martes, 31 de mayo de 2016

DURO DE AMAR: CAPITULO 32




Por qué mi cama de repente se sentía tan fría y vacía sin Paula, estaba más allá de mí. Normalmente no tenía problemas para dormir, por lo general caía exhausto en la cama cada noche y dormía profundamente hasta la mañana.


Ahora estaba en la cama, mirando las hojas de mi ventilador de techo girar, preguntándome si había hecho lo correcto en dejarla alejarse. No sabía si ella habría escuchado si hubiera intentado detenerla. Y demonios, poniéndome en sus zapatos, yo no estaría de acuerdo con ella filmando porno.


Desde que Paula se había ido, la comida había perdido su sabor. Días mezclados en semanas. Y se sentía como si no pudiera hacer ya más una sola cosa bien cuando se trataba de Lily. No tenía ni idea de qué fuera tan difícil hacer albóndigas, pero Lily se aseguró de señalar que yo lo estaba haciendo mal, que así no era como lo hacía Pau, con eso, y con otras cosas también.


Mi único intento, de dejar saber a Paula que todavía estaba pensando en ella, fue recibido con silencio. La idea me golpeó cuando pasé por esa panadería que a ella y a Lily les gustaba. Yo había comprado un solo pastelito blanco, cubierto con una gruesa capa de glaseado rosa, y lo había envuelto para regalo y entregado a ella. En la tarjeta se había leído simplemente, te echo de menos, pastelito.


Mi casa se sentía vacía y fría sin ella. Lily lo notó también, yo sé que ella lo hizo, pero ambos seguimos adelante, a pesar del aplastante peso de la pérdida de Paula. Yo alternaba mi tiempo entre el trabajo y el gimnasio, necesitando un escape de mi propia casa después de que Lily se iba a la cama.


Los recuerdos de estar con Paula, después de poner a Lily en la cama, eran demasiados. Apenas podía mirar mi maldito sofá sin recordar todas las cosas traviesas que le había hecho a ella en ese mismo lugar.


La actividad sin sentido de empujar mis músculos al límite disipaba los pensamientos arremolinados de ella, aunque sólo por un rato. Tan pronto como yo estaba solo en la silenciosa ducha, después de mi entrenamiento, volvía a mi mente. El dulce aroma de ella, sus grandes ojos azules, su pícara sonrisa torcida.


Mi pastelito.


Dejé que el rocío fuerte del agua golpeara mi espalda, y agarré la barra de jabón. Lavé mi pecho, debajo de mis brazos y mi estómago, antes de que mis manos viajaran más abajo. Con pensamientos de Paula ocupando mi cerebro, mi polla saltó a la vida. No lo hagas, hombre, advertí. Yo no quería masturbarme recordándola, deslizándose sobre sus rodillas y chasqueando su pequeña lengua traviesa para probarme antes de chuparme profundamente en la caverna de su boca caliente. El recuerdo era demasiado. Pero no podía evitarlo.


Me imaginé su cara dulce, esa boca llena y la forma en que ella gemía cada vez que yo le hacía una caricia sucia. Mi mano jabonosa encontró mi eje y comenzó a bombear. Duro y rápido, necesitando liberación de los recuerdos inquietantes de ella. Apoyé una mano contra la pared de la ducha, el chorro de agua golpeando contra mi columna vertebral, y cerré los ojos.


—Pau —susurré mientras los chorros de agua caliente brotaban de mí y caían al suelo de baldosas.




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