domingo, 20 de marzo de 2016

EL HUESPED: CAPITULO 1






Comenzó a rodar por la pista, a la vez que se guardaban las ruedas, empezando un vuelo que me separaría definitivamente de él. Aunque era algo que teníamos claro los dos desde un principio, no pude evitar que un par de lágrimas comenzaran a descender acariciando mis mejillas. Una extraña sensación me hacía querer salir corriendo del aeropuerto en un intento de olvidar todo lo antes posible.


Una vez fuera de la terminal, cogí un taxi.


─ Por favor al “Hotel Palacio de Ferrera” en Avilés.


Mi turno comenzaba en una hora, y tenía casi veinte minutos de trayecto, de Oviedo a Avilés. Mi casa se encontraba
a cinco minutos del hotel, así que llegaría con el tiempo justo para ducharme, cambiarme de ropa y dirigirme a mi
puesto de trabajo.


Apenas llevo dos años en esta ciudad, desde pequeña tenía clarísimo que quería dedicarme al turismo, siempre me
ha apasionado el trato con el visitante, y también necesitaba alejarme de Madrid, una ciudad cada día más
congestionada, e irme a un lugar tranquilo, así que cuando vi el anuncio en el periódico, no dudé en enviar mi currículum. 


Cuando me llamaron fue la excusa perfecta para salir del asfixiante centro y su frenético modo de vida.


El taxi paró en un lateral de la plaza, parando el taxímetro en ese momento antes de dirigirse a mí el conductor:
─ Son 23 euros, señorita ─ Rebusqué en mi monedero intentando encontrar los tres euros, y después de contar algo
de chatarra y escuchar resoplar impaciente al conductor acerqué mi mano dándole un puñado de monedas ─ Aquí
tiene.


Miré la hora, me quedaban veinte minutos para entrar así que tendría que ser muy rápida. Subí a casa y mientras
sacaba la ropa de trabajo, puse el agua a correr para que fuera calentándose y poder ducharme. La casa era vieja y
pequeña, pero lo suficiente para mí, y mi intimidad. Tenía un pequeño baño dentro de la habitación, con un plato de
ducha, ni siquiera tenía una bañera donde deleitarme de vez en cuando, y un salón con barra americana que daba a
una pequeña cocina. El salón tenía un pequeño balcón que daba a una calle peatonal, menos mal que a partir de la
hora que se cerraban las tiendas apenas había tránsito, porque sí que es cierto, que durante el horario comercial,
siempre se escuchaba mucho bullicio.


Después de la ducha, me di un poco con el secador, lo mínimo para que no se notara mucho la humedad, me recogí
mi larga melena pelirroja en una coleta alta, me puse el uniforme, y salí corriendo hacia hotel, ya llegaba cinco
minutos tarde.


El hotel, es un precioso palacio del siglo XVI, tiene tres plantas y una torre que tiene un poco más de altura. En la
parte trasera hay unos amplios jardines y una capilla. Es un importante hotel de la zona. No solo tiene la función de
hotel sino que también se realizan banquetes. Así que siempre tenemos mucho trabajo.


Nada más entrar por la puerta de recepción, vi como María levantaba la vista del ordenador para ver quién acababa
de entraba.


─ ¡Menos mal que vienes vestida Pau! Tenemos mucho trabajo hoy ─ Dijo mientras extendía la mano ofreciéndome
una lista ─ Ahí tienes todas las cenas que debes subir hoy a las habitaciones.


─ Gracias María ─ Dije poniendo rumbo a la cocina.


─ ¡Pau! ─ Gritó María ─ Cuando termines vienes y me cuentas que tal la despedida.


─ Ok ─ Dije notando como mi corazón se sobrecogía de nuevo.


Llegué a la cocina y comencé a preparar el carro con la primera cena, constaba de una ensalada primaveral, y unos
filetes de pavo a la plancha, acompañado de un exquisito vino tinto, de postre habían pedido tarta de la casa, y lo
que debía ser un plato infantil, nuggets de pollo con patatas fritas y helado, así que me imaginé que sería una madre
o un padre con su hijo. Ya solo con los platos que pedían sabía perfectamente si era una persona a la que le
encantaba degustar la comida, si pretendían guardar la línea, si era una pareja en una escapada romántica, o una
persona solitaria. Es lo que tiene llevar dos años dedicándome a esto.


Llevaba dos horas trayendo y llevando carritos, de una habitación a otra y echando viajes una y otra vez a la cocina.


En uno de mis viajes arriba y abajo, nos quedamos sin manteles y servilletas, por lo que tenía que ir a la lavandería,
intenté que mi compañero David, fuera por mí, pero no lo conseguí, así que me tocó ir a mí a pesar de que no quería,
ni quería ni debía recordar, y eso es lo que haría que tuviera que ir a la lavandería.



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