sábado, 9 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 23





Pedro miró el reloj por tercera vez en quince minutos. Paula había salido con aquel abogado. Bruno Leland, para ser más exactos. Pedro había revisado la lista de invitados de la gala benéfica y había encontrado solamente un Bruno. Con una rápida búsqueda en internet obtuvo su nombre, el nombre de su bufete y alguna información sobre casos en los que había trabajado recientemente. Pedro tenía la esperanza de encontrar algo turbio, pero no había nada. No estaba casado, sus enredos románticos, por el momento, eran privados. Pedro encontró una antigua novia con la que Bruno había estado comprometido. Había una nota sobre el compromiso en el archivo de un periódico, pero había sido hace casi dos años.


Toda la información actual sobre Bruno indicaba que era soltero. Como abogado corporativo, Bruno tenía muchos clientes, y a juzgar por las fotos de su oficina, no andaba corto de efectivo.


Había incluso una foto del tipo en el sitio web del bufete de abogados en el que trabajaba. Soso y aburrido. A Pedro no le entraba en la cabeza que Paula pudiera encontrarlo remotamente atractivo.


Aun así, el aburrido Bruno tenía una cita con Paula y Pedro estaba en la suite, comiéndose las uñas. Tendría que esperar hasta el martes, cuando Paula volviera al trabajo, para averiguar cómo había ido la cita. A menos que quisiera dar la imagen de un amante celoso, despechado.


No importaba cuántos sueños eróticos había tenido desde que conoció a Paula, no podía llamarse a sí mismo su amante. Todavía no. Pedro se dirigió hacia el mueble bar, con la intención de servirse un trago largo y fuerte, cuando sonó su teléfono. Estaba en el bolsillo de su traje, colocado en el respaldo de una silla.


El número de la casa de Paula apareció en el identificador de llamadas. Tal vez no había acudido a la cita, después de todo. Sus labios formaron una sonrisa.


—¿Hola? —dijo al contestar, tratando de sonar aburrido.


—¿Pedro? ¿Eres tú?


No era Paula.


—Sí. ¿Quién eres?


—Mónica, la hermana de Paula.


La alarma en su voz sacó a Pedro de su pose de aburrimiento.


—Espero que no te moleste que te haya llamado.


—¿Paula está bien? ¿Y Damy?


—Están bien. Siento haberte preocupado. Paula ha salido con ese tipo, el de la fiesta.


Como si Pedro necesitara que se lo recordara.


—Y Damy está aquí. Es que…, eh…, Damy sugirió que te llamara. —Mónica estaba preocupada por algo.


—¿Qué es lo que sucede, Mónica?


—Estoy en el apartamento con una amiga, estudiando. Mi amiga, Lynn ha recibido una llamada hace unos minutos…, su madre ha tenido un accidente. Lynn está muy nerviosa, no está en condiciones de conducir. Tengo que llevarla al Pomona Valley, pero estoy cuidando de Damy. Lo llevaría conmigo, pero la sala de emergencias está llena de todo tipo de personas y enfermedades.


—¿Has llamado a Paula para decirle que vuelva a casa?


—Se ha dejado su teléfono en otro bolso sin querer. La he llamado y lo he oído sonar en su dormitorio.


Pedro entró en su dormitorio y descolgó una chaqueta de su percha.


—¿Quieres que vaya y me quede con Damy para que puedas llevar a tu amiga?


—Oh, Dios, ¿lo harías, Pedro? Sé que es algo repentino, pero Paula no tiene muchas niñeras. Solo la señora Hoyt, pero ella se ha ido a visitar a su familia. No sabía a quién llamar. Sé que confía en ti y Damy te conoce.


—Estaré ahí en diez minutos.


Pedro colgó y metió el teléfono en su chaqueta mientras caminaba hacia la puerta. El trayecto hasta el apartamento de Paula era corto, y Pedro no condujo despacio. Mónica lo recibió en la puerta.


—Damy se va a la cama a las nueve. Se queda dormido en el sofá casi todas las noches un rato antes.


Damy se levantó del sofá y corrió hacia Pedro, al que dio un abrazo tremendo.


—Sabía que vendrías. Le dije a la tía Mónica que te llamara.


—Siempre puedes llamarme, Damy. —Pedro le alborotó el cabello a Damy y miró a la amiga de Mónica, a quien nunca antes había visto.


—Espero de tu madre se encuentre bien.


La muchacha contuvo las lágrimas.


—Gracias.


—Gracias de nuevo, Pedro. Te debo una.


Después se fueron.


—La amiga de Mónica estaba muy triste. Dijeron que su mamá se ha hecho daño en un choque.


Pedro caminó con Damy hasta el sofá y ambos se sentaron. 


La televisión estaba encendida y se veían dibujos animados.


—Se encontrará bien, compañero. Nada por lo que preocuparse.


—Mi mamá se ha ido en auto esta noche —dijo Damy, sorprendiendo a Pedro.


«Bien», pensó. Se encontró con él en otro lado en lugar de darle su dirección.


Damy aguzó la mirada. Pedro comprendió que era la preocupación de Damy por el bienestar de su madre lo que había motivado el comentario.


—Estoy seguro de que tu madre conduce con cuidado —dijo Pedro, tratando de tranquilizar al niño.


—A nuestro auto siempre se le rompe algo.


Sí, Pedro ya lo sabía. La idea de que Paula anduviera por ahí sin su teléfono tampoco le hacía ninguna gracia. ¿Y si su auto se quedaba parado en alguna calle perdida? Después de las diez de la noche había un montón de calles oscuras y desiertas en Ontario. Y ya eran las ocho y cuarto.


—¿A qué hora se ha ido tu mamá?


—Hace una hora, creo.


Genial, Pedro tenía que confiar en la memoria de Damy. De todos modos, lo más seguro era que Paula estuviera cenando.


Con él. ¡Bruno!  ¡Qué nombre de blandito!


—¿Qué estabas viendo?


—Bob Esponja. Es divertido. Esos son Patricio y Arenita…


Damy le mostró todos los personajes principales mientras Pedro escuchaba. Había oído hablar del programa, pero no podía decir que alguna vez se hubiera sentado a mirar un episodio. Se descubrió a sí mismo riéndose de los chistes y de los toques de humor para adultos del dibujo animado.


A las ocho y media, Pedro le sugirió a Damy que se pusiera el pijama y se cepillara los dientes para no olvidar hacerlo antes de irse a la cama. Damy se bajó del sofá de un salto y fue a su habitación.


Pedro entró en la cocina y vio los libros de Mónica y su amiga que ocupaban toda la mesa. Entre ellos, había platos con pizza y bocadillos a medio comer. Pedro se arremangó la camisa y se dio cuenta de que llevaba un traje, aunque sin corbata. Quizás Mónica regresaría antes que Paula. O Paula estaría tan cansada de verlo aparecer por todos lados que no notaría su ropa. No podía cambiarse ahora.


Pedro se puso a ordenar un poco y enjuagó los platos antes de colocarlos en el lavavajillas. Damy entró dando saltos y muy sonriente.


—Todo listo.


—Muy bien, ahora, ¿qué quieres hacer?


—¿Sabes jugar a las cartas? —preguntó.


—Conozco algunos juegos. —Pero Pedro dudaba de que fueran los mismos que conocía Damy.


—Genial —dijo mientras volaba nuevamente por el pasillo y regresaba en cuestión de segundos con un mazo de cartas en la mano.


—Podemos jugar al roba montón o a la guerra. ¿Sabes jugar a la guerra?


No tenía ni idea.


—Apuesto a que puedes enseñarme.


De vuelta en la sala de estar, Damy se sentó sobre sus rodillas en el suelo y repartió las cartas. Explicó las reglas, que Pedro parecía recordar vagamente, y ambos comenzaron a jugar.


Habían pasado cinco minutos de las nueve cuando Pedro se dio cuenta de la hora.


—Amigo mío, ya es hora de acostarte —dijo Pedro.


Damy hizo un gesto de fastidio.


—Pero siempre me duermo en el sofá.


Cierto, Mónica se lo había dicho. Pedro supuso que no sería el fin del mundo si dejaba que el niño se quedara despierto hasta un poco más tarde que de costumbre.


—Está bien, pero hay que guardar las cartas y quedarnos tranquilos.


Damy tiró las cartas sobre la mesa de café y se acurrucó en el sofá junto a Pedro.


—Me gusta que cuides de mí —le informó Damy—. Tal vez puedas venir otra vez.


El pecho de Pedro se hinchó de ternura.


—Tú también me caes bien, compañero.


Pedro ni se inmutó cuando Damy apoyó la cabeza en su hombro. Después de veinte minutos de otro divertido dibujo animado, Damy estaba dormido como un tronco y prácticamente todo su cuerpo apoyado sobre el regazo de PedroPedro sonrió y le acarició la parte de atrás de la cabeza. Con el mando a distancia, Pedro puso las noticias de la noche y bajó el volumen.


Al lado de la televisión estaba el árbol de Navidad de la familia Chaves. Había algunos regalos esparcidos a sus pies. Pedro se dio cuenta enseguida de cuáles eran de Damy para su madre y su tía. Envueltos en papel de regalo hecho en casa, que en realidad era una bolsa de papel pintada de verde y rojo, estaban colocados orgullosamente delante de los demás. La media de Damy colgaba de un clavo en la pared.


El árbol en la casa de su infancia lo armaban y lo desarmaban los empleados de su padre. Los regalos los envolvían en las tiendas mucho antes de que llegaran a casa. Al detenerse a pensar en ello, Pedro se preguntó si su padre había ido alguna vez a comprar los regalos para él y Cata, o había enviado a su secretaria a hacer ese trabajo. Probablemente lo segundo. Sin embargo, eso había cambiado en los últimos años, lo que era algo positivo. 


Horacio nunca había sido despreocupado, simplemente no tenía ni idea acerca de sus hijos.


Paula había armado un hogar y una Navidad con amor. El apartamento sería pequeño, pero era la viva imagen de la Navidad y de la familia. El sofá desgastado le resultaba tan cómodo como cualquier sillón de cuero donde había tenido el placer de apoyar el trasero.


El informativo anunció que eran las diez y Pedro no pudo evitar pensar en dónde estaba Paula y qué estaría haciendo. La preocupación nubló sus pensamientos felices.


Si Pedro hubiera revelado ciertas verdades acerca de sí mismo, tal vez ella no estaría con Bruuuno.


Una parte de él quería decirle la verdad, y la otra parte le recordaba que si ella decidía de un día para otro que era lo suficientemente digno para salir con ella, para pasar tiempo con ella y hacerle el amor, entonces nunca sabría si lo que quería era a él o a su dinero.


La culpa en sus ojos cuando le había dicho que iba a una cita con ese perdedor le había dicho mucho. Paula se preocupaba por lo que pensaba Pedro. Sonrió al pensar en eso. Sin lugar a dudas, había calidez en la mirada de Paula cuando lo miraba. Por Dios, lo sentía cada vez que estaba cerca de ella. Alguien de allá arriba realmente debería beatificarlo o algo así por la forma en que se había controlado con Paula.


Damy suspiró entre sueños; un hilo de baba cayó desde la boca del niño hasta los pantalones de PedroPedro estaba a punto de levantarlo y llevarlo a la cama cuando oyó girar una llave en la cerradura de la puerta de entrada.


Paula entró mirando hacia abajo. Tenía los zapatos en una mano y las llaves y el bolso en la otra. Se volvió hacia la puerta y aseguró el cerrojo y la cadena sin darse cuenta de que Pedro estaba allí. Apoyó la cabeza contra la puerta y dejó caer los zapatos contra el suelo.


—Dios, Mónica, no te vas a creer lo de esta cita. —Pedro podía decir con orgullo que el tono de Paula no era feliz ni soñador.


Lentamente, Paula se volvió y miró al frente. Dejó escapar un rápido chillido, conteniéndolo antes de que se convirtiera en un grito de verdad. Su mano se posó volando en su boca, su mirada se centró en su hijo, que estaba sobre el regazo de Pedro.


Pedro se puso el dedo en los labios y dijo:
—Chsss, Damy está muerto de cansancio.


—¿Qué haces aquí? —le preguntó en un tono cortante y en voz baja.



1 comentario: