sábado, 23 de enero de 2016

UNA NOVIA DIFERENTE: CAPITULO 14





Paula entró en la mansión convencida de que nunca podría sentirse cómoda en un entorno tan fastuoso. El salón de baile de Mandeville parecía sacado de un cuento de hadas, y las paredes exhibían una colección de arte digna de un museo. Por no hablar de la espectacular sala de ocio con piscina incluida en la planta baja. Pero en menos de tres semanas se había acostumbrado al lujo y la elegancia con una facilidad sorprendente.


El problema era otro... No podía comparar lo que sería criar a un niño en aquel lugar con lo que sería hacerlo en su minúsculo apartamento, y no solo por la cuestión del dinero. 


El amor y la seguridad eran lo que realmente importaba.


Pero Pedro sería un buen padre. No solo por su deseo de serlo; tenía mucho que dar. Al verlo con su hermanastra, quien era obvio que lo adoraba y respetaba, se dio cuenta de lo equivocada que había estado al prejuzgarlo.


Y cuanto más tiempo pasaba a su lado más se enamoraba de él. El sentimiento era tan intenso que a veces tenía que esconderse en un rincón para llorar, aunque tal vez fuera una reacción hormonal.


Sabía que estaba embarazada. Lo sabía desde hacía una semana. No sufría náuseas matutinas, gracias a Dios, pero había renunciado por completo al café y tenía los pechos más sensibles.


No se lo había dicho a Pedro, quien no se fiaba de los tests caseros e insistía en que la viera un especialista de Harley Street. No había ninguna necesidad, pero ella no intentó disuadirlo.


La relación entre ambos era buena... demasiado buena. No habían discutido ni una sola vez ni habían tenido el menor problema. Todo era demasiado correcto, demasiado... irreal.


 A veces tenía la sensación de estar interpretando un papel.


El único momento que parecía normal era cuando estaban en la cama. Allí dejaban a un lado la rígida cortesía y se abandonaban a una pasión salvaje. Si no fuera por esas noches, Paula no podría haber continuado con la farsa.


Vivía por y para el sexo. Tal vez no fuera saludable, pero sería divertido mientras durase. La pregunta era: ¿hasta cuándo duraría? Cuando todo acabara, el único vínculo que habría entre ellos sería un niño.


Pedro, que había intentado relajarse en una silla junto a Paula, se puso en pie cuando el especialista volvió a entrar en la consulta.


–Enhorabuena.


Estaba de espaldas a Paula, por lo que ella no podía ver su expresión, solo advirtió la tensión en sus anchos hombros. 


Pedro estrechó la mano del doctor y ayudó a Paula a levantarse, como si ya tuviera problemas para moverse.


En el coche no dijo nada hasta que llegaron a Mandeville.


–¿Cómo estás?


Ella no respondió.


–¿Contenta... triste... furiosa...?


–Ya lo sabía –admitió ella.


Él la miró un momento antes de explotar.


–¿Y por qué demonios no me lo dijiste?


–¡Porque no me habrías creído! –espetó, sintiendo cómo reaparecía la tensión que había estado ausente en las últimas semanas.


Él agachó la cabeza, ocultando el rostro, pero sus hombros oscilaron visiblemente al respirar hondo. Cuando volvió a levantar la cabeza su expresión era... simpática.


–Tienes razón... Lo siento.


Paula intentó reprimir su decepción, sin éxito.


–Seguramente es culpa mía.


Pedro se mordió la lengua al oírla hablar con aquel tono abatido. No sabía cuánto podría seguir soportándolo.


Por más que lo intentaba, más distante parecía ella. Pedro se había desvivido para intentar demostrarle que la convivencia no tenía por qué ser una batalla continua, pero ella no parecía apreciar sus esfuerzos. De no ser por el insaciable deseo que le mostraba en la cama habría pensado que le era totalmente indiferente.


–Estaba pensando que ahora estamos oficialmente casados, no de manera temporal.


«Como habría sido si no me hubiera quedado embarazada», pensó ella, y se giró hacia la ventanilla para ocultar su dolor.


–El fin de semana tenemos una cena con la familia real. Si te sientes capaz de asistir...


–Estoy embarazada, no enferma.


–Claro –se recordó que tenía que ser paciente con las alteraciones hormonales de Paula–. Pensé que te gustaría ser la anfitriona.


–Muy bien.



****


El paseo por el jardín no fue tan relajante como se esperaba. 


Era difícil abstraerse cuando las ventanas de la mansión parecían seguir sus pasos como ojos reprobadores y cuando estaba hecha un manojo de nervios.


–No seas cría –se reprendió a sí misma justo cuando el reloj de la torre daba la media hora. Suspiró y enderezó los hombros. Había cronometrado el tiempo como si fuera una operación militar, de modo que no tuviera que comerse las uñas mientras esperaba por haberse vestido demasiado pronto, pero tampoco quería que se le echara la hora encima.


La puerta principal estaba abierta de par en par para facilitar el acceso del ejército de personas encargadas de preparar la cena. Todo el mundo estaba ocupado en las miles de tareas pendientes y nadie pareció reparar en Paula mientras atravesaba el vestíbulo de mármol. Las puertas del comedor también estaban abiertas y Paula se detuvo un momento para observar la frenética actividad que allí se desarrollaba. 


Se sentía como una niña espiando la fiesta de los adultos.


La larga mesa era una auténtica obra de arte, al igual que la araña de cristal que la iluminaba. Todo estaba dispuesto con una precisión geométrica, las servilletas perfectamente alineadas, las copas relucientes, los cubiertos de plata...


Entró en la sala y una de las floristas que se habían pasado la tarde llenando la casa de inmensos arreglos florales la vio y le sonrió nerviosamente.


–¿Hay algún problema, señora Alfonso?


La mujer, una chica de edad parecida a la suya, estaba esperado su aprobación. La idea le resultó más chocante que la perspectiva de recibir a varios diplomáticos, un actor de Hollywood, un conocido articulista y un atleta mundialmente famoso.


–Todo está perfecto –sonrió–. Ojalá tuviera tu talento, pero a lo máximo que llego es a meter flores en un jarrón.


–Oh, el look natural está muy de moda –las dos se rieron y Paula descubrió que la chica había crecido en un pueblo cerca de donde vivían sus padres adoptivos. Estuvieron charlando un rato hasta que Paula, consciente de la hora, se dirigió de mala gana hacia la escalera.


Apoyó la mano en la barandilla y sintió el familiar hormigueo en la espalda. Giró la cabeza sabiendo que encontraría a Pedro. Y en efecto allí estaba, impecablemente vestido para la cena y tan arrebatadoramente atractivo que el estómago le dio un brinco. Estaba en la puerta de la biblioteca que usaba como estudio.


Apretó los dedos en la barandilla. Si hubieran tenido una relación normal, se habría acercado a él para ajustarle la corbata, aunque el nudo era perfecto. Todo lo que Pedro hacía era perfecto...


Hormonas, todo era culpa de las hormonas. Cada vez que la invadía un pensamiento inquietante se valía de las hormonas como excusa.







1 comentario:

  1. Muy buenos capítulos!!! si se dijeran en la cara lo que sienten y dejan el orgullo de lado! que distinto sería!

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