martes, 8 de marzo de 2016

CON UN EXTRAÑO: CAPITULO 20




Paula despidió a la penúltima paciente y fue a ver a la siguiente, alegrándose al descubrir que se trataba de Allison Cartwright. Cuando entró en la habitación, esta le mostró una sonrisa, pero la borró enseguida.


–Parece que te hubieran pegado, Joanna.


–Ha sido un día largo –contestó ella, que sentía que le habían pegado en el corazón.


Se sentó en una silla junto a la mesa donde estaba Allison, que tenía los pies hinchados apoyados en un taburete.


–¿Cómo te sientes?


–Bastante bien, salvo lo típico del embarazo. Como tú ibas retrasada me ha examinado Caroline.


–Lo siento, hoy no ando muy deprisa. ¿Algo especial?


–La verdad –empezó Allison, cuya sonrisa desapareció– es que está un poco preocupada por mi tensión.


–Tienes la tensión un poco alta pero la orina parece normal –comentó Paula después de revisar las notas–. De todos modos tienes un principio de edema. Para asegurarnos te voy a poner a reposo en cama las próximas semanas. También quiero mirarte el lunes y mientras te haremos algunos tests de laboratorio.


–¿Reposo en cama? ¿Es necesario? No me siento mal ni nada y si tengo que dejar el trabajo antes de tiempo me arriesgo a perderlo.


–Allison, sé que es duro, pero no quiero que corras el riesgo de que le pase algo a tu bebé. Puedes tener preeclampsia y no queremos arriesgarnos. Preeclampsia es una condición…


–Lo sé todo –la cortó Allison–. Mi hermana y mi madre la tuvieron. De hecho mi madre murió al dar a luz a mi hermana por una preeclampsia.


–Siento mucho oír eso, Allison –dijo Paula, cuya preocupación creció–. Y es una razón más para observarte con precaución si tienes predisposición genética.


–De acuerdo –suspiró ella–, me inventaré algo. Este bebé es muy importante para mí y no quiero correr riesgos. Después de todo, los médicos dijeron que no podría quedarme embarazada.


–Pues supongo que se equivocaron, ¿no? –dijo la comadrona con una sonrisa.


–Sí, y hablando de médicos, he hablado con el doctor Alfonso.


–¿Ah, sí?


–Sí, por teléfono, y te agradezco que le contaras mi decisión.


–¿Ha estado bien contigo?


–Sí, por lo que yo he notado.


–Me alegro –dijo Paula, que se preguntaba cómo de cooperativo se mostraría si supiera los recientes problemas de la paciente.


–Sin embargo parecía algo distraído.


–Estoy segura de que estará ocupado.


–Me ha dicho que estoy en buenas manos contigo –continuó, y sonrió–. ¿Tiene un conocimiento personal de tus manos?


–Muy graciosa, Allison.


–Lo siento, pero el día que lo vi aquí en el centro parecía que había algo entre vosotros.


–¿Qué te hace pensar eso?


–Su forma de mirarte. ¿Me vas a negar que hay algo entre vosotros?


Tras un momento de duda, Paula se dio cuenta de que podía hablar claro. Después de todo, le venía bien poder hablar con alguien. Muchas veces había estado a punto de llamar a Cassie O’Connor, pero no quería molestar a una madre de gemelos, y además en las últimas semanas había forjado una amistad con Allison. En aquellos momentos le hacía falta una amiga.


–La verdad es que vivo con Pedro.


–No tenía ni idea de que fuese tan serio.


–Solo vivo con él temporalmente, hasta que encuentre un lugar decente para mí.


–Pero hay algo más que eso, ¿no?


–Supongo que podría decirse –contestó Paula, jugando con su estetoscopio.


–¿Compartís la cama?


–Supongo que podría decirse que las cosas han ido progresando desde el punto de vista íntimo. Ahora mismo estoy bastante confusa por la situación.


–Definitivamente el sexo puede crear confusión. Desde luego cambia muchas cosas.


–Sí.


–¿Estás enamorada de él, Paula? –le preguntó Allison, que se acariciaba la tripa.


–Yo, eh, bueno, la verdad es que me gusta mucho.


–Dios, estás enamorada. ¿No te enseñaron en la escuela a no enamorarte de un médico?


Paula había jurado que nunca volvería a enamorarse, lo cual era probablemente un objetivo poco realista si no quería dejar de vivir al cien por cien. Pero desde luego no pretendía hacerlo en aquel momento, y menos de un hombre como Pedro Alfonso.


–No estoy enamorada de él –dijo, y pensó, «aún».


–¿Estás segura?


–Claro. Créeme, he trabajado con muchos médicos que son fantásticos en su trabajo, atractivos en muchos aspectos y totalmente opuestos al compromiso.


–Yo también –replicó Allison con añoranza–. Y es lo más difícil de aceptar, ¿verdad?


–Párame si me meto demasiado, pero ¿tiene algo que ver un médico en la paternidad de tu hijo?


–Sí, el padre del bebé resulta ser médico.


–¿Lo sabe?


–No, aún no –contestó una nerviosa Allison.


–¿Se lo vas a decir?


–No estoy segura. Acaba de volver después de seis meses; no sé cómo se lo tomaría y ni siquiera si querría implicarse. Ocurrió una noche, un grave error. Salvo por el embarazo; eso no lo retiraría por nada. Este bebé es un milagro.


–Ahora mismo nos concentraremos en tu salud –le dijo Paula, a quien le partía el corazón que Allison tuviera que criar a su hijo sola–. Descansa mucho, te observaremos con cuidado y por estas fechas el próximo mes ya tendrás a tu pequeño. Entonces podrás decidir qué hacer respecto al padre.


–Y a lo mejor tú también tendrás pronto lo que quieres. Sea lo que sea.


En aquellos momentos Paula solo deseaba llegar a casa y pensar en lo que debía hacer con Pedro. Al menos era viernes y no le tocaba guardia, pero tenía intención de telefonear a su hijo. Necesitaba oír su voz, hablar con él, el centro de su vida, el único hombre que debía importarle. 


Pero había algo que se mostraba evidente; a pesar de cómo la había enojado por la mañana, Pedro Alfonso estaba empezando a importarle también. Y mucho.







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