lunes, 1 de febrero de 2016

INCONFESABLE: CAPITULO 3




—¡Por todo lo más sagrado, Paula! —exclamó su tío Rodolfo mientras la sacaba de la casa de citas en medio del jaleo que se había montado. Menos mal que no se le había ocurrido quitarle la máscara ni el velo, al menos aún tenía una oportunidad de que nadie descubriese que ella era quien acompañaba a la escandalosa Clara en aquella audaz aventura. Su tío la agarró por el brazo y se la arrebató a Justino con gesto belicoso y ninguno de los dos se atrevió a protestar; mejor salir de allí cuanto antes. De no ser porque el marido de Clara las había descubierto observando a una pareja amancebarse tras un cristal en un cuarto secreto, haciéndose pasar por jóvenes viudas, ella estaría en ese momento camino de su casa y no aguantando a su tío.


—¿Qué le voy a decir a tu tía si llega a saberse la identidad de la joven que acompañaba a la futura condesa? Los dos vamos a encontrarnos en serios problemas.


Paula murmuró que podría empezar por explicarle a su tía Marianne qué hacía él allí, en aquel prostíbulo, cuando le había dicho a su mujer que esa noche debía viajar a Crawley a atender unos asuntos en las propiedades de su hermano Ricardo.


—¿No dices nada? —le preguntó una vez estuvieron sentados en el coche de alquiler que Justino había sido tan amable de buscar en cuanto su tío se les echó encima.


Por supuesto que el futuro duque evitó montar una escena negándose a dejarla marchar, y se la entregó a su tío sin rechistar, proveyéndolos de vehículo donde guarecerse y desaparecer de aquel lugar, a pesar de que le había parecido detectar en la clara mirada del apuesto prometido de la hermana de Clara cierto deje de rebeldía. Quizá creyese que estaba faltando a su palabra de devolverla personalmente, sana y salva, a su casa.


Pues Paula también lo pensó.


—Hip, hip.


Se tapó la boca con ambas manos en un intento de evitar seguir hipando, pero la situación se presentaba tan cómica que lo único que pudo hacer fue echarse a reír a carcajadas provocando que su tío la mirara con perplejidad. ¡Ella y Rodolfo huyendo juntos de un prostíbulo! Tío y sobrina. Si su hermano se llegaba a enterar de tal acontecimiento…


—¿Se puede saber qué te ocurre? —le preguntó éste quitándole la máscara que había conseguido mantener puesta en su rostro, incluso dentro del vehículo, para evitar ser reconocida.


—Nada, hip, nada de nada, hip, hip, ji, ji, ji.


—¡Estás borracha! —exclamó asombrado.


—Noooo, hip, hip.


El hombre la miró unos segundos como si hubiera hecho un importante descubrimiento y, asintiendo complacido, se echó a reír estrepitosamente. Llegó a la conclusión de que la pequeña, tímida y asustadiza Paula era toda una aventurera. 


¿Quién lo iba a decir? Tanto decoro, saber estar y buenos modales, para que finalmente acabase pareciéndose a su alocada madre. Asintió complacido. Después de tanto esfuerzo, resultaba que su hermano Carlos no había podido evitar que la joven se descarriase. Rodolfo era consciente de que debería sentirse ultrajado al saber que su sobrina se comportaba de tal forma, que tuviese en tan baja estima el buen nombre del condado de Hastings, que actuara de forma tan atroz para una joven inocente. Aunque, claro, después de lo visto, de quién iba acompañada y de dónde se la había encontrado, dudaba de que aún fuese poseedora de ninguna inocencia. No en vano se disponía a salir de la casa de citas de Emilia acompañada de uno de los mayores libertinos de Londres, y al parecer nadie la estaba obligando a nada, sino que iba por propia voluntad a su cita amorosa con ese hombre, y de forma apresurada.


A decir verdad, pensó hastiado, no debería preocuparse tanto ante un escándalo, ya que siempre podrían defender su inmaculado apellido alegando que ella no era realmente una Hastings, y de ahí dicho comportamiento. Era la hija de la segunda esposa de su hermano, el padre de Ricardo, y, por lo tanto, tampoco era hermana de éste. ¿Por qué preocuparse entonces por una mocosa que andaba en busca de aventuras con hombres? Decididamente la muchacha no merecía ningún desvelo por su parte.


Observando de nuevo aquel rostro, sonrosado por el alcohol, y la mirada vidriosa de Paula, esbozó una sonrisa que no presagiaba nada bueno para su sobrina, aunque para Rodolfo aquello resultara de lo más estimulante. La idea de poder llegar a una especie de trato con la chica, del cual ambos podrían salir beneficiados, empezaba a tomar forma en su mente. Él era un hombre de cuarenta años con unos apetitos normales, atado a una esposa joven que no le proporcionaba ningún placer en la cama, y a la cual debía mantener ocultas sus salidas a prostíbulos y tabernas por miedo al abuelo de ésta, ya que no quería que una conducta escandalosa por su parte hiciese que el viejo baronet, más rico que Creso, desheredara a su insulsa nieta. A la que, por cierto, tenía que empezar a atar en corto.


—¿Y tus lentes? —le preguntó amablemente cuando hubo sopesado todas las posibilidades.


Paula no percibió el cambio de actitud de su tío.


—Me las quité, hip —le contestó con una sonrisa tonta.


—¿Y puedes ver?


—No demasiado, pero algo es algo.


—Está bien —se acercó a ella rápidamente y la tomó de los brazos—, esto es lo que haremos.


Paula lo miró sin comprender.


—¿Debemos hacer algo?


—Escucha atentamente, Pau. Yo no le diré a Ricardo lo que ha ocurrido esta noche —eso sí que lo entendió, puesto que era su mayor preocupación—, si me prometes que tú no le dirás nada a tu tía sobre mí si se desvela tu intervención en este escándalo.


—Aaaahhhh… hip. —¿Por un momento pensó que su tío Rodolfo iba a proponerle algo deshonesto? Menuda tonta.


 Simplemente no quería que Marianne conociese sus andanzas por casas de mala reputación. Su tío era un mujeriego, sí, pero no un sinvergüenza. «Tu exagerada imaginación te va a meter un día en un buen lío, Paula.»


—Yo no te he visto ni te he sacado de allí. ¿Entendido?


Algo sí que entendió, pero no tenía ganas de pensar qué era.


—Sí, hip.


—Estupendo —asintió sentándose de nuevo frente a ella—. Esta noche te vendrás a mi casa. Tu tía no está, pero creo que es lo mejor después de ver cómo te las gastas, así puedo mantenerte vigilada y me aseguro de que no te metes en más problemas por el momento.


—Yo quiero irme a mi casa —protestó sin mucha convicción.


—Por supuesto, podemos llamar a la puerta y esperar a que Thomas nos abra, te vea vestida de esta guisa, almacene la información en esa cabeza que tiene y, mañana, cuando todo Londres hable del nuevo escándalo de lady Penfried, saque sus propias conclusiones acerca de la identidad de la otra joven. ¿Qué crees que pasará entonces?


Paula era consciente de que el mayordomo de casa de su hermano no la tenía en gran estima debido al escándalo en que se vio envuelto el difunto conde, su padrastro, para poder casarse con su madre. Thomas parecía vigilarla constantemente para asegurarse de que no se desviaba.


—Que se lo dirá a Ricardo de inmediato.


—Cierto. Mañana te llevaré de vuelta a casa y no se hable más —le ordenó como siempre hacía todo el mundo—, ahora te vienes conmigo. Y si no tienes sueño y lo que quieres es diversión —le hizo un guiño que, no sabía por qué, no le gustó nada de nada—, puedes acompañarme. 
Estoy esperando a unos amigos. Tal vez tu noche no te resulte tan aburrida después de todo, dependerá de ti si quieres continuar… explorando el mundo.


Paula simplemente lo miró y volvió a hipar, pero sabía que no le gustaba lo que Rodolfo tenía en mente. Su tío, a pesar de su pose seria, era todo un crápula.







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