El día de Nochebuena Pedro alcanzó la cima de su tolerancia al encierro. Ya había dado por perdida su reserva en la estación de esquí, y sus perfectas vacaciones nevadas en Suiza, pero las continuas alteraciones de ánimo que aquella mujer empezaba a producirle lo instaban a salir de allí cuanto antes. Esa misma mañana, sin ir más lejos, al entrar al baño había permanecido más de un minuto con los ojos cerrados disfrutando el aroma de ella al salir de la ducha.
Ya no llovía todo el tiempo y cuando lo hacía, no era de forma torrencial. Así que trazó un plan: desde una ventana había visto unos tablones con los que creía poder liberar el coche, introduciéndolos bajo los neumáticos a modo de rampa. Cada vez más convencido de su éxito, decidió que lo intentaría después del almuerzo.
Paula lo escuchó hacer ruido en la parte de arriba, y puso el pan en el horno con una sonrisa. Le encantaba la familiaridad que se había establecido entre ellos. Pese a que no habían hablado mucho de Samuel, ella había descubierto algunas semejanzas entre los dos. Claro que, las sensaciones que Pedro producía en ella cuando sus cuerpos se tocaban por casualidad, poco tenían que ver con la ternura que le había inspirado su padre.
Paula se limpió las manos y suspiró hondamente. Cerró los ojos y allí, apoyada contra el frío mármol, lo reconoció. Había tratado de no pensar demasiado pero sabía lo que le sucedía. A sus treinta y cinco años, y aunque no tan rápido e intenso, ya le había pasado antes. Se negaba a ponerle nombre porque él se iba a marchar y lo más probable era que nunca más volvieran a verse. Y sin embargo sabía lo que era; lo sabía, pero no lo nombraría.
Paula se esforzó para que la comida de Nochebuena fuera especial, a pesar de que las provisiones que quedaban en la despensa ya no eran de lo mejor. Por la noche solo tendría que calentar los platos y no se pasaría el día en la cocina.
Había escampado y llevaba tantos días encerrada que le apetecía más que nada disponer de algo de tiempo para dar un paseo.
Él había permanecido anormalmente callado y pensativo durante el almuerzo, por eso la sorprendió que decidiera acompañarla. Salir de la casa les hizo bien a ambos, porque en cuanto llegaron a la playa sus lenguas parecieron soltarse. Pedro le habló de su madre, y de cómo su padre lo internó cuando ella se marchó.
—¿Le echas de menos? —preguntó Paula, motivada por su accesibilidad.
Pedro comprendió que se refería a su padre.
—Es imposible extrañar lo que nunca has tenido.
No había rencor en sus palabras, solo un poco de tristeza.
Paula pensó que tenía razón; probablemente ella sabía más de Samuel que su propio hijo. Su padre lo abandonó de niño en el colegio, y él hizo lo propio con el anciano en la residencia. Se percató entonces de que al marcharse la madre, como en un barco a pique, todos decidieron abandonar la familia.
Los dos se concentraron en sus pensamientos, caminando juntos y en silencio un buen rato más. Paula fue consciente de que él adaptaba sus largas zancadas a sus pasos para permanecer a su lado. El mar se sacudía enfurecido lanzando olas contra la arena, que se deshacían entre altas nubes de espuma. Ella se paró al notar las gotitas que el aire le dejó en el rostro, y cerró los ojos.
—Qué bonito es el mar, ¿no te parece?
Pedro volvió la vista hacia su cara.
—Sí —convino—. Muy bonito.
La voz le salió enronquecida.
La brisa había deshecho su peinado y agitaba su melena.
Pedro parecía embelesado con el espectáculo. La caricia de un rizo rubio en su mejilla le devolvió a la realidad. Estaba en una playa desierta rodeada de acantilados. En lo alto se alzaba la casa, como posada allí por el viento. El paisaje era tan irreal que parecía un cuento. Pedro recordó el Plan de Empresa de Paula y acordó que la comparación no podía ser mejor. Entonces tuvo una doble certeza: el hotel iba a ser un éxito, y él tenía que salir de allí cuanto antes. Necesitaba volver al paisaje urbano y perfectamente controlado de su vida diaria, o de un momento a otro iba a perder el poco sentido común que le quedaba.
Dio un paso hacia ella y la agarró por los brazos.
—Me tengo que marchar —exclamó en voz alta, aunque dirigiéndose más a sí mismo que a ella.
Paula lo contempló alejarse corriendo, por segunda vez.
****
Sin embargo, cuando llevaba media hora intentando averiguar lo que decían aquellas dos líneas, se dio cuenta de que ya había pasado demasiado tiempo allí afuera. Cerró el libro con furia y lo dejó sobre el sofá, dispuesta a buscar a Pedro y a enfrentarlo. Ya empezaba a estar un poco harta.
Si tan desagradable le resultaba su compañía, que entrara y se lo dijera a la cara. Después de todo, él era quien la había buscado.
Paula se puso el chubasquero y salió a la oscura noche.
Afuera llovía, otra vez.
Wowwwwwwww, qué buenos caps!!!!!! Me intriga qué va a pasar ahí afuera cuando salga Paula.
ResponderBorrarMuy lindos capítulos!!! mañana termina!
ResponderBorrar