viernes, 19 de febrero de 2016

ANIVERSARIO: CAPITULO 15





En cuanto sonó el despertador a la mañana siguiente, la joven lo apagó y escuchó con atención.


No se oía nada. Pedro debía de haberse ido. Quizá le hubiera dejado una nota.


Se levantó, se puso las zapatillas y salió a investigar. Al ver la colcha extendida sobre el sofá, sintió una ligera decepción. Habría jurado que Pedro no era un hombre descuidado, le parecía raro que no hubiera doblado la colcha antes de irse.


Pero cuando se acercó al sofá, se dio cuenta de que no la había doblado porque todavía estaba bajo ella. 


Completamente dormido.


Paula pestañeó.Pedro llevaba más de diez horas dormido y ella todavía no tenía corazón para despertarlo.


Le habría gustado despertarlo con un buen desayuno, pero sin leche ni huevos no sabía qué podía hacer. Bueno, por lo menos podría prepararle un café y… y ocuparse ella misma de los avestruces.


Le demostraría que no era ninguna inútil.


Volvió a su habitación a vestirse y después se dirigió hacia los criaderos.


El pienso de las avestruces estaba en unos sacos enormes. 


Arrastró uno de ellos hasta la verja del corral y sacó lo que consideraba una cantidad generosa. Phineas y Phoebe ya la habían visto. Paula no tenía ninguna intención de meterse en el corral, y tampoco quería que se acercaran demasiado a ella, así que les lanzó el pienso todo lo lejos que pudo con la esperanza de estar haciendo las cosas bien.


A continuación, añadió agua a los bebederos.


Comprobó después que la incubadora estaba funcionando y se dirigió hacia la casa sintiéndose maravillosamente realizada.


El siguiente desafío era preparar el desayuno. Después de consultar el libro de cocina, decidió hacer unas galletas para las que no se necesitaban huevos. Qué ironía.


Con un solo huevo de avestruz estarían resueltos todos sus problemas. Podría preparar tortillas para todo un ejército.


Estuvo tentada, realmente tentada, pero probablemente Pedro la estrangularía.


Se decidió por preparar el bacon que Pedro le había llevado el primer día y que hasta entonces no había utilizado.


El olor a bacon frito, mejor dicho, bacon ahumado, consiguió despertar a Pedro.


Paula no podía haber deseado una situación mejor para el reencuentro si lo que pretendía era dar la impresión de una mujer capaz de atender perfectamente las tareas domésticas de un rancho. Estaba con un delantal, preparando con el rodillo la masa para una segunda hornada de galletas cuando Pedro apareció en la cocina.


—Buenos días —saludó en tono dubitativo.


—¡Buenos días! —Exclamó Paula con entusiasmo—. ¿Te apetece un café?


—Sí, claro —y se acercó, sonriendo tímidamente, a aceptar la taza que la joven le tendía.


Paula se volvió para apartar la sartén del fuego. Esperaba que a Pedro le gustaran el bacon tostado y las galletas duras.


—¿Paula? —Pedro se pasó la mano por el pelo.



—¿Sí?


—Esto… ¿debo disculparme por algo más que por haberme quedado dormido en medio de una cena?


—No —contestó inmediatamente. Era ella la que debería disculparse por haberse aprovechado de él mientras dormía. Pero, por supuesto, no pensaba hacerlo—. Estabas muy cansado, por eso no te desperté. Espero que no te hayas
enfadado.


—No —dio un sorbo a su café—. Pero quizá sí lo esté Pablo.


—Ayer te llamó. No hay ningún problema con él.


Pedro asintió con la cabeza.


—Entonces supongo que hoy me toca a mí limpiar y dar de comer a los pájaros.


—De la comida ya me he encargado yo —había estado esperando con ansiedad el momento de decírselo.


—¿Tú les has dado de comer a las avestruces?


La joven asintió satisfecha.


—¿Esta mañana? ¿Y tú sola?


—Necesitabas dormir.


—Bueno, pues muchas gracias —se quedó mirándola fijamente, como si estuviera viéndola bajo un prisma diferente—. Estás haciendo las cosas muy bien.


Temiendo no poder contener su sonrojo, Paula decidió cambiar rápidamente de tema.


—Será mejor que nos demos prisa si no queremos que se te enfríe el desayuno.


Al final, consiguió preparar un desayuno bastante decente. 


Paula había encontrado un tarro de mermelada de moras en la cocina que hacía las galletas más digeribles y el bacon no debía estar tampoco muy mal, pues Pedro se lo comió sin
rechistar.


Después, fueron juntos a ver a Phoebe y a Phineas y Pedro continuó alabando su labor.


Paula, complacida por su aprobación tuvo un gesto de altruismo.


—Mira —empezó a decir mientras lo acompañaba hacia el jeep—. Creo que atender a las avestruces no va a llevarme tanto tiempo como pensaba. ¿Por qué no me encargo yo de darles el pienso por la noche? No me vendrá mal hacer un poco de ejercicio.


Pedro se detuvo.


—¿Estás segura, Paula? —la miró atentamente—. Puede parecerte fácil ahora, pero cuando nazcan los polluelos se va a multiplicar el trabajo.


—Todavía falta mucho para que nazcan, ¿no?


Pedro asintió con la cabeza.


—Entonces, ya hablaremos cuando llegue el momento.


—De momento te encargarás tú, y cuando lleguen los nuevos pájaros ya veremos cómo nos las arreglamos —le dirigió una sonrisa encantadora—. Gracias por todo, Paula —y se montó en el coche.


Paula estaba a punto de desmayarse. Pedro había hablado y sonreído más en una sola mañana que durante todo el tiempo que llevaba en Chaves.


Justo antes de poner el motor en marcha, chasqueó los dedos, como si acabara de acordarse de algo. Salió del vehículo, alcanzó a Paula, que ya se dirigía hacia la casa y le hizo detenerse.


—¿Se te ha olvidado algo? —le preguntó la joven.


—Esto —le enmarcó el rostro entre las manos y la besó en los labios.


Paula se quedó tan estupefacta que hasta se olvidó de devolverle el beso.


—Creo que tenemos que hacer algunos progresos en este tema, ¿no te parece? —preguntó el vaquero.


Así que lo sabía. Paula no sabía exactamente qué, pero estaba segura de que sabía algo.


Pedro se separó de ella, se llevó la mano al sombrero y guiñó el ojo. A continuación, se dirigió hacia el jeep y se marchó, dejando a Paula preguntándose en lo que ocurriría la próxima vez que se vieran.





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