domingo, 6 de marzo de 2016

CON UN EXTRAÑO: CAPITULO 15




La tarde del lunes siguiente Paula pensó en las dos largas noches sin descanso que había pasado, mientras se preparaba para su paciente. Había sido un día igualmente caótico. Al abrir el agua caliente de la pila de la consulta la asaltó un flash back de luces azules, manos expertas, piel desnuda y el paraíso.


Se tropezó con el tensiómetro, tiró la pizarra y volcó el café, que por suerte rodó hasta el lavabo, evitando que la moqueta se empapara, y evitándole a Paula una serie de juramentos dedicados a Pedro Alfonso.


Tenía que dejar de pensar en él y en lo que había pasado en la noche del sábado, tanto como en lo que no había pasado, que era lo único que tenía en la mente desde que se había levantado al amanecer, sola.


Suponía que debía agradecerle a Pedro que no hubiera cambiado de opinión y no hubiera ido a buscarla, pero no era así. Por poco sensato que le pareciera, lo habría recibido dentro de su cama y de su cuerpo sin pensarlo dos veces, y probablemente no sin arrepentirse.


Sí, debería estarle agradecida por haberse mantenido alejado y por haberla esquivado también el día anterior. Pero en lugar de ello, estaba frustrada y necesitada y aún lo deseaba tanto como hacía dos noches. Tanto como la primera noche cuando la había besado.


–Perdona –la interrumpió Allison Cartwright, que llamaba a la puerta abierta–. ¿Tienes un momento?


–Entra –contestó Paula mientras se secaba las manos, deseando poder deshacerse con la misma facilidad de los pensamientos sobre Pedro–. Mi próxima paciente no llega hasta dentro de diez minutos. ¿Qué pasa?


Allison entró a zancadas y dejó caer su ligero cuerpo en una silla, soltó un suspiro forzado y estiró las largas piernas.


–Se me están empezando a hinchar los pies y las caderas están tomando proporciones peligrosas, y voy al baño cada cuarto de hora porque creo que el niño está sentado en mi vejiga. Pero está bien, porque en unas seis semanas lo tendré aquí y le perdonaré todo.


–¿Sigues convencida de que es niño?


–Me apuesto lo que quieras –dijo Allison, dándose golpecitos en la tripa–. Es tan activo que no puedo evitar pensar que va a ser futbolista.


–Siempre puedes averiguarlo con una ecografía.


–No, quiero que sea sorpresa.


–Por cierto, ¿has visto últimamente al doctor Alfonso?


–Precisamente de eso es de lo que quería hablarte, del doctor Alfonso.


Paula intentó no pulsar aún el botón de alarma interno, pero no pudo evitar preocuparse por que la gente supiera ya dónde vivía. Lo cual le pareció ridículo, pues pensó que Allison no tenía forma de saberlo ya que trabajaba al otro lado de la ciudad. A menos que se lo hubiera contado Pedro, lo cual no era probable.


–¿Qué pasa con el doctor Alfonso?


–He decidido tener el niño aquí en el centro, siempre que seas tú quien me atienda en el parto. Pero no sé cómo decírselo, ha sido tan bueno conmigo y es un gran médico, pero la verdad es que no quiero tener a mi hijo en el hospital.


–¿Estás completamente segura? –dijo Paula, después de acercarse a ella–. Me habías dicho que estabas pensando en usar la epidural y sabes que aquí no la proveemos.


–Estoy segura. Y ya no me preocupa tanto el dolor porque sé que estarás conmigo. Si te soy sincera, hay otros motivos por los que no quiero tener al niño en el Memorial.


–No tienes por qué decírmelo –dijo Paula, frunciendo el ceño–, pero ¿tiene algo que ver con el padre del bebé?


–Podría decirse –titubeó Allison–, pero preferiría no hablar más.


–Entiendo –contestó la comadrona, a quien pareció obvio que el padre trabajaba en el hospital, y se preguntó si estaría casado, lo cual le daba mucha pena, aunque le costaba creer que Allison hubiera caído en aquella trampa, pero sabía por experiencia lo persuasivos que podían ser los hombres, y lo decepcionantes–. ¿Quieres que le comunique yo al doctor Alfonso tu decisión?


–Para ser justa tengo que decírselo yo, pero si pudieras, digamos, allanarme el camino para que no le pille tan de sopetón.


–Ningún problema –dijo, aunque no le hacía gracia–. Se lo mencionaré esta noche.


–¿Esta noche?


–Eh, ah, sí –titubeó ella, que no sabía cómo salir de aquello–, si lo veo esta noche, por algún motivo. Es posible, si hay alguna razón para que lo vea esta noche.


–Creo que la comadrona protesta demasiado –dijo Allison con una sonrisa, e, inclinándose hacia delante, bajó la voz–. ¿Es tan bueno como parece?


–No lo sé –contestó ella, que estaba sudando por todo el cuello.


–¿Estás segura?


–Uy, mira –cortó Paula mirando el reloj–, va a llegar mi paciente.


–De acuerdo, enfermera Chaves –dijo Allison, que se levantó de la silla con un estilo que Paula siempre había deseado tener y se dirigió a la puerta. Rodeó el pomo con sus finos dedos y se volvió a Paula con una sonrisa ladina–, no te voy a molestar puesto que todos tenemos derecho a nuestros secretos. Pero en cuanto averigües lo bueno que es el doctor, no te olvides de contármelo.


Con aquello se marchó. Paula se resistió a echarse agua por la cara para refrescarse el repentino sudor. Entonces pensó en agua, agua relajante y caliente, burbujas enroscándose alrededor de su cuerpo, dedos suaves sobre su piel tierna…


Se llevó las manos a las mejillas como si intentara sacudirse los recuerdos, y maldijo a Pedro. Pensó que en cuanto lo viera se preocuparía por comentarle lo de Allison Cartwright. 


Y le dejaría muy claro que se habían terminado los juegos, así que sería mejor que guardara las distancias. Solo deseó recordar guardarlas ella también.






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