miércoles, 25 de mayo de 2016

DURO DE AMAR: CAPITULO 15





Apesar de que deseaba desesperadamente a Paula, ella se merecía lo mejor, sobre todo para su primera vez. No era justo que buscara a alguien para quitárselo de encima. Ella no era esa clase de chica. Se merecía las rosas, velas, ese tipo de mierda. 


Y yo no era ese tipo de persona.


La acompañé hasta fuera de mi casa lo más rápido que pude sin parecer un idiota, mi polla gritó en protesta todo el tiempo. La deseaba como un loco.


La sola idea de enterrarme en su apretado y húmedo calor era suficiente como para volverme loco. Sí, tomé la decisión correcta de enviarla a su casa. Pero maldita sea, tuve que fingir estar bien mientras ella caminaba sola hacia su carro. 


Encendí la luz del pórtico y la miré desde la ventana hasta que ella estuvo a salvo dentro de su carro y arrancó. No confiaba en mí mismo para estar cerca de ella en este momento.


Era lo mejor. Al menos eso fue lo que me dije cuando me metí a la cama con una furiosa erección que se negaba a desaparecer.


A la mañana siguiente, me encontré con Ian en el gimnasio una vez me libré de Lily en la escuela. Todo lo que ella habló en el desayuno fue “Pau esto y Pau aquello”. Me enojó tanto. 


Me era difícil mantener a la mujer fuera de mis propios pensamientos, pero con Lily ahora firmemente plantada en el Grupo Paula, era casi imposible.


Esperaba que levantar pesas con Ian me despejara la cabeza, pero hasta ahora había sido difícil.


—¿Por qué tienes era cara de chica? —Se burló Ian desde un cercano banco para pesas—. Hoy estás levantándolas como un culo maricón.


Le lancé un ceño de no me jodas y agregué otro grupo de cuarenta y cinco a mi pesa de banca. Estaba teniendo problemas para bajar la pesa por la cuarta repetición. Maldita sea.


Ian tiró de su barra hacia arriba y me ayudó a volver a colocar la mía.


—En serio, hombre. Habla conmigo.


—Esto no es Oprah, hermano. Métete en tus malditos asuntos.


Él se rió y negó con la cabeza, dejándome solo en mi banco. 


Cuando me reuní con él en la sala de vapor, se mantuvo fiel a la petición. No me había hecho más preguntas sobre la mierda de estado de ánimo que tenía, y en su lugar hablamos sobre estrategias para su próxima pelea.


Ian era un prometedor luchador de artes marciales mixtas. 


Era mucho mejor que yo, y yo era lo suficientemente hombre como para admitirlo.


Tampoco tenía miedo de pelear con él en el cuadrilátero, a pesar de que era rápido como un rayo y sus patadas sacaban el aire de tus pulmones. Pero mis ganchos izquierdos no eran nada malos, y de vez en cuando lo cogía con la guardia baja. Por lo general, sin embargo, él no fallaba ningún golpe, y mis costillas que tenían moretones estaban para probarlo. Maldita sea, él tenía que ser bueno. 


Tenía un puñado de empresas locales patrocinándolo, y tenía a sus padres que pagaron por todas las lecciones imaginables mientras crecía. Nació para hacer esto. Yo, por otro lado, he aprendido sobre la marcha y gano peleas por pura determinación.


Ian se secó el sudor de la frente con una toalla de mano.


—¿Y qué hay de ti? ¿Estás pensando en volver a pelear en corto plazo?


El dinero era bastante bueno, si ganas.


—No lo sé, hombre, trato de recuperarme de las costillas rotas y un dedo roto —Por no hablar de intentarle explicar a una niña de seis años del porque tú cuerpo tienes manchas negras y azules, y mirar como sus ojos que se llenaban de lágrimas cuando le explicabas que era por una pelea. No era algo que quisiera hacerlo de nuevo. Ella quería saber con quién había luchado y porque él estaba enojado conmigo. 


No me gustaba molestarla de ese modo. Pero no era como si pudiera decirle a mi oponente: oye hombre, no me golpees en el rostro, mi pequeña hermana se enfadará. No había forma de evitar los golpes y moretones, e incluso si ganaba, aún solía tener un ojo negro durante semanas.


De un modo y otro, tenía que arreglármelas y encontrar un trabajo bien remunerado que no requirieran que luche en un cuadrilátero, o que me desnude ante una cámara.


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