martes, 2 de febrero de 2016

INCONFESABLE: CAPITULO 5




—Me estoy muriendo —murmuró mientras intentaba calmar las ansias en la habitación donde su tío la había dejado para que descansara. ¡Bah! Descansar. Lo que ella necesitaba era un…, no sabía qué era, pero estaba segura de que tenía mucho que ver con las imágenes de la pareja que había visto aparearse esa noche. Con ese hombre. Sentía una necesidad creciente desde su entrepierna hasta cada nervio de su cuerpo, como una explosión. Y no podía dejar de frotarse con la mano allí mismo, en el lugar exacto del que parecía nacer su anhelo.


Ahora un escalofrío, y más ardor.


Incluso se había atrevido a explorar su feminidad con un dedo, descubriendo que con ello sentía una infinita dicha, y paz. Se había dado cuenta de que estaba experimentando placer haciendo eso, y que gracias a ello también lograba calmarse un poco.


Se encontraba húmeda, excitada y anhelante.


Sabía lo que le urgía, lo que deseaba, y no tenía por qué engañarse a sí misma. ¡Un hombre, por favor! ¡Quería un hombre entre sus piernas para que calmara esa necesidad! 


Para qué engañarse. Consigo misma podía ser totalmente honesta y, siendo sincera, precisaba un, un… No podía dejar de pensar en el hombre tras los cristales en la casa de citas, ni en lo que le hacía a la mujer con la boca, con las manos, con sus partes pudendas. Aaayyy…


«Agua», pensó. Necesitaba beber más agua porque el calor era sofocante. El agua podría refrescarla y calmarla. Sobre todo calmarla.


Su tío había dejado la jarra encima del tocador. Él se lo había dicho. Y, ¿dónde estaba el tocador? Se levantó de la cama, se dirigió hacia allí y chocó con el diván. ¡Maldición! 


Se había dado un golpe en toda la espinilla… ¡Aaahhh! Otra vez esa oleada de calor. La imagen del hombre tras el cristal de la habitación del prostíbulo volvió a ella. Lo quería. Sentía hasta ganas de llorar debido a su deseo de tocarlo. Deseaba a ese hombre. Anhelaba que la besara por todo el cuerpo, cómo le gustaría que… «¡Paula, tienes que controlar el deseo!» No, esa noche no podía, esa noche quería ser una mala mujer, una prostituta, una casquivana, una perdida, lo que fuera, pero quería sentir placer con un hombre. Lo deseaba mucho, tanto que apenas podía pensar con coherencia. «Clara, ¿qué me has hecho? Te odio, al menos esta noche.»


Se quitó la bata de su tía que la criada le había traído, y se quedó sólo con el camisón de seda que se pegaba a su cuerpo de forma tan indecente que la hacía arder aún más. Se preguntó de qué color sería. Al estar tan mareada y sin sus lentes, no había podido identificar el color. Sabía que era brillante, y suave, pero nada más. ¡Y qué más daba eso en ese momento! Lo importante era intentar sosegarse. 


Encontró el mueble y la jarra a tientas. Se la llevó directamente a los labios y bebió casi todo el líquido; aunque estaba amargo para ser agua, sintió que la ayudaba a refrescarse un poco.


Un nuevo vahído.


«¡Ay, madre! ¿Qué me está pasando qué me gusta tanto?»


Necesitaba encontrar a alguien, a quien fuera, sólo sabía que era apremiante saciar sus ganas, así que salió del dormitorio sin detenerse a cubrirse con algo. No estaba para chales ni para batas, estaba muerta de calor, sofocada de deseo. Se preguntó si ése sería el comienzo de la perdición de toda mujer. Necesitaba a su tía Marianne para que se lo explicara, seguro que ella lo entendería, porque apenas era unos años mayor que la propia Paula pero ya llevaba casi un año de casada. Qué mala fortuna que no estuviera en casa. 


Buscaría a la muchacha. Sí, eso haría. Caminó en la oscuridad, apoyándose en la pared para identificar el camino, y oyó voces en la planta baja. Seguramente Rodolfo estaba con los amigos de los que le había hablado antes. 


¿Ahora qué? Amalia era como se llamaba la criada que le había traído la ropa de cama. ¿Debería despertarla y preguntarle qué hacer para intentar no morirse de deseo? 


También era joven y, seguramente, sabría lo que le estaba ocurriendo. Siempre había oído a las demás damas de mayor edad hablar de las criadas como si fuesen todas unas aventureras, así que algo debía de saber. Ni siquiera se paró a pensar en las consecuencias. Lo decidió de inmediato. Eso es lo que haría, iría a la cocina y buscaría la escalera pequeña. Podría pasar sin ser vista y buscar a la joven en las dependencias del servicio. Otra ola de calor. Se tocó un pecho a través de la fina tela y sintió cómo su piel se erizaba. Pero le gustó, vaya si le gustó. Pensó en su prometido. Si al menos hubiese ido a conocerla, podría pensar en su rostro mientras se tocaba, así no parecería tan obsceno lo que estaba haciendo con su propio cuerpo. ¿Y si su prometido no le gustaba? Esperaba que al menos no fuese muy viejo. «Ni pienses en ello, te imaginas que es el hombre tras el cristal.»







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