sábado, 20 de febrero de 2016

ANIVERSARIO: CAPITULO 16








Ocuparse de dar de comer a las avestruces no fue tan terrible como pensaba, decidió Paula después de haberlo hecho durante varios días. El único problema era
que no tenía oportunidad de ver a Pedro.


Desde luego, haberse ofrecido como voluntaria para hacer ese trabajo no iba a ayudarla a consolidar su relación con él. Aunque tampoco estaba tan impaciente por verlo como en otras ocasiones. No sabía qué demonios le iba a decir. 


¿Cómo iba a explicarle la razón por la que lo había besado cuando pensaba que estaba dormido?
¿Y cómo iba él a explicarle que se había hecho el dormido?


Paula sonrió. Seguro que Pedro también estaba pensando en ella.


Y al día siguiente pudo comprobarlo cuando el ranchero de turno llegó con una bolsa llena de provisiones, entre las que no faltaba la leche. También le entregó un libro con el código de circulación de Texas, para que pudiera estudiarlo y presentarse al examen de conducir.


Durante los días siguientes, Paula se dedicó a conducir, a estudiar el código, terminar de tapizar el sillón y empezar a coser las cortinas. Por las noches, se dedicaba a dibujar diferentes versiones del vestido que había imaginado, pero por el momento ninguna le resultaba satisfactoria.


Todo lo que había diseñado en el pasado lo había dado rápidamente a conocer, algo imprescindible para cualquier diseñador. La forma más rápida de hacerse con una clientela era conseguir que alguna celebridad vistiera una de sus creaciones en público. Y, por su parte, las celebridades estaban ansiosas por destacar en medio de cualquier multitud, de modo que Paula había diseñado siempre vestidos que pudieran llamar la atención en medio de un mar de gente.


Pero en los alrededores del rancho no había ninguna multitud. La vida era mucho más tranquila, más elemental; en ella se respiraba un tipo diferente de energía.


Paula estudió los diseños que tenía extendidos por la mesa de la cocina. Había intentado diseñar diferentes vestidos para quedarse al final con el que más le llamara la atención. 


De momento, del que más satisfecha estaba era de uno negro con una enorme estrella de lamé plateado en el hombro. Había otro de color violeta con galones de tela colgando del corpiño y estrellas de plata al final de la falda que también era bastante llamativo.


En cualquier caso, tendría que dejar de pensar en ello por el momento. Había llegado el momento de meterse en la cama. 


Tenía que levantarse temprano para alimentar a Phineas y a Phoebe.


La alfombra y la nueva pareja de avestruces llegaron el mismo día y prácticamente al mismo tiempo.


El primero en llegar fue un camión, seguido por el jeep de Pedro tras el que entró una furgoneta marrón en la que llegaba la alfombra. De modo que Paula y Pedro sólo
pudieron intercambiar un rápido saludo antes de dedicarse cada uno a lo suyo.


Paula entró rápidamente en la casa y estuvo empujando los muebles del cuarto de estar para dejar sitio para la alfombra. 


El conductor de la camioneta esperó a que terminara para entregarle el recibo de entrega. Mientras lo firmaba, la joven esperaba que se ofreciera ayudarla a mover los muebles y desenrollar la alfombra, pero, para su desgracia, él no dijo nada.


Después de apartar la alfombra vieja, tuvo que luchar contra la nueva. Para empezar, se dedicó a quitar el papel que la envolvía; cuando acabó, se volvió para dejarlo en una esquina y al ver una sombra en la puerta se quedó completamente paralizada.


—¡Me has asustado! —exclamó al reconocer a Pedro.


—He estado llamando, pero me temo que no me has oído —respondió él con una sonrisa. Se quitó el sombrero y lo dejó en el perchero del vestíbulo antes de entrar—. Parece que necesitas ayuda.


—Me gustaría fingir que soy grande, fuerte y completamente independiente, y decirte que volvieras a ocuparte de las avestruces, pero la verdad es que sí, necesito ayuda —admitió—. Quiero que me ayudes a colocar esta alfombra.


—Para eso he venido.


—¿De verdad?


—Para eso he venido, bueno, y también para presentarte a la nueva pareja de avestruces.


Paula chasqueó los dedos.


—Ya sabía yo que tenía que haber algo más.


Pedro la miró con el ceño fruncido.


—Si prefieres que…


Pedro. Era una broma —lo agarró del brazo—. Además, estoy deseando conocer a los nuevos pájaros —estaba terminando de hablar cuando empezó a ser consciente de la fuerza de los músculos de Pedro bajo sus dedos. «Dios mío», se dijo, era sorprendente la capacidad que tenía de afectarle incluso un contacto tan leve.


—Bueno —comentó, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón para evitar tentaciones—. Vamos a desenrollar la alfombra y a comprobar si los colores realmente sintonizan.


—¿Quieres decir que podrían no hacerlo? —parecía tan extrañado que Paula soltó una carcajada.


—Compré las telas y la alfombra fiándome de las muestras de tejidos de una fábrica de Nueva York, pero nunca se sabe si realmente van a encajar hasta que no ves las cosas en su sitio.


—Entonces, vamos a colocarla —comentó Pedro mientras se inclinaba sobre la alfombra—. He pensado que después de enseñarte los avestruces, podría llevarte a la ciudad para que vayas a hacer el examen para el carnet de conducir. Has estado estudiando, ¿no?


—¡Sí! Pero, ¿no crees que necesito practicar algo más? No tengo ni idea de aparcar, y ni siquiera he conducido nunca en una carretera con tráfico.


Pedro se echó a reír.


—En cuanto apruebes el examen teórico, podrás examinarte cuando quieras del examen práctico, no tienes que hacerlo hoy. A no ser que también quieras probar suerte detrás del volante.


Paula se adentró en la habitación para colocar la alfombra.


—Tira un poco de allí —en cuanto estuvo en su sitio, empezaron a desenrollarla empujándola suavemente con el pie—. ¿Y qué sucedería si no aprobara el examen práctico?


Pedro se encogió de hombros.


—Podrías volver a intentarlo al cabo de un tiempo. 


Entonces, pensó Paula, quizá merecía la pena arriesgarse.


—¿Te importaría que practicáramos un poco antes de irnos? —le preguntó a Pedro.


—Me parece muy bien —aquel día parecía estar de muy buen humor, se mostraba mucho más sociable y Paula no pudo evitar preguntarse si aquel cambio de humor tendría algo que ver con el beso que habían compartido.


—¿No te quitaré demasiado tiempo? —preguntó Paula. No quería que por culpa del cansancio volviera a repetirse lo de la noche en la que se había quedado durmiendo en el sofá.


O quizá sí.


—Gracias a las horas de trabajo que me has quitado, prácticamente ya he terminado y ya no estoy tan ocupado como antes.


—Oh, estupendo. ¿Eso significa que los otros rancheros tampoco están ya tan ocupados?


—Más o menos, ¿por qué?


—Ahora que ha llegado la alfombra, me gustaría llamar a sus mujeres una tarde para que vinieran a tomar café. Desde que he llegado, sólo he conocido a la mujer de Pablo.


—Es un gesto muy amable —comentó Pedro mirándola con aprobación.


—No sólo pretendo ser amable, de hecho, lo que quiero es forzar un poco la situación. No sé qué les pasa, si es que tienen miedo de acercarse a mí o si simplemente no quieren saber nada de la nieta de Chaves. Pero el caso es que no
han sido especialmente amables conmigo, pero eso he pensado que tendría que hacer yo el primer movimiento.


Pedro la miró a los ojos y ella le sostuvo tranquilamente la mirada. Él era el único contacto que tenía con el resto de la comunidad y quería que supiera que estaba haciendo un esfuerzo por adaptarse a su nueva vida.


—No creo que pueda hacerte ningún daño —respondió Pedro, sin admitir nada.


Cuando terminaron de colocar la alfombra, Paula estudió la habitación con los brazos en jarras. La alfombra, de diseño oriental y en tonos rosados y blanco y perfiles negros encajaba perfectamente con el fondo negro y las flores rosas de las cortinas y el sofá.


—Me parece muy elegante para este viejo rancho —comentó Pedro mientras se frotaba el cuello, con un gesto muy propio de los hombres cuando se enfrentaban a algo que no comprendían—. Has tenido que hacer una gran inversión.


Paula dedujo que estaba preocupado por el dinero que se estaba gastando en decorar la casa y le explicó:
—Como soy diseñadora, tengo acceso a las tiendas al por mayor, así que las telas no me han costado mucho. La alfombra sí ha sido un poco cara, pero me resultará más fácil vender el rancho si tiene un aspecto más confortable.


Pedro se quedó mirándola fijamente.


—Yo ya te dije que nosotros te compraríamos el rancho.


—¿Y? Se supone que alguien tendrá que vivir aquí, ¿no? ¿O dónde crees que va a vivir la gente que se ocupe de atender a los avestruces?


—Sí, bueno, supongo que tienes razón.


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