domingo, 21 de febrero de 2016

ANIVERSARIO: CAPITULO 22




Durante todo el camino de vuelta a Chaves, Paula estuvo reflexionando sobre la conversación que había mantenido con la madre de Pedro. Aquella mujer estaba intentando decirle algo, pero Paula no tenía idea de lo que podía ser.


Al llegar a su casa, descubrió con sorpresa y placer que estaba allí el jeep de Pedro, aparcado frente al criadero de avestruces.


Paula aparcó la camioneta, y fue rápidamente a buscarlo. Lo encontró limpiando la jaula de los polluelos.


—Chico, me alegro de verte.


Pedro le devolvió la sonrisa, pero no sin cierta reserva.


—He ido a buscarte a tu casa.


—¿Sí? ¿Y por qué?


A Paula le sorprendió constatar la pérdida de su antigua camaradería. Era evidente que tenía algo que ver con el hecho de que la hubieran elegido como finalista, pero no conseguía comprender la relación que había entre los dos acontecimientos.


—Tenemos que hablar sobre lo que vamos a hacer con los polluelos —comentó Paula.


—Sí, los polluelos requieren nuevas atenciones, y además creo que hay otro a punto de salir del cascarón. He estado hablando con el criador que nos vendió a los adultos, y me ha dicho que un noventa por ciento de los polluelos rompen el cascarón por la noche.


—Oh, genial —lo último que necesitaba Paula era pasar más noches en vela—.Pedro, quiero hablar contigo.


—Bien —comentó él mientras cerraba un bote de desinfectante—. Yo quiero enseñarte a cuidar a los polluelos.


Paula abrió la boca para protestar, pero no lo hizo.


—La limpieza es lo más importante, sobre todo cuando estén en el corral al aire libre. Hay que evitar que se coman sus propios excrementos.


Paula arrugó la nariz.


—Alguien tendrá que ocuparse de estar pendiente de ellos al mediodía. ¿Crees que podrás hacerlo tú? —le dirigió una mirada claramente desafiante.


—No —contestó Paula—. Pedro, sólo tengo tres semanas para preparar los diseños que tengo que enviar a París, y todavía no he empezado a hacer nada. De hecho, voy a tener que ir a Nueva York para ver tejidos y contrastar mis ideas — acababa de decidirlo en ese momento. Necesitaba algunas telas que sólo podía conseguir en Nueva York,


—Ya entiendo —se volvió hacia los polluelos, dándole la espalda a Paula.


Aquella actitud la molestó profundamente.


—Pues a mí me parece que no lo entiendes en absoluto. Yo pensaba que te alegrarías por mí, pero es evidente que no. Y me duele, Pedro. Yo creía que éramos amigos.


Pedro se volvió y Paula se estremeció al advertir la frialdad de su mirada.


—Yo pensaba que éramos más que amigos.


Y Paula debería haberse dado cuenta de ello. De hecho, tenía que reconocer que aunque no hubiera querido admitirlo, ella también sabía que eran más que amigos.


Se le llenaron los ojos de lágrimas. Ella no quería que fueran más que amigos.


Por mucho que lo deseara, sabía que no podían ser nada más.


—Paula —Pedro suavizó su expresión y le dirigió una mirada cargada de cariño.


—No —susurró Paula sacudiendo la cabeza. Eso era lo que había estado intentando decirle la madre de Pedro: su hijo estaba enamorado de ella.


—Paula, nada ha cambiado. Yo…


—¡Claro que ha cambiado todo! Tú ya no quieres que vaya a París —esperaba que lo negara. Aunque no le hubiera creído, esperaba que al menos intentara negarlo.


—Supongo que había llegado a pensar que ya no querías ir a París.


Sin darse cuenta, Pedro acababa de sacar a la luz los temores secretos de su amiga. Paula temía enamorarse de Pedro porque entonces no querría ir a París para no
alejarse de él.


Y ella quería ir a París. Tenía que hacerlo.


Se llevó la mano a los labios, temiendo que escapara alguna palabra equivocada de sus labios, temiendo confesar que ella también lo amaba.


Pedro debió adivinar algo en su mirada porque sonrió.


—Paula —se acercó hacia ella.


Pero la joven, presa de un pánico irracional, dio media vuelta y salió corriendo de los criaderos para distanciarse todo lo posible del ranchero que tanto la amaba.





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