domingo, 20 de marzo de 2016

EL HUESPED: CAPITULO 3





Lo cierto es que no sé qué me sucedió en aquella habitación, pero nunca antes me había sentido tan atraída a primera vista por un hombre. Cuando llegué a la cocina, estaban recogiendo, por lo visto estaban terminadas las entregadas de las cenas, solo quedaba que, en un rato, pasáramos recogiendo los carritos con los restos que dejaban fuera en los pasillos al lado de sus habitaciones. Salí al patio a fumar un cigarro y me encontré con Rubí que estaba hablando con su madre, siempre que teníamos el primer descanso hacía lo mismo, llamaba para ver que tal estaban sus hijos. Una vez colgó se sentó a mi lado.


─ ¿Cómo están los pequeños hoy? ─ Le pregunté.


─ Bien, Sara ya se está haciendo toda una mujer, y ayuda mucho a mi madre, y Diego, bueno solo tiene cuatro años, sigue con sus trastadas.


─ Seguro que el día de mañana se sentirán muy orgullosos de todo lo que has hecho por ellos.


─ ¡Eso espero! ─ Dijo soltando acto seguido un suspiro ─ Por cierto, ¿Ya conociste al monumento de la 122?


─ Uf, Rubí, ¿Por qué no me avisaste antes? ¡Qué pedazo de hombre! ¿Está solo en el hotel?


─ Viene con la boda, y ponte a la cola ¡Nos tiene a todas locas!


─ ¿Qué cotorreáis? ─ Dijo David interrumpiendo nuestra conversación ─ ¡Vaya, Pelirroja! Estás muy guapa hoy,
esos ojitos azules brillan como nunca ¿Qué les ha pasado?


─ Serán las vacaciones que les ha venido bien ─ Dije algo seca.


David, llevaba unos seis meses trabajando con nosotras, era un chico alegre, aunque no podía evitar tenérselo creído por ser el hijo del director, aunque todos por detrás le criticábamos (ya que para ir de divo por la vida estaba sirviendo comidas igual que nosotras en vez de estar en el despacho ayudando a su padre), tratábamos de evitar cualquier comentario delante de él por el mismo motivo, por ser hijo de quien era.



─ Bueno, tendremos que empezar a recoger carritos ─ dije tirando el cigarro al suelo, y entrando a la cocina, haciendo Rubí y David lo mismo que yo.


Una vez terminamos de recoger todo, me acerqué a recepción a ver a María, antes de irme a casa. Esa noche no me tocaba guardia por si algún pesado de madrugada tenía el antojo de comer algo. Cuando llevaba un rato charlando con ella, vimos cómo bajaba alguien en ascensor, ¡No podía creerlo! ¡Era él otra vez! Esta vez vestido con un pantalón vaquero corto, que le llegaba por la rodilla, y una camiseta negra ajustada que marcaba todo su torso.


Iba acompañado de dos chicas rubias, de piel blanca, ojos claros, delgadas y muy guapas, por cierto, y tres chicos
más, guapos también (pero no tanto como él).


─ Buenas noches Paula ─ Dijo al pasar por nuestro lado, haciendo que María me mirara pidiéndome una explicación.


Una vez salieron por la puerta mi amiga se dirigió a mí, pidiendo explicaciones. ─ ¿Buenas noches Paula?, creo
que has olvidado contarme algo ¿Verdad?


─ No, de verdad, solo le subí su cena. Debió leer mi nombre en la chapa, pero nada más ─ contesté sonrojándome.


─ ¿Ah sí? Pues sepa usted que el tío bueno lleva dos días pidiendo la cena y a Rubí nunca le ha dicho, “buenas noches Rubí”.


─ Bueno, no sé, prefiero no darle importancia, ¡Ya sabes! yo y el amor no nos llevamos bien. Bueno me voy a casa, que necesito descansar las piernas, ¡Hasta mañana! ─ Dije despidiéndome con una sonrisa tonta.






1 comentario: