sábado, 16 de abril de 2016

ILUSION: CAPITULO 4




En el vestíbulo de la mansión Chaves, Pedro veía como una transformada Pau descendía majestuosamente la gran escalinata.


Hermosa, femenina y engañosamente dulce, con los cabellos recogidos y unos mechones sueltos acariciándole los hombros como una cortina de seda color castaño.


–Vas de rosa –observó.


–¿Y ahora quién está diciendo obviedades? –bajó los dos últimos escalones y Pedro se fijó en las sencillas zapatillas blancas que hacían juego con el pequeño bolso bajo el brazo.


–Nunca te había visto de rosa –el vestido se le ceñía al busto, con mangas casquillo y una amplia falda de seda con bajo fruncido. Con sus pendientes de diamante y el colgante de oro alrededor del cuello realmente parecía una estampa de los años cincuenta.


–Odio el rosa –declaró ella. Sonrió forzadamente y se giró ante él–. Pero quizá este vestido pueda ayudar a que Erika celebre su boda en Malibú.


Pedro no estaba seguro de eso, pero sí que estaba consiguiendo que su cuerpo reaccionara…


–Vamos allá.


Él le ofreció el brazo, pero ella no lo aceptó y se adelantó para abrir la puerta y salir al porche.


–Tenemos que hacerle creer que somos amigos –le advirtió él, bajando los escalones tras ella.


–Se me da bien actuar –dijo ella.


Pedro pasó a su lado para abrirle la puerta del coche.


–¿Podrás mantener la compostura cuando empiece a criticar a tu familia?


–Claro que sí.


–¿Pau?


–No me llames así –espetó ella, mirando al frente.


–¿Cómo quieres que te llame? ¿Señorita Chaves?


–Mi nombre es Paula.


Él esperó un momento, hasta que ella lo miró.


–Para mí no –repuso. Cerró la puerta y rodeó el coche para sentarse al volante.


Los dos guardaron silencio mientras Pedro tomaba la carretera del Pacífico.


–Puedes hacerlo por una noche –le dijo ella un rato después.


–¿Hacer qué? –se preguntó si sería consciente de todas las connotaciones eróticas que podrían extraerse de sus palabras.


–Llamarme Pau–respondió ella, sacándolo de sus fantasías.


–¿Puedo llamarte Pau por una noche?


–Mientras estemos en casa de Conrad Norville fingiendo que todo va bien, pero nada más.


–No creo que puedas controlar cómo te llamo.


–Pero sí lo que llamarte a ti –murmuró ella en tono desafiante.


–Llámame lo que quieras.


–¿Qué te parece «incompetente» e «irresponsable»?


–¿Perdona? –la miró–. ¿Piensas insultarme delante de Norville?


–Delante de Norville no. Esta mañana recibí una llamada de alguien que buscaba referencias de tu trabajo en Chaves Media.


–¿Quién? –preguntó Evan inmediatamente.


–Leandro Dunstand, de Eden International.


Pedro se le formó un nudo en el estómago.


–¿Serías capaz de socavar mi negocio? –le preguntó en tono incisivo.


Ella tardó un momento en contestar.


–Relájate, Pedro. Les he dicho que habías hecho un trabajo magnífico dadas las circunstancias, que habías expandido la empresa a Inglaterra y Australia y que no había nadie con un instinto como el tuyo para las personas. Intento tratarte con respeto y profesionalidad. Lo mismo podrías hacer tú por mí.


–No le he dado a nadie tus datos de contacto –le aseguró él–. Confiaba en que dejaran en paz a los Chaves.


–Eso es imposible. Has pasado varios años con nosotros y sabes cómo es –se giró hacia él–. Así que vuelves a abrir la consultoría…


–Tengo que ganarme la vida.


–Mi padre te dejó un montón de dinero.


Pedro soltó una fría carcajada.


–Ni loco tocaría el dinero de los Chaves.


–¿Estás furioso con él?


–Claro que estoy furioso con él. Me usó. Jugó conmigo como si fuera un peón en una partida de ajedrez y me fastidió la vida.


–Seguramente pensaba que estaríamos casados para cuando él muriera.


Pedro giró la cabeza para volver a mirarla.


–¿Y eso lo justifica? Me puso al frente de la empresa solo para poner a prueba tu lealtad, y luego me arrebata el puesto para dejarme… ¿dónde? ¿A la sombra de mi mujer?


–¿Insinúas que para ti sería un problema trabajar para mí? Si estuviéramos casados, quiero decir.


–Sí.


–¿Y sin embargo te parecería bien que yo trabajase para ti?


–Puede que no sea lógico ni justo, pero sí, no tendría problemas con eso.


–¿Quién parece ahora de los años cincuenta?


–Esta discusión no tiene ningún sentido. Nada de eso va a ocurrir.


–Porque tú y yo nunca nos casaremos.


–De nuevo diciendo obviedades, Pau…


–Paula.


–Has dicho que podía llamarte así por una noche.





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