viernes, 5 de febrero de 2016

INCONFESABLE: CAPITULO 16





Paula había vuelto al salón, después de su encuentro en el jardín con los dos hombres, un poco alterada. Si finalmente confirmaba que lord Alfonso era él, y todo parecía indicar que iba a ser así, las cosas se iban a complicar un poco para ella, puesto que ese hombre parecía decidido a que ella notase su presencia cada vez que se encontraban. Y eso la perturbaba, porque, claro, ¡cómo para no notarla! Era el hombre más apuesto e interesante que había conocido y, en su fuero interno, le ilusionaba que pudiera ser él con quien había tenido el desliz que podría provocar su ruina. Y, si no era así, le quedaba la sensación de que parecía empecinado en formar parte de su vida desde que se conocieran formalmente. Y el recuerdo del jardín. Recordó que aquella noche, en la que se lo presentaron, había intentado un acercamiento íntimo con ella. Y luego, en las demás ocasiones en las que habían coincidido, su forma de mirarla, incluso sus intervenciones cuando estaba junto a algún hombre como si la estuviese vigilando, le hacían fantasear con que pudiera estar interesado en su persona. Si hasta pareció disgustado al verla junto a su prometido.


Tomó aire para tranquilizarse. ¿Qué podría estar pensando de ella en aquellos momentos? Después de todo era un marqués, y un hombre de la nobleza no está acostumbrado a ver a una joven dama casadera en las circunstancias en las que él se la había encontrado, y si lo estaba era porque ésta era una perdida, una mala mujer. ¡Ay, madre! Si hasta estuvo presente el día en que Ricardo la sacó de casa de Clara, completamente ebria.


—Paula, ¿dónde está Melbourne? —le preguntó su hermano sacándola de sus pensamientos, mientras se acercaba a ella junto a lady Lamarck, quien no parecía muy interesada en ella, sino, más bien, en su tío Rodolfo.


—En el jardín —le informó intentando sosegar su nerviosismo—, conversando con lord Alfonso.


—¿Alfonso? —preguntó su hermano sonriente—. Me alegro de que esté aquí. Al parecer anoche se produjo un fuego en la casa que tenía alquilada y le he ofrecido nuestra hospitalidad. —Miró a la otra mujer—. Espero que la acepte.


¿Qué?


—Es todo un detalle por su parte, lord Hastings.


Paula buscó con la mirada a Clara, con la esperanza de que la otra, en un arrebato de furia por haberla dejado sola, no se hubiese marchado. Por suerte estaba charlando con su tía Marianne, mientras Rodolfo la miraba a ella con una sonrisa que no le gustó nada. La escudriñaba como si conociese sus secretos. Pero ¿cómo podría conocerlos? No. Imposible. 


Debía ser otra cosa. Tal vez la miraba así por lo del burdel en el que la halló y del que la sacó enfadado. Volvió a mirar a Clara y le hizo señales con los ojos para que se acercara hacia donde se encontraba con su hermano y aquella mujer, prima de su prometido, quien, sin saber por qué, no le gustaba.


—De ninguna manera —replicó su hermano con falsa modestia—, es lo menos que puedo hacer por un buen amigo.


¿Amigo desde cuándo?


—Y usted, señorita Chaves, ¿qué opina? —La pregunta iba dirigida a ella.


¿A qué venía esa pregunta? Ricardo miró a la mujer arqueando una ceja como si la estuviera reprendiendo por algo, y Paula pensó que su hermano conocía mucho más a la fémina de lo que ella pensó en un primer momento. 


¿Sería Ricardo un mujeriego? ¿Lo sería lord Alfonso?


—Yo…, bueno, lo que mi hermano decida seguro que es lo correcto.


—Sí, pero usted tendrá su propia opinión al respecto; desearía conocerla.


¿Por qué tanto interés en ella? Finalmente, sólo se trataba de un acto de cortesía.


—Y yo creo que estás molestando a Paula, querida. —Ricardo se vio obligado a intervenir al ver la mirada que Paula le lanzó a la otra, como si fuese a mandarla al demonio de un momento a otro—. No es algo inusual hacerse cargo de un amigo que ha sufrido un percance.


—Opino que mi hermano es el cabeza de familia —miró a su hermano—, y, yo, soy una chica obediente.


—Por supuesto —asintió la mujer con una sonrisa que no llegó a sus ojos—; usted me pareció también una joven inteligente.


—Espero que no cambie de opinión porque no quiera contrariar a Ricardo. —¿Qué estaba pasando allí? ¿La estaba insultando?—. Puedo pensar que quiere que actúe contra la autoridad de lord Hastings.


—No me malinterprete, por favor —la mujer pareció recular—, le ruego que me disculpe si he podido hacerla sentir mal. Sólo quería que mantuviésemos una buena conversación. Parece usted una joven muy agradable.


Paula pensó que aquella mujer actuaba de forma muy rara: en un momento parecía querer dejar patente su superioridad con respecto a ella, y al siguiente era la humildad personificada. Pues no le agradaba. ¿Por qué diablos no se acercaba Clara?


En ese preciso instante aparecieron Melbourne y Alfonso, uniéndose al pequeño grupo del que ella formaba parte.


—Lord Alfonso —lo saludó la otra con una sonrisa coqueta adoptando un nuevo papel. Sin embargo, a Pau le pareció que a él no le agradaba la actitud entregada de ella, y eso la reconfortó—, qué alegría volver a coincidir con usted.


«Sin duda para ti lo es.» Miró de nuevo en la dirección en la que estaba Clara con su tía. Nada. O no la había visto o estaba castigándola.


—Lady Lamarck.


—Alfonso, creo que necesito que hablemos de un tema importante.


Pedro se puso en guardia ante aquellas simples palabras de Hastings, y desconfió un poco. ¿Sabría ya de sus escarceos con su hermanastra y pretendía una compensación? 


Después de todo, hasta él sabía que sería lo correcto, y él era marqués y con una ascendencia que Ricardo conocía, debido a que trabajaba para el Ministerio. Ricardo no era ningún tonto, un cuñado como él sería muy apreciado.


En un acto involuntario miró a Paula, esperando algún indicio de lo que sería una charla para restituir el honor de la ligera muchacha; no obstante, su actitud era la habitual
con respecto a él. Lo ignoraba. Apretó los dientes por no apretar el delicado cuello hasta obligarla a mirarlo y a reconocer lo que habían compartido. No una, sino dos veces. No le gustaba lo más mínimo que lo tratase como a un simple conocido. Como a un don nadie. Esa muchacha actuaba siempre como si él fuese un hombre que no se debía tener en cuenta y eso lo desquiciaba. Por lo visto a ella le daba igual lo que él sintiera o deseara, lo utilizó sin más, y lo desechó, y ahora iba buscando otro juguete. No podía ser otro el motivo de verla siempre con algún hombre, apartada de los demás, en actitud cómplice.


—Creo que lady Penfried me llama, tenemos que elegir los lazos para nuestro nuevo sombrero. —Lo dijo sin pensar. 


Sólo necesitaba alejarse de allí, salir fuera del alcance de la penetrante mirada de lord Alfonso.


Ricardo se percató del embuste de su hermana, puesto que le había restringido las compras, castigo también de la cogorza que se pilló, pero no dijo nada, simplemente la dejó marchar junto a la atolondrada esposa de Julian. Sin embargo, de lo que no se dio cuenta, y era mejor así, fue de cómo Alfonso siguió con la mirada los andares de Paula cuando ésta se dirigió al encuentro de la rubia, desapareciendo instantes después con ella.


Quien sí pareció darse cuenta fue la otra mujer que se encontraba junto a ellos.


—Primo, ¿puedes acompañarme al hotel? —pidió a Melbourne, quien la miró intrigado. Tenían un plan que llevar a cabo, pero si Alfonso no jugaba el papel que querían adjudicarle, éste no podía ejecutarse.


Si Pedro se dio cuenta de que algo estaba fraguándose a su alrededor con aquellos dos como principales protagonistas, decidió no hacer ningún comentario al respecto. Ya era la segunda vez que se cruzaba con lady Lamarck, y ésta, desde un primer momento, había dejado patente su interés por mantener una relación con él, a diferencia de Paula, que hacía todo lo posible, habido y por haber, por quitarse de en medio cada vez que se encontraban.



****

—Estoy enfadada contigo.


—Me he dado cuenta de ello —señaló Paula mientras se sentaba en la cama de su habitación, donde había llevado a Clara para que pudieran estar a solas y lejos de oídos indiscretos.


—Pues no veo que te haya importado —protestó la otra paseándose por el dormitorio para que Pau notara su malestar—. Mientras flirteabas con ese Melbourne, tu hermano no ha dejado de hacerme sentir que no soy bien recibida en su casa. Ni siquiera las oportunas intervenciones de tu tía lo han hecho comportarse debidamente.


Paula no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa.


—Lo siento, créeme —se disculpó. En realidad no lo sentía, le hacía gracia que su hermano Ricardo fuese inmune a los embelesos de Clara para conseguir que los hombres corriesen a cumplir cualquiera de sus deseos, aunque tampoco le gustaba que éste se mostrase tan hosco con ella.


—Dejémoslo, porque lo peor ha sido tu tío —resopló sentándose junto a ella en el lecho—, ¡ese viejo verde!


—¡Clara! —exclamó entre risas, aunque ella últimamente venía pensando lo mismo y, después de su encuentro amoroso con ese hombre, donde había conocido la intimidad entre hombre y mujer, se preguntaba cómo Marianne soportaba las atenciones de Rodolfo sin sentir ganas de vomitar.


—Lo es —le dijo seria—, no ha dejado de hacerme insinuaciones deshonestas sin importarle que su mujer estuviera sentada junto a él.


—¿Qué tipo de insinuaciones? —le preguntó Paula haciéndose una ligera idea de qué podría haberle dicho. 


Posiblemente, lo mismo que a ella.


—Tu hermano y Marianne tienen algo. —Clara cambió de tema intencionadamente. Lo hacía cuando no quería seguir con una conversación que no le interesaba.


Ella se puso como un tomate maduro ante dicha afirmación y negó enérgicamente con la cabeza. Nunca lo reconocería, hacerlo sería poner en un aprieto a su hermano y a su tía, ni siquiera reconocería saberlo delante de ellos.


—Imposible —mintió, y su amiga la conocía lo suficiente como para saberlo.


—Estoy convencida —insistió la otra—. ¿Tú no te has dado cuenta de cómo se miran? —le preguntó con ese tono que quería decir: «Sé que lo sabes, pero no me lo dirás»—. Hasta tu tío debe de saberlo, estoy segura. Ese cerdo libidinoso... ten cuidado con él, tampoco me gusta cómo te mira.


—No sé de dónde sacas lo de Ricardo y Marianne. —Tenía que quitarle esa idea de la cabeza. Ella los había descubierto, pero no tenía por qué saberlo nadie más, si no el escándalo sería aún mayor que el que provocaron su madre y el padre de Ricardo, y eso destrozaría a su hermano—. Es totalmente inconcebible. ¿Todavía no te has dado cuenta de lo importantes que son la reputación y las buenas formas para Hastings?


—Podrán intentar engañar al resto —le dijo mientras se metía en la boca uno de los bocadillos que habían cogido de las cocinas mientras se dirigían al dormitorio de Pau—, pero no a mí.


—¿Qué es lo que te ha dicho mi tío? —intentó volver al tema principal.


—Bah —repuso haciendo un gesto de desprecio—, me ha dado a entender que él estaría dispuesto a satisfacerme si no obtengo en casa lo que necesito.


Paula abrió los ojos tanto como pudo. ¡Qué descaro tenía Rodolfo! Clara era una dama, además de su amiga, pero sobre todo era la esposa de un futuro conde e importante hombre de negocios. ¿Es que se había vuelto loco? No, definitivamente, no, es que era un sinvergüenza.


—Y tú, ¿qué le has contestado?


—Que primero me meto a trabajar en casa de Emilia.


Paula rompió a reír sin poder evitarlo; a mandíbula batiente, con ganas y sin ningún tipo de reparo mientras le daba una palmadita en la espalda a la otra para apoyarla por su ocurrencia.


—Clara —le dijo aún con lágrimas en los ojos—, ¿te he dicho alguna vez cuánto agradezco tenerte en mi vida?


La rubia la miró con picardía.


—Normalmente me dices todo lo contrario. —Le dedicó una deslumbrante sonrisa antes de volver a ponerse seria—. Quiero que te cuides de tu tío —la previno adoptando esa pose de matrona tan peculiar—, no te quedes nunca a solas con él. Podría intentar sobrepasarse contigo.


—No te preocupes por eso, no se atrevería a pasar de vagas insinuaciones. Ricardo sería capaz de matarlo.


—Insisto, Pau —le dijo seria—, no te quedes a solas con él. Después de todo, no es tu tío, sino el de Hastings, y algo me dice que no tendría reparos en aprovecharse de ti. Si no hubieras descrito al hombre de esa noche como alguien fuerte y alto, y sin barba, hubiese creído que podría tratarse de él.


Ella miró a su amiga y vio verdadera preocupación en su verde mirada, por lo que asintió lentamente. Menos mal que podía recordar algo de ese hombre, si no también ella lo hubiese creído.


—No tienes que preocuparte por eso.


—Y hablando de tu amante —le recordó—, ¿has pensado en la posibilidad de que se trate de Alfonso?


¿Qué si lo había pensado? Constantemente, al menos desde el momento en que se lo encontraron en casa de Rodolfo. Se limitó a asentir, ruborizándose.


—Pues tienes que hablar con él, debes asegurarte de que sea él, ¿quién más podría ser? Queda descartado Rodolfo y su ayudante, Carter; el anciano mayordomo no puede ser y, a no ser que esa noche hubiese más hombres en la casa, sólo nos queda Alfonso. Debes hacerlo —le ordenó—, hoy mismo.


—Como si fuera tan fácil. ¿Y si no es él? ¿Qué va a pensar de mi, entonces? —En realidad lo que le daba miedo era que sí lo fuera, porque en ese momento sabría que el hombre de aquella noche tenía el rostro del hombre que la atraía y ponía nerviosa. Que la encendía.


—No tienes más opción.


—Podría esperar un poco; si fuera él, ¿no habría dicho algo ya?


—Por supuesto —replicó Clara alzando las cejas—, y hacerlo sería como estar pidiéndote matrimonio. Para él es más fácil actuar como si no hubiese ocurrido. Después de todo, es un hombre.


—Pero si lo hago —Paula no estaba segura de que Clara tuviese razón—, puede pensar que estoy intentando atraparlo, obligándolo a que se case conmigo por algo que yo provoqué.


—No creo que lo obligaras a nada. Además, yo lo hice —le dijo arrogante—, y no ha salido tan mal después de todo.


—Clara, perdóname por decirte esto, pero no voy a obligar a nadie a casarse conmigo porque yo me haya comportado de forma inconsciente.


—Pues te equivocas —refunfuñó la rubia.


—Tal vez —contestó enfadada porque no la comprendiese.


Ella, al contrario que su amiga, no se consideraba una beldad ni el centro del universo; no era más que una joven un poco agraciada, con una belleza que no sobresalía como la de la otra, que necesitaba lentes debido a su corta visión, y que se sentía mal haciéndole daño a los demás, de ahí que normalmente accediera a someterse a los caprichos de los otros. En especial de Clara. Pero no iba a chantajear a nadie para que se casara con ella. De eso sí que estaba segura—. Sin embargo, no voy a hacerlo.


—Bien, entonces, como veo que no piensas hacer nada —le reprochó—, sino que simplemente te vas a quedar esperando a ver pasar el tiempo, y, si tienes suerte y no se te hincha el vientre —Pau la golpeó con la almohada por ser tan insensible—, te casarás con ese aburrido de Melbourne para hacer feliz a tu hermano, escucha lo que te voy a decir.


—Puedes ser muy cruel a veces.


Clara alzó la barbilla.


—Te doy hasta mañana por la noche.


—No pienso hacer lo que tú quieras —contestó cruzándose de brazos.


—Si no has hablado con Alfonso para entonces, lo haré yo. —La miró decidida—. O averiguas por ti misma si es el hombre que dejaste que te tomara en una cocina, o se lo
preguntaré directamente.


—¿Me estás chantajeando? —le preguntó furiosa.



—Puedes llamarlo como quieras, y que sepas que lo hago por tu bien.


—Aún me cuesta creer que Julian acabara enamorándose de ti —soltó para lastimarla, pero al parecer a la otra no le importó—. ¿Se supone que tengo que ir a buscarlo a su habitación y preguntarle si se acostó conmigo?


—La forma como lo hagas es cosa tuya —se levantó de la cama, se dirigió al secreter de Pau y empezó a husmear—, pero, teniendo en cuenta que va a pasar unos días aquí, es una buena opción, y que quede claro que lo hago por tu bien. Nada me gustaría más que verte casada con Pedro.


Y a quién no.


—Será mejor que te marches o acabaré matándote.


—¿Qué es esto? Parecen documentos muy antiguos. —Clara tomó el sobre que contenía los papeles con la intención de abrirlo y leer su contenido.


—¡Deja eso! —exclamó Paula enfadada—. No es mío, Amalia lo trajo por error, iban en el abrigo de mi tío, pero cuando le dije a Nadia que devolviera la prenda, esto debió de caerse. Estoy buscando el momento adecuado para devolvérselos.


—¿Son de tu tío? —preguntó—. Razón de más para leerlos.
Intentó quitarle a Paula el sobre, pero ésta la empujó hacia la puerta y la obligó a marcharse entre réplicas y reproches; sin embargo, antes de irse le recordó que, si no hablaba con Alfonso, lo haría ella misma.


Cuando se hubo marchado, Paula suspiró aliviada. A veces era toda una hazaña lidiar con Clara. Miró el sobre que contenía los documentos que su amiga había intentado leer, y dudó intentando decidirse entre si debía leerlos o no. 


Sentía curiosidad, sí, pero sabía que estaba mal leer los secretos de los demás. Se humedeció el labio inferior, nerviosa, preguntándose por qué no debería hacerlo. Y llegó a la conclusión de que su tío no era una persona que mereciese un trato correcto. Cuando se dispuso a abrirlo, el título del marqués de Alfonso llamó su atención, y soltó los papeles como si le quemaran.


De nuevo él.


Tendría que buscar la manera de abordar a lord Alfonso antes de que Clara decidiera hacerlo ella misma, metiéndola en algún problema mayor.


Pero ¿cómo?



***


—¿Has conseguido algo? —le preguntó la mujer a Melbourne.


—No —negó éste—, he intentado acercarme a él y ganarme su confianza como un amigo, a pesar de que muestra demasiado interés en mi prometida.


—Yo también me he dado cuenta de ello —convino Leticia mientras le servía al hombre una copa de Jerez y hacía lo propio para ella misma—, por ese motivo creo que no me presta demasiada atención a mí, lo cual es una 
complicación, porque necesito acceder a esos documentos.


—¿Estamos seguros de que los conserva en su poder?


—Hasta ahora nada parece indicar que no sea así —le explico Leticia.


Leticia había intentado acercarse al marqués aprovechando sus encantos. Era muy hermosa, y rica, y no tenía reparos en utilizar su cuerpo para obtener lo que necesitaba, además de que gracias a su trabajo se le abrían puertas que nunca imaginó. Cuando accedió a trabajar para ellos, aquello lo tuvo muy presente, así como el hecho de que, si era preciso, tendría que acostarse con alguna de sus víctimas, para lo que se preparó a conciencia. Sin embargo, lord Alfonso estaba resultando ser un hombre muy esquivo. Ella hubiera jurado que era un mujeriego consumado; no obstante, desde la noche que le perdió la pista en casa del tío de Hastings, no parecía interesado en ninguna fémina, ninguna a excepción de Paula Chaves, la prometida de Melbourne. 


Aunque, claro, ella no pensaba hablarle mal de la joven a su compañero. Lo sabía porque a ella nunca se le escapaba un detalle en cuanto a los intereses de sus víctimas, y Alfonso estaba demasiado pendiente de la joven prometida de éste como para prestarle atención a ninguna otra mujer.


—Ya los busqué en su casa —dijo mientras le daba un sorbo al exquisito néctar—, pero no pude conseguir nada, además de que había alguien más allí buscando los documentos, antes de que se produjese el incendio.


—¿No tienes alguna idea de cómo pudo suceder? —Leticia tenía que enviar un informe de sus avances de forma regular.


—Lo cierto es que no —confesó—, aunque he pensado mucho en ello, y creo que alguien prefiere destruirlo todo antes de que demos con la prueba que buscamos.


—¿El propio Alfonso?


—No lo creo. —Melbourne dudaba de que Alfonso hubiese incendiado su casa, aunque fuese de alquiler—. Hay alguien más interesado en esos papeles. Creo que debe ser la misma persona que ha provocado los accidentes del marqués.


—Y no tienes idea de quién puede ser, ¿no? —preguntó la mujer con fastidio.


—Yo no —le explicó Melbourne—, pero creo que él tiene sus sospechas, y estoy seguro de que Hastings lo está ayudando, aunque no sé en qué.


—Entonces tienes que hablar con Ricardo —le ordenó la mujer—, es hora de que nos preste de nuevo un servicio.




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