lunes, 1 de febrero de 2016

INCONFESABLE: CAPITULO 4





—Doble de ases.


—¿Otra vez?


—Sí, otra vez.


—Voy a tener que dejar de invitarte a mi casa, Alfonso.


—Nunca perderías la oportunidad de jugar una partida conmigo —le contestó el enorme hombre con arrogancia.


Rodolfo hizo una mueca al joven amigo de su sobrino Ricardo, que también lo era de lord Penfried, el marido de la famosa Clara Stanton, motivo por el cual su sobrino no había podido prohibir de forma tajante la amistad entre su hermana y la esposa del futuro conde.


En realidad, el marqués no le caía bien, pero era mejor tenerlo vigilado después de la información que había podido constatar gracias a esos documentos. Nunca se sabía cuándo necesitaría acercarse de nuevo a Alfonso; además del hecho de poder contar con algún aliado cuando se trataba de lidiar con Ricardo, quien no le había perdonado que se casara con la mujer de la cual él estaba enamorado. 


Aunque, claro, lo había sabido llevar con estoicismo y discreción, como era habitual en él. Su sobrino era todo un ejemplo de dignidad y saber estar, por eso él hacía todo lo posible por mostrarse indigno, y así lo fastidiaba un poco. El robarle a la mujer que pensaba convertir en condesa había sido su primera victoria en su venganza contra éste por haber nacido, ya que él podría haber heredado a su hermano y convertirse en conde si su sobrino finalmente se hubiera quedado en el vientre de su madre. Su segunda venganza, idea a la que había llegado hacía escasas horas, sería convertir en su amante a ese corderito por quien Ricardo sentía una gran devoción y cuidaba con esmero. 


Antes nunca se le había pasado por la cabeza seducir a una inocente, mucho menos si pertenecía a su familia; nunca, hasta esa noche, cuando se la encontró con tanta naturalidad dentro de aquel burdel. Ahora todo había cambiado.


Si el muy tonto supiera de las andanzas de su hermanastra…


—¿Sonríes por perder otra vez? —preguntó otro de los ocupantes de la mesa de juego


—Qué puedo hacer —se lamentó Rodolfo con resignación.


—¿Decirnos qué es lo que te hace tanta gracia? –preguntó de nuevo Alfonso con ese acento tan característico en él.


—La verdad es que tengo que hacer ciertos recados mañana. —No veía el momento de echar a aquellos dos de su casa sabiendo el tierno bocado que lo esperaba en la planta superior, bien dispuesta para recibirlo. Él se había encargado de hacer los arreglos necesarios para que Paula lo esperara con desesperación.


Sin poder evitarlo, se relamió, y Alfonso lo miró con asco. Al hombre no parecía gustarle Rodolfo, pero, aun así, insistía en mantener una relación con él.


—¡Nos echas a la calle! Vamos, hombre, si apenas llevamos unas horas —protestó el joven sentado a la izquierda de Pedro—, aún me debes la revancha; entre los dos me habéis vaciado los bolsillos. No sé de qué voy a vivir lo que resta de este mes.


—Por mí puedes quedarte con lo que me debes —le cedió el medio ruso—, y creo que es mejor que me vaya también a casa, mañana temprano quiero visitar a Penfried para que me cuente de primera mano el nuevo escándalo orquestado por su mujer. ¿Os habéis enterado de lo que ha hecho esa loca?


Al decir esto, Paula no pudo evitar sonreír. Desde luego que la vida de Julian había dado un giro desorbitado desde que aquella malcriada se cruzase en su camino. Por su parte, Rodolfo no pudo evitar mirar al enorme hombre a los ojos.


 ¿Sabría que su sobrina era la otra joven que acompañaba a la flamante esposa de Penfried en sus nuevas aventuras en burdeles? Desde luego estaba seguro de que no tardaría en descubrirlo; después de todo, era el confidente de Julian, y éste acabaría sacándole la información a su esposa. Se preguntó qué haría entonces... ¿Le hablaría a Ricardo de las aventuras de su joven hermana? No, decidió, no lo haría. Pedro no parecía ningún estúpido.


—¿Y usted? —preguntó el hombre a Rodolfo con la esperanza reflejada en su juvenil rostro.


—Yo no soy tan caritativo, Augusto, las apuestas son las apuestas y deben pagarse... —miró a Alfonso con intención, y éste se percató de que no hablaban de las ganancias de esa noche—... siempre.


—Será mejor que nos marchemos, por lo visto Rodolfo tiene planes y dinero —no se atrevió a decir «mío»— para hacerlos realidad.


—No necesito dinero, joven —le reprendió con impertinencia—, sólo que os marchéis de inmediato.


—Desde luego. —¿Había sido capaz de traer a una ramera a casa de su esposa? Pensó que Rodolfo debía de haber perdido la poca cabeza que tenía, más aun conociendo al abuelo de lady Marianne, quien no era hombre de aceptar comportamientos desviados—. Vamos, Augusto—animó al otro—, te acerco a casa, no vaya a ser que te metas en otro lugar a perder lo poco que conservas de tu pequeña asignación.





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