viernes, 15 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO FINAL





Las luces de Navidad y el rumor de los villancicos hacían aún más intensa la gran alegría que llenaba el corazón de Paula.


Pedro estaba sentado en el suelo junto a Damian frente al enorme árbol de Navidad. El día había comenzado en el apartamento de Paula, donde habían colmado a Damian de regalos. Ahora, en la suite de Pedro en el Alfonso, Paula y Pedro estaban a punto de explicarle al niño algunos de los cambios que tendrían lugar en su vida.


—¿Qué hay en esta caja? —Damy levantó el paquete envuelto para regalo y comenzó con la sacudida obligatoria de la caja.


Sonriendo, Pedro miró a Paula, luego a Damy, y dijo:
—Bueno, ese es un regalo para ti, de tu madre y mío.


—¿Tú también te has comprado un regalo para ti, tío Pedro?


—Más o menos.


—Ábrelo, Damian —dijo Paula, luego se sentó junto a ellos en el suelo.


Damian buscó el borde del envoltorio y desgarró el papel brillante sin ninguna delicadeza. Dentro de la caja de una camisa había una revista con la palabra Texas en la portada. 


Paula miró más de cerca para ver de qué se trataba la publicación.


—¿Casas y Ranchos? —Paula se volvió para mirar a los ojos de Pedro. Él le guiñó un ojo, pero centró su atención en Damian.


—¿Para qué sirve esto? —Damian le dio la revista de Paula. La revista mostraba casas y ranchos en venta en el estado de Texas.


—¡Oh! ¡Pedro!


Pedro le puso el brazo alrededor de los hombros y la atrajo hacia sí.


—Me encanta el rancho de mi padre. Él estaría más que feliz de compartirlo con nosotros, pero yo pensé que sería mejor…


—¿Qué sería mejor? —Damian todavía no tenía ni idea de a qué se refería Pedro.


—Nuestra propia casa —le dijo Pedro—. Quiero que elijamos juntos nuestra nueva casa.



Damian se quedó con la boca abierta.


—¿Hablas de una casa de verdad con un jardín?


—Con un jardín lo suficientemente grande para tener un granero y caballos.


—¿Y un perrito? ¿Puedo tener un perrito? —Damian comenzó a rebotar sobre su trasero, con una sonrisa de oreja a oreja.


Pedro le revolvió el pelo a Damian.


—Cualquier animal que se te ocurra.


—¡Yuju! —Damian se puso de pie y se subió al regazo de Pedro, casi lo hizo caer.


—Gracias, tío Pedro.


Nuestra propia casa. A Paula le costaba imaginarlo. Entre Acción de Gracias y Navidades, su vida había cambiado por completo. Se había expandido.


—Damy, acerca de lo de «tío Pedro»…


Damian paró un momento de abrazar a Pedro para poder mirarlo.


—¿Sí?


—Cuando tu madre y yo nos casemos, ya no podré ser el tío Pedro.


La sonrisa de Damian se borró. Los tres sintieron un escalofrío.


—Eso es porque Pedro será tu papá —dijo Paula rápidamente.


—¿Mi papá? —Sus pequeños labios empezaron a temblar. 


Los miró confundido.


—Soy nuevo como padre, Damy. ¿Crees que me puedes enseñar cómo se hace? —Paula le tomó la mano a Pedro mientras hablaba.


La incertidumbre en el rostro de Damian le preocupaba.


—Mi verdadero padre no me quiso —dijo, con una inesperada carga de miedo en su voz—. Nos dejó.


Las palabras de su pequeño hijo le rompieron el corazón a Paula. Pedro lo atrajo hacia él.


—Yo nunca voy a dejarte, Damy. Os quiero, a ti y a tu madre, más que a nada en este mundo.


—¿De verdad?


—¡De verdad!


Pedro quiere adoptarte, y luego los dos tendremos un nuevo apellido —le dijo Paula a su hijo—. ¿Te gustaría?


Damian asintió con la cabeza. Los tres se abrazaron y Pedro le limpió las lágrimas a Damy.


—¿Puedo llamarte papá?


La sonrisa de Pedro iluminó la habitación.


—Me encantaría que me llamases papá.


—¡Vale!


Damian sollozó un par de veces y luego se bajó del regazo de Pedro. Tomó la revista y hojeó sus páginas.


—Creo que ha salido bien —le dijo Paula a Pedro una vez Damian se alejó de ellos.


—Me he puesto un poco nervioso —confesó Pedro—. Parecía tan asustado cuando le dije que me gustaría ser su padre.


Paula estaba de acuerdo.


—Rara vez ha preguntado por su verdadero padre. No tenía ni idea de lo mucho que le afectaba.


—Todo eso se ha acabado a partir de hoy.


Paula sintió que le volvía el alma al cuerpo.


—Te quiero, Pedro.


Pedro la envolvió entre sus brazos y la besó profundamente. 


Parecía que no podía dejar de tocarla. Menos cuando dormían, Pedro estaba siempre besándola, sosteniendo su mano, o tocándole la rodilla. Era maravilloso.


Alguien comenzó a golpear con fuerza la puerta de la suite.


—¿Quieres que abra la puerta, papá?


Unas inesperadas lágrimas vinieron a los ojos de Paula.


—Sería genial, Damy.


Paula notó que los ojos de Pedro también se humedecían.


—¿Quién es? —le preguntó Paula a Pedro mientras él le limpiaba una lágrima que había caído en su mejilla.


Pedro la ayudó a levantarse con otra sonrisa críptica.


—Es hora de que conozcas a tu nueva familia.


Damian abrió la puerta y recorrió con la mirada la figura del padre de Pedro. El hombre era aun más grande de lo que Paula recordaba. Por supuesto, él estaba sentado en una silla la última vez que lo había visto. Horacio tenía en la mano un sombrero de cowboy similar al que llevaba sobre la cabeza… solo que más pequeño.


—Hola, hola, pequeño. Tú debes de ser Damian —Horacio Alfonso extendió la mano que tenía libre.


Damy observó la enorme palma, dio un paso adelante y puso su pequeña palma encima de ella.


—Debes de ser… ¿mi nuevo abuelo?


Horacio se quedó con la boca abierta. Después, abrió desmesuradamente los ojos. Paula supo entonces de quién había heredado Pedro sus hoyuelos.


—Creo que sí.


—¿Eso es para mí? —Damy señaló el sombrero.


—Solo si te queda bien.


Damian se acercó hacia el voluminoso hombre y agachó la cabeza para que Horacio le pusiera el sombrero de cowboy.


Una vez que estuvo debidamente coronado, Damian miró hacia arriba, intentando ver el sombrero.


—¿Me queda bien, abuelo?


—Ahora pareces un verdadero Alfonso —se jactó Horacio y luego tomó en brazos a Damian y lo lanzó por el aire.


Damian se rio cuando Horacio volvió a ponerlo en el suelo, luego levantó los brazos.


—Otra vez.


Todos rieron. Se oyó el pitido del ascensor.


Paula miró más allá del hombro de Horacio para ver quién estaba hablando en el pasillo. Mónica entró en la habitación con una hermosa rubia a su lado. Estaban una al lado de la otra y Mónica se estaba riendo de algo. La madre de Paula estaba al lado de una mujer mayor que Paula no reconoció.


Pedro la tomó de la mano y la llevó hacia las personas que acababan de entrar en la suite.


—Paula, este es mi padre.


Horacio bajó a Damian y le dio a Paula un abrazo de oso.


—No sabes lo feliz que estoy de volver a verte.


Abrumada por el abrazo del hombre, Paula recordó las cortantes palabras que le había dicho al padre de Pedro y se sintió culpable.


—Lamento la forma en que nos conocimos —se disculpó Paula cuando Horacio la soltó y se tomó un momento para mirarla.


—Yo no —dijo Horacio—. Pedro necesita una mujer como tú que lo haga andar derecho.


Pedro frunció el ceño y continuó con las presentaciones.


—Esta es Catalina, mi hermana.


Cata sonrió en señal de saludo.


—Eres exactamente como te describió tu hermana.


—¿Mi hermana? ¿Os conocéis? —Paula le preguntó a Mónica.


—Más o menos.


Había una historia en el fondo de la respuesta críptica de Mónica.


—¿Qué es exactamente lo que quieres decir con «más o menos»?


Mónica se apretó el labio inferior. Mala señal. Paula sabía que algo no andaba bien.


—Llamé a Mónica después de que ella viniera a buscar a Pedro al hotel —explicó Catalina.


—¿Tú viniste a buscar a Pedro? —le preguntó Paula a su hermana.


Mónica pasó de apretarse a morderse el labio.


—Él había desaparecido y tú estabas destrozada.


Les dije a los encargados que me llamaran si alguien venía al hotel preguntando por Pedro —intervino Catalina.


—¿Hiciste eso? —Pedro miró a su hermana con una expresión que reflejaba los sentimientos de Paula.


—Caray, vosotros dos, no os mostréis tan sorprendidos. Estábamos cuidando de vosotros. —Catalina le puso el brazo alrededor a Mónica mientras hablaba—. Si no puedes confiar en que tu familia interfiera en tu vida personal, ¿en qué puedes confiar entonces?


Pedro tomó la mano de Paula y la envolvió con la suya.


—Vas a tener un trabajo a la altura de tus expectativas, cariño.


—¿Qué quieres decir? —preguntó Paula.


—Planear una boda con estas dos va a ser como tener un abrojo en la montura.


Paula nunca había escuchado eso de abrojos en la montura, pero no sonaba bien.


—¿Quieres decir que soy como un grano en el culo? —quiso aclarar Catalina empujando el hombro de Pedro.


—Tú lo has dicho. —Ambos se estaban riendo.


—Cuide su lenguaje, señorita —la regañó la mujer mayor que estaba al lado de la madre de Paula—. Hay un niño presente.


Damian estaba concentrado en un juego que había armado al lado de Horacio y no podía haber oído nada.


—Sí, señora —Catalina tiró del brazo de Mónica—. Vamos, hermanita, vamos a hablar de los vestidos de las damas de honor y todo lo que está absolutamente prohibido.


—El turquesa y el color malva —dijo Mónica mientras se alejaban.


Pedro le soltó la mano a Paula y abrazó a la mujer que había regañado a Catalina.


—Estás tan guapa como siempre, tía Bea.


—Tú estás radiante. —La mujer le acarició la cara cuando se separaron—. Parece que una familia era exactamente lo que necesitabas.


Pedro hizo un gesto hacia Paula.


—Paula, esta es mi tía Bea.


—Encantada de conocerla.


—Es un placer —dijo Bea, con una cálida sonrisa, el dulce acento sureño encajaba con su rostro amable.


Paula recordó la conversación sobre el pastel y las alabanzas de Pedro.


Pedro me contó que prepara el mejor pastel de nueces pacanas del mundo.


La tía Bea sonrió.


—Sí, no está mal.


Pedro había conocido a la madre de Paula el día anterior, cuando había regresado con Damian. Se saludaron con una sonrisa amistosa. La madre de Paula se volvió hacia la tía de Pedro.


—Nunca he sido una gran cocinera —explicó Renee—. Paula parece estar mucho más a gusto en la cocina de lo que yo jamás estuve.


Bea hizo un gesto hacia Horacio.


—Siempre me ha gustado la cocina más que la sala de reuniones. Mi hermano gestiona la parte financiera de las cosas. Lo menos que puedo hacer es cocinar.


Renee miró por encima del hombro a Horacio.


—Me da pena no haber tenido un hermano. Hubiera sido bueno tener a alguien que me ayudara con el lío de mis finanzas.


—Él hace que parezca fácil —dijo Bea, mientras las dos mujeres se adentraban más en la suite, alejándose de Pedro y Paula.


Todos estaban repartidos en grupos por la suite. Horacio y Damian tiraban los dados del juego de mesa y reían. Paula se quedó junto a Pedro para hablar en privado.


—Gracias, Pedro.


—¿Por qué me das las gracias?


—Por no renunciar a mí. —Les echó un vistazo a las caras felices que había por toda la habitación—. Esto vale mucho más para mí que cualquier casa o anillo. Podemos celebrar todas las fiestas rodeados de gente que amamos. Sé que suena cursi, pero ese es el mejor regalo del mundo.


Pedro le puso las manos alrededor de la cintura y la miró a los ojos.


—Te he esperado toda mi vida.


El tibio beso estremeció su cuello y se propagó por su espalda.


—Estás mejorando con la poesía —bromeó, sonriendo—. ¿No más analogías con cucarachas y bollos azucarados? —preguntó ella con los labios aún contra los suyos.


—Qué tal si… ¿yo hago de Santa y tú de la señora Claus? —preguntó él con un guiño.


Paula le quitó el sombrero a Pedro y lo acomodó sobre su cabeza.


—¿Y si tú eres el vaquero y yo la vaquera?


La miró de forma sugerente.


—Eso suena muy bien. Tenemos que ir a comprarte unas botas, futura señora Alfonso.


Paula podría acostumbrarse a ese título en un santiamén.


—¿Para qué? Tú solo querrás quitármelas.


—Exacto.


Pedro jugueteó con el sombrero sobre la cabeza de Paula y se echó hacia atrás con una sonrisa.


—Te quiero.


Paula se puso de puntillas y lo besó.



—Vaya con los tortolitos —señaló Mónica desde el otro lado de la habitación.


Ignorándola, Pedro robó el sombrero de la cabeza de Paula y lo usó para ocultar un beso.


Riendo bajo los labios de él, Paula se acercó más, amaba a Pedro con todo su corazón. Eran una familia.







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