jueves, 18 de febrero de 2016

ANIVERSARIO: CAPITULO 12







Aquella tarde, estuvo peleando con la vieja camioneta de su abuelo hasta dejarla sin gasolina. Al día siguiente, se levantó temprano con intención de abordar al primero que llegara a ocuparse de los avestruces con intención de preguntarle dónde podía conseguir gasolina.


No tardó en aparecer por el rancho uno de los hombres que había acompañado Pedro en otras ocasiones, pero del que no sabía su nombre.


—¡Hola! —lo llamó en cuanto lo vio bajar de la camioneta.


Paula se acercó a él con una sonrisa.


—¿Podrías decirme dónde puedo encontrar gasolina?


Por un momento, pensó que no le iba a contestar. El hombre la miraba como si no tuviera ninguna intención de hacerlo.


—¿Ya has vaciado el depósito? —preguntó el ranchero por fin.


—Sí.


—¿Cómo es posible que el viejo Beau haya gastado tanta gasolina? La camioneta vino a nuestras casas casi al mismo tiempo, y nosotros todavía tenemos el depósito medio lleno.


—No entiendo nada. O sea, que cuando te quedas sin gasolina puedes llamar para que vengan a llenarte el depósito y, sin embargo, cada uno de nosotros tiene que encargarse de llevar su basura al vertedero. Es increíble —repuso Paula asombrada.


El ranchero se quedó mirándola en silencio, y después comentó, señalando con el dedo:
—¿Estás hablando de ese depósito?


Paula se volvió para ver lo que estaba señalando. Era un tanque redondo instalado sobre una plataforma.


—No, estoy hablando del depósito de gasolina de la camioneta.


—Puedes llenarlo con gasolina de allí —comentó el hombre, y sin más, se dirigió hacia los criaderos.


Paula estaba tan acostumbrada a considerar aquel viejo tanque como parte del paisaje que jamás se había fijado en él, y mucho menos, se había preguntado lo que contenía en su interior. Estaba detrás del garaje, al lado del tractor y otras máquinas.


Como nunca había tenido que utilizar ninguna de ellas, jamás se había acercado al tanque.


Pero ese día se acercó. Y sí, comprobó que era un tanque de gasolina, pero no parecía que fuera a servirle de mucho. No sabía cómo utilizarlo y no había por ninguna parte un listado de instrucciones.


Paula suspiró. Sabía que no podía pedirle al ranchero que acababa de llegar que le echara una mano.


De modo que se juró que, aunque fuera lo último que hiciera en su vida, iba averiguar cómo demonios podía llenar de gasolina una de las muchas latas que había al rededor del garaje, echaría parte del combustible en el depósito de la camioneta y a continuación acercaría la camioneta hasta el tanque para llenar completamente el depósito.


Con un poco de suerte, ni chocaría con el tanque ni saldría volando por culpa de una explosión.


Sabía que podía hacerlo. Era una mujer fuerte y no le faltaba determinación.


Era toda una Chaves.


Así que agarró una de las latas y puso otras debajo por si la llenaba muy rápidamente. Pero no hubo suerte. No había forma de hacer funcionar el surtidor.


Después de quedarse mirándolo perpleja durante algunos segundos, dejó la lata en el suelo y se dirigió hacia la casa. 


Era un buen momento para hablar con la señora Steven sobre las gallinas y evitar montar un espectáculo delante del ranchero que había ido a atender a los avestruces aquella mañana.


Pedro le había entregado a Paula una lista con todos los teléfonos de los ranchos vecinos, así que no le costó nada buscar el número y marcarlo.


—¿Diga? —contestó la señora Steven. Parecía que había tenido que ir corriendo a contestar el teléfono.


—Hola, soy Paula Chaves.


—¿Sí?


Parecía impaciente y Paula se recordó una vez más que aquella era una época de mucho trabajo en los ranchos.


—Te llamaba por el asunto de los huevos. Quedamos en que podía quedarme con parte de los que pusieran las gallinas que te di, ¿te acuerdas?


—Claro, Paula. Puedes venir a recogerlos cuando te apetezca.


—De acuerdo, pero probablemente sea Pedro el que vaya a buscarlos.


—¿Pedro? Por el amor de Dios, con lo ocupado que está, cómo va a encargarse de venir a buscar los huevos.


—Bueno, no voy a pedirle que vaya expresamente a eso —Paula no quería decirle que ella no tenía forma de ir hasta su rancho. Al fin y al cabo, eso era problema suyo—. Entonces… ¿cuántos huevos me corresponden?


—¿Cuántos necesitas? —preguntó rápidamente la otra mujer.


Estaba impacientándose. Paula no podía ignorar el deje ligeramente afilado de su voz.


—Con una docena me bastará.


—De acuerdo. ¿Algo más?


—No, nada más —contestó, y colgó cuidadosamente el teléfono.


Se acercó a la ventana y se quedó mirando hacia el exterior, 


Al poco tiempo, vio que el ranchero se marchaba. Ni siquiera se molestó en comprobar si al final había conseguido sacar gasolina del tanque.


A los pocos segundos, Paula volvía a estar completamente sola.


Al igual que se había repetido ya cientos de veces, se dijo que todo el mundo estaba muy ocupado, pero eso no la hacía sentirse mejor.


Aquella gente se comportaba como si estuviera enfadada con ella, y no conseguía comprender por qué. No entendían que no estuvieran preocupados por hacer que su estancia en el rancho fuera lo más cómoda y feliz posible.


Al fin y al cabo, ella tenía parte de su futuro entre sus manos.
Iba a tener que hablar con Pedro de la hostilidad que mostraban los rancheros hacia ella. Y tendría que hacerlo pronto.


Pero antes, aprendería a conducir.






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