viernes, 19 de febrero de 2016

ANIVERSARIO: CAPITULO 13




Conseguir averiguar el funcionamiento del surtidor y poner la camioneta en marcha, fue un motivo de intensa satisfacción para Paula. Sólo la primera vez que habían comprado uno de sus diseños había sentido algo parecido.


Estuvo conduciendo en círculos alrededor del patio. Cuando pasó cerca de Phineas y Phoebe, dio un par de bocinazos. 


Los pájaros, huyeron corriendo hasta el fondo del corral y Paula, sintiéndose culpable se dirigió hacia la zona asfaltada.


Una vez allí, continuó practicando, pensando regocijada en cómo reaccionaría Pedro cuando viera hasta qué punto había asimilado sus lecciones.


Se iba a quedar estupefacto.


Y así ocurrió.


Paula seguía conduciendo animada cuando vio que se acercaba un coche por la carretera. Nerviosa, giró la camioneta hacia un lado y la paró ya dentro de la cuneta.


Allí esperó a que Pedro pasara a su lado.


—¡Eh, mírala! —exclamó Pedro con una sonrisa radiante.


—Sí, mírame. He terminado tirada en la cuneta.


—Pero has conseguido poner en marcha ese viejo cacharro. Eso ya es algo.


Parecía tan complacido con ella que Paula no podía hacer otra cosa que responder a sus halagos. Sonrió de oreja a oreja, mientras sentía que se extendía por su cuerpo una deliciosa sensación de bienestar.


Pedro la miraba sonriente también, y Paula volvió a maravillarse de que un hombre tan rudo pudiera resultarle al mismo tiempo tan atractivo. El problema era que a él no parecían atraerle demasiado la sofisticación de una chica de la gran ciudad.


—Venga, Paula. Da la vuelta y vamos hacia el patio. Ya es hora de que aprendas a maniobrar —puso el jeep en marcha, dando por supuesto que Paula era perfectamente capaz de dar la vuelta.


Pero la verdad era que no sabía cómo hacerlo. Aquella tarde había estado dando vueltas en círculo y conduciendo hacia delante y hacia atrás. Hacer girar un vehículo tan grande ya era otra cosa.


Y para empezar, tendría que volver a la carretera.


Con mucho cuidado, pisó el acelerador, giró el volante y rió entusiasmada al conseguir sacar la camioneta de la cuneta. 


Por el espejo retrovisor, vio que Pedro había salido del jeep y la estaba contemplando apoyado contra él y con los brazos
cruzados.


Eso le puso nerviosa. No quería que presenciara su primer intento de hacer girar la furgoneta. Así que decidió hacer lo único que sabía, o sea, mover la camioneta hacia delante y hacia atrás.


—Exhibiendo tus habilidades, ¿eh? —sin dejar de sonreír, Pedro se montó con ella en la camioneta.


Aquella tarde, Pedro estuvo enseñándola a evitar diferentes obstáculos. Al cabo de una media hora, se declaró satisfecho con los progresos del día. Como no era demasiado tarde, Paula aprovechó aquella oportunidad para sugerirle:
—¿No tienes tiempo ni para una cena rápida?


Pedro miró el reloj y volvió a mirarla a ella, considerando si aceptar o no la invitación.


Paula había intentado que pareciera una invitación improvisada, porque el sencillo atún a la cazuela que había preparado no se merecía formar parte de una cena mucho más formal. Además, quería que Pedro se quedara porque le apeteciera estar con ella, y no porque se viera obligado a hacerlo.


—La cena ya está hecha, sólo tengo que meterla en el horno —le instó, al verlo vacilar—. La mesa está preparada y lo único que tengo que hacer es calentar las judías verdes —y aquella vez se había asegurado de que eran judías, y no un
alimento extraño como el quimbombó.


—Suena bien —comentó Pedro con una ligera sonrisa, y asintió—. Voy a dar de comer a los pájaros y ahora mismo vuelvo.


¡Se iba a quedar a cenar con ella! Paula corrió a la cocina. 


Había estado planificándolo aquella cena durante todo el día. 

Cuando terminaran y estuvieran tomando el café con las galletas que había preparado, otro de sus triunfos de aquel
día, le mencionaría la actitud de los otros rancheros hacia ella para ver si Pedro tenía alguna forma de explicarla.


Había llegado ya su propia vajilla, y estaba orgullosa de lo bien que le había quedado la mesa, aunque los dibujos geométricos blancos y negros quedaran un poco raro en una cocina tan campestre como aquélla.


Por miedo a que le ocurriera lo que la vez anterior, decidió olvidarse de la mesa y prestar atención a la comida. Atún con pasta, judías verdes y melocotón en almíbar.


Suspiró débilmente y sonrió. En cuanto consiguiera el carnet de conducir, podría ir a comprar ingredientes para preparar una cena con la que impresionar realmente a Pedro.


En cualquier caso, en aquella ocasión por lo menos había conseguido salvar una docena de galletas de todas las que había estado intentando hornear durante el día.


Estaba a punto de asomarse a la ventana para ver si llegaba Pedro, cuando éste apareció por la puerta de la cocina.


—Hmm, qué bien huele —dijo, mientras empujaba la puerta—. Estaré contigo en cuanto me lave —señaló con gesto de aprobación hacia la mesa y se dirigió hacia el baño.


La joven aprovechó los pocos minutos de soledad que le quedaban para controlar sus nervios.


—Me ha costado reconocer aquella habitación de allí —comentó Pedro al volver, señalando con el pulgar hacia el cuarto de estar—. ¿Has hecho todo eso tú sola?


—Sí —le contestó Paula mientras le tendía el cazo de servir—. En cuanto termine de tapizar el sofá, cambie las cortinas y llegue la alfombra que he encargado, quiero invitar a tomar café a las esposas de los rancheros. Hasta el momento sólo he tenido oportunidad de conocer a la señora Steven —hizo lo imposible para evitar que pareciera una acusación.


Pedro se sirvió una enorme cantidad de guiso. 


Evidentemente, era un optimista.


—Me parece un gesto muy amable por tu parte.


Paula lo miró ansiosa mientras Pedro probaba el guiso y suspiró aliviada al ver que la miraba con una sonrisa.


—Está bueno.


Era estúpido alegrarse por aquel comentario. ¿Qué otra cosa podía decir Pedro?


Pero cuando se terminó lo que se había servido y volvió a repetir, no pudo evitar el sentirse orgullosa.


Aquel día había conseguido sacar gasolina del surtidor, cocinar y hacer unas galletas. Tres cosas que no tenían absolutamente nada que ver con su antigua vida.
.

—¿Qué tal está yendo el rodeo? —le preguntó.


—Digamos que va.


Paula no sabía si eso significaba que la cosa iba bien o que iba mal.


—¿Y qué tal va tu trabajo? —preguntó a su vez Pedro.


El trabajo de Paula no iba de ninguna manera. No había diseñado ni cosido una sola pieza de ropa desde que había llegado.


De hecho, parecían haberle olvidado las ideas. 


Normalmente, se le ocurría una idea y al momento aparecía un diseño en su cabeza. Agarraba entonces el primer trozo de papel que encontraba disponible y lo garabateaba para repetirlo con más detalle después. Era evidente que la vida en el rancho no estaba alimentando su espíritu creador, pero todavía no quería dejarse llevar por el pánico. De momento
tenía otras cosas que hacer, como decorar su casa.


—Todavía no me he puesto a trabajar en serio —contestó—. Como ya te comenté, justo antes de venir acababa de mandar toda una serie de bocetos a París. Si quedo finalista, tendré que hacer los trajes que me encargue el comité —pero ni siquiera aquella perspectiva ayudaba a encender su imaginación. En ese momento, por ejemplo, lo único que le apetecía era estar allí, sentada en la cocina, observando a
Pedro mientras éste devoraba lo que había cocinado para él.


Le parecía inaudito que una mujer como ella pudiera llegar a sentir algo así.


Después de cenar, Paula le estuvo hablando de su trabajo, y de lo importante que era llegar a desarrollar un estilo propio.


—Yo todavía no he conseguido centrarme en una sola cosa —concluyó—, pero espero que cuando tenga oportunidad de ampliar mis estudios en París, averigüe cuál es la dirección que quiero seguir.


—¿Cuándo te enterarás de si has sido escogida fina lista?


—En julio.


—Entonces, todavía vas a tener que esperar.


Paula hizo una mueca.


—Sí, pero ya debería estar haciendo algunos diseños preliminares. Desde que te notifican que eres una de las finalistas hasta que tienes que devolver los diseños
corregidos sólo pasa un mes. Es muy poco tiempo.


—Bueno, espero que tengas suerte —comentó Pedro, mientras se limpiaba los labios con la servilleta.


—Gracias.


—Supongo que debería ir pensando en marcharme —pero no parecía que tuviera demasiadas ganas de abandonar la mesa.


—¿No quieres tomar un café y unas galletas antes de irte?


—La verdad es que no debería, pero acepto encantado —sonrió—. Prepara el café bastante fuerte.


—¿Es que hay otra forma de hacerlo?


Pedro respondió a aquel comentario con una carcajada.


—Tengo que hacer un par de llamadas —comentó mientras se levantaba—. ¿Te importa que utilice tu teléfono?


—En absoluto —Paula también se levantó—. Si te apetece, puedo servir el café en el cuarto de estar.






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