domingo, 20 de marzo de 2016
EL HUESPED: CAPITULO 2
OCHO DIAS ANTES…
─ Estoy deseando que pase la boda, estos “guiris” llevan aquí dos días y están dando un trabajo… ─ Dijo Rubí.
Yo acababa de llegar de unos días de descanso y no sabía exactamente a qué se refería, pero sí podía imaginar,
que sería una boda de esas que tanto los novios como los familiares llegan unos días antes para disfrutar de Asturias, y de unos días en familia antes de celebrar el gran acontecimiento.
─ ¿Están dando mucho trabajo o qué es lo que sucede Rubí? ─ Le pregunté mientras terminada de preparar el
pedido de la habitación 122.
─ Un poco… pero podrás comprobarlo por ti misma estos días.
─ Bueno, luego me cuentas voy a llevar esto a la 122, que se enfriará y no tengo ganas de escuchar al cliente chillar.
─ ¿A la 122? ─ Me preguntó sorprendida
─ Sí ¿Por qué? ─ Respondí algo desorientada por su pregunta
─ Cuando bajes me lo cuentas ─ Se limitó a contestar mientras desparecía con el carrito por el pasillo hacia uno de
los ascensores de servicio.
Intenté no hacerla caso, y me dirigí a la primera planta, mi compañera siempre andaba quejándose por todo. Era
una chica de unos treinta años, que se casó muy joven y tenía dos hijos. Su marido la abandonó en cuanto empezó a
“descubrir que era joven” para estar casado y lo que quería hacer era vivir la vida, pensó que había perdido toda su
juventud. Para mí era normal la actitud de ella ante la vida, y que se quejara de todo puesto que solo se dedicaba a
trabajar como una mula para sacar a los pequeños adelante.
Una vez me encontré frente a la puerta de la habitación 122 la golpeé con timidez, puesto que, aunque no quería
hacer caso a Rubí, había conseguido sugestionarme y me daba algo de miedo lo que pudiera encontrar. La puerta
se abrió lentamente, la habitación se encontraba oscura, simplemente se veía una luz de lamparita al fondo.
Cuando… cuando ante mí estaba él. Esos profundos ojos grises, esa piel blanca, una barba de varios días, con sus
pectorales marcados y perfectos, vestido simplemente con una toalla rodeando su cintura. Me quedé totalmente
paralizada, como hipnotizada por el maravilloso hombre que se encontraba frente a mí.
─ Señorita, puede pasar y dejar las bandejas en la mesa ─ Me dijo con un marcado acento inglés, pero yo seguía
sin reaccionar ─ Señorita ─ Volvió a repetir, pero yo seguía sin poder pronunciar palabra ─ Paula ¿Verdad? ─ Me
preguntó, al ver la chapa que llevaba en la camisa blanca del uniforme con mi nombre.
─ Sí ─ Acerté a pronunciar al final ─ Disculpe, le dejo la cena en el mesa ─ Dije mientras me dirigía al interior notando como mis piernas no paraban de temblar en cada paso que daba.
Puse la cena sobre una mesa redonda que se encontraba en la esquina de la habitación. Estaba dispuesta a salir
de allí corriendo, para dejar de sentirme tan estúpida ante la mirada de ese hombre, cuando noté como me agarraba del brazo para girarme y ofrecerme un billete de diez euros.
─ ¡Oh no! Señor no aceptamos propinas ─ Le dije algo avergonzada.
No era la primera vez que nos pasaba, pero era política de empresa y si se enteraban de que había aceptado alguna propina mi puesto corría un serio peligro
─ Gracias de todos modos ─ contesté antes de poner mis pies en el pasillo.
─ Disculpe ─ Me dijo volviendo a hacer que su mirada y la mía se cruzaran y produciendo un escalofrío en todo mi cuerpo ─ ya que no acepta la propina, me gustaría invitarla a tomar una copa ─ Soltó como si nada, agarrando mi mano y besándola como buen un caballero inglés.
─ De verdad que le agradezco mucho todo…
─ Pedro ─ Me interrumpió para decirme su nombre
─ Pues eso ,Pedro, le agradezco su gentileza pero no puedo aceptar su oferta ─ dije acelerando mi paso antes de que me diera un infarto, ya que mi pulso comenzó a dispararse como nunca antes lo había hecho
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