis vaqueros, Paula volvió a verme.
La mirada de sorpresa en su rostro me detuvo.
—Creo que estoy listo para irme —expliqué.
Sus ojos viajaron a lo largo de mi cuerpo, deteniéndose una vez que llegaron a la protuberancia que ya no forzaba en mis vaqueros. —Oh.
—Gracias por todo. —Agarré mi chaqueta de la silla y comencé a ponérmela. Sus manos se lanzaron y apretaron contra mi pecho—. No puedes simplemente irte. El doctor Canciller querrá um... hablar contigo de tu, um, estilo de vida. Y ver si podemos ofrecerte pruebas de enfermedades de transmisión sexual.
Me eché a reír. —Gracias de todos modos, pero estoy bien. —Apenas tenía tiempo para tener citas, por no hablar de tener relaciones sexuales, pero cuando lo hacía, siempre usaba condón. Por no hablar de que Leandro insistió en hacerme la prueba como un acuerdo para trabajar para él. Todo lo que quería hacer era llegar a casa, ver cómo estaba Lily y olvidar que ocurrió toda esta noche.
—Está bien. Cuídate —dijo, y salió de mi camino mientras la pasaba, dispuesto a dejar muy atrás esta experiencia.
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