viernes, 15 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 39




—El análisis de mercado mostró una respuesta clara y positiva hacia el cambio de nombre, Pedro.


Eric distribuyó copias de las tablas que Pedro había solicitado para definir el nombre de la cadena hotelera.


Pedro estaba sentado en un extremo de la mesa de reuniones, y su padre se encontraba en el otro extremo, junto a la puerta. Entre medias había empleados de marketing y contabilidad, el segundo de Daniel en la empresa contratista y un par de abogados para garantizar que todo estuviera de acuerdo con los parámetros del departamento legal.


—Entonces parece que tenemos todo listo para el…


Las palabras de Pedro se apagaron cuando unas voces que venían desde el otro lado de la puerta de la sala de conferencias indicaron que alguien no estaba donde le correspondía.


—No puede entrar ahí —dijo una mujer, muy nerviosa, al otro lado de la puerta.


Todos en la sala se dieron la vuelta.


Horacio comenzó a moverse en su silla.


—Solo será un minuto.


Pedro oyó su voz al tiempo que la gran puerta de caoba se abría de golpe. Varias personas en la habitación se quedaron sin aliento. Pedro se puso de pie.


—¿Paula?


Ella lo miró a los ojos y frenó en seco. La gama de emociones que pasaron por su cara en el lapso de dos segundos le pegó como un puñetazo en el estómago. 


¿Cómo lo había descubierto?


—¿Qué te pasa, Pedro? ¿No se te ocurre ninguna mentira rápida para explicar esto?


Empezó a caminar hacia ella.


—Paula, yo…


Su mano se disparó delante de ella, deteniéndolo.


—No gastes el aliento. No estoy aquí para pedirte una explicación. Necesitaba ver con mis propios ojos si lo que he visto en las noticias era cierto.


«¿Las noticias? ¿De qué demonios está hablando?».


—Obviamente, los medios saben más que tú acerca de la verdad.


—Puedo explicarlo.


—Déjame adivinar, te eligieron empleado del año y te ganaste el hotel.


—Paula, por favor.


—Oh, ni siquiera intentes eso conmigo.


Pedro


Oyó la voz de su padre, pero no podía dejar de mirar a Paula. Su ira era palpable.


—No se moleste, señor Alfonso. Es el señor Alfonso, ¿no es así? —Paula le preguntó a su padre.


—Sí.


La mirada de Paula fue de su padre hacia él.


—Por lo menos alguien en la sala reconoce su propio nombre.


Ella miró la sala a su alrededor, como si la estuviera viendo por primera vez.



—Me dijiste que eras camarero. ¿Camarero? Dios, soy tan ingenua. —Su mano temblaba mientras lo señalaba—. Mantente lo más alejado posible de mí y de mi hijo. ¿Me oyes, Pedro Alfonso? ¡Mantente alejado!


Le tomó un segundo darse cuenta de que Paula había dado la vuelta y se estaba yendo. Pedro se levantó de la mesa y fue tras ella. Su padre lo detuvo en la puerta.


—¿Es ella? —le preguntó.


Pedro se liberó de la mano de su padre.


—Sí.


Horacio soltó una carcajada.


—¡Ja, ja! Ya me gusta.


Pedro le había explicado todo a su padre durante la hora del almuerzo que habían compartido. Gracias a Dios que había tenido esa hora o la escena habría sido mucho más difícil de explicar.


—¿Qué haces ahí parado, hijo? Ve con ella.


Pedro salió corriendo de la sala, pero no vio a Paula en el vestíbulo.


Una recepcionista aturdida estaba balbuceando disculpas.


—Lo siento mucho, señor Alfonso. Ella ha entrado corriendo.


—¿Adónde se ha ido? —gritó.


La joven señaló la puerta principal. Para cuando Pedro salió a la luz del día, Paula ya estaba en su auto nuevo, saliendo a toda velocidad del estacionamiento.


Pedro palpó los bolsillos de su pantalón y se dio cuenta de que las llaves estaban en su maletín en la sala de conferencias, y corrió a buscarlas.


Entró como una ráfaga en la sala e ignoró las preguntas y las miradas de su equipo. Con las llaves en la mano, corrió a su camioneta y se fue tras ella.


Pedro no veía nada más que el dolor en la mirada de Paula. 


Debería haberle dicho la verdad, haberle contado quién era y por qué lo había mantenido en secreto.


Golpeó el volante cuando el semáforo en la intersección que daba a su apartamento se puso en rojo. Aunque Paula solo tenía una ventaja de quince minutos sobre él, cuando llegó al apartamento, ella se había ido.


En su trabajo le dijeron que no volvería hasta después de Navidad. Pedro no podía permitir que estuviera lejos de él tanto tiempo. No había manera de saber adónde había ido. Pedro le dejó mensajes en su teléfono, pero ella no respondió. El maldito aparato estaría, probablemente, en el fondo de su cartera, apagado a propósito.


Cuando volvió al hotel, Pedro se enteró de que su padre había terminado la reunión y le había dicho al personal que disfrutaran de las fiestas. Por suerte, Horacio no estaba en la suite cuando Pedro regresó. Catalina, por otra parte, sí que estaba allí.


—¿Ninguna llamada? —preguntó, sabiendo muy bien que la persona que él quería que llamara no lo haría.


Su hermana negó con la cabeza.


—Ninguna. Dale un poco de tiempo, Pedro. Ella cambiará de opinión.


Catalina no tenía manera de saberlo a ciencia cierta, pero era muy considerado por su parte apoyarlo de ese modo.


—Debería habérselo dicho.


—Sí, deberías.


Pedro ni siquiera podía reunir la fuerza suficiente para estar enojado con su hermana por ponerse del lado de Paula.


—Creo que sé cómo se ha enterado Paula —dijo Cata.


Pedro tiró las llaves sobre la mesa de café.


—¿Qué?


—Hoy había gente de la prensa en el vestíbulo del hotel y deben de haber oído algo acerca de tu vida personal. Tú, hermanito, eres el protagonista de la sección de entretenimiento de esta noche en el canal local. Había una foto de nosotros dos en el informativo.


—¿Qué informativo?


—Hablaban sobre un anuncio inminente de boda entre tú y una novia desconocida.


Pedro no veía cuál era el problema. Le había pedido a Paula que se casara con él y prácticamente le había prometido que se lo pediría de nuevo en un futuro muy cercano.


—Paula sabe lo que siento por ella.


—¿Lo sabe? ¿Se lo propusiste de nuevo?


—No, te dije que antes tenía que confesarle la verdad.


Catalina inclinó la cabeza y le ofreció una leve sonrisa.


—¿Le dijiste que la amabas? Los chicos no se manejan muy bien con las palabras «te amo».


—Le dije que me importaba más que…


—Bla, bla, bla. Te faltó decir «te amo». Ahora, ella piensa que te estás preparando para ir al altar con otra.


—No hay ninguna otra.


—Ella no lo sabe —replicó Catalina—. Pero sí ha visto una foto de nosotros dos hablando; hasta donde sabemos, ella piensa que yo soy la otra mujer.


—Eso es ridículo —exclamó Pedro—. Eres mi hermana.


—Seguro que sacaste el viejo álbum familiar y le mostraste una foto mía.


No, no había hecho tal cosa. Sin embargo, Catalina no temía a los focos. Diablos, había estado en más portadas de revistas que muchas modelos. Seguramente Paula la había visto antes. Paula debía saber que Catalina era la mujer de la foto.


Pedro, confía en mí, Paula está pensando lo peor de ti en este momento. Necesitará que pasen unos días antes de que te dé un minuto para hablar.


No eran las palabras que quería escuchar. Un dolor físico se instaló en su pecho cuando pensó en cómo debía de haberlo pintado Paula.


—Voy a salir —dijo Pedro, mientras tomaba las llaves que había colocado sobre la mesa.


—¿Adónde?


—A cualquier parte. No puedo quedarme aquí esperando a que me llame. —Sospechaba que iba a estar esperando durante mucho tiempo—. Tengo que encontrarla.


Cata le impidió salir de la habitación.


—Ve a cenar —lo animó—. Ordena un poco tus ideas para saber dónde buscar. —Comer ni siquiera se le había pasado por la cabeza.


Pedro puso las manos sobre los hombros de su hermana y la apartó de su camino.


—Si ella llama…


—Sí, sí…, ve. Te llamaré.


Pedro la besó en la mejilla y salió de la suite.




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