viernes, 1 de enero de 2016

PERFECTA PARA MI: CAPITULO 17





Durante los dos días siguientes no dejó de llover. Pedro salió a por leña, puso la mesa y fregó los platos tras cada comida; ojeó un libro que había encontrado, y jugó con ella a las cartas. Lo había hecho todo con su mejor disposición porque, para su sorpresa, se había descubierto disfrutando de las tareas cotidianas en compañía de Paula. Sin embargo, tanta reclusión empezaba a impacientarlo.


—¿Por qué demonios has puesto un árbol de Navidad, si ni siquiera tienes muebles?


Paula, que llevaba un buen rato tratando de concentrarse en el solitario y no en su ir y venir, levantó la vista de las cartas para mirarlo.


—Ya te dije que siempre pasé aquí estas vacaciones. Sabía dónde estaban los adornos, por eso decidí ponerlo. —Se encogió de hombros, volviendo la atención al solitario—. Además, por ahora tampoco hay mucho más que hacer.


—¿Quién querría perderse en este cuento de terror?


Paula giró la cabeza y le fulminó con la mirada. Sabía que se estaba refiriendo al eslogan que había utilizado en su Plan de Empresa, aquel que él mismo había elogiado durante su charla del primer día.


—No sé, ¿cualquier «fantasma»? —respondió, clavándole una mirada nada sutil.


Pedro estuvo a punto de soltar una carcajada. Acostumbrado a que la gente respetase sus opiniones, se descubrió a sí mismo disfrutando del desafío de que alguien le enfrentara.


—Vamos, Paula, ¿quién querría desaparecer del mundo de hoy en día, diseñado para satisfacer cada una de nuestras necesidades al instante? —dijo, llevándose las manos a la cintura en actitud de espera.


—Cualquiera que se haya perdido a sí mismo entre tantas necesidades,Pedro.


No supo si fue cómo sonó su nombre al final de la genial frase, o el tono suave y dulce con que lo pronunció, pero el caso es que a Pedro le faltó el aire y debió inspirar con fuerza.


—En estos parajes y en esta casa he encontrado la felicidad —continuó ella, ya sin animadversión—, y me gustaría que otros pudieran hacer lo mismo. Espero ofrecerles tiempo sin el ruido de la vida, ese que nos aleja de lo que realmente somos, de evaluar las necesidades que no dejan de crecer y nuestros esfuerzos por satisfacerlas. Simplemente espero que la gente venga aquí a descansar del mundo, a que la soledad y la belleza de la tierra y del mar les rescaten el alma de la vorágine de inmediatez y consumismo.


Pedro abrió la boca para responder pero, acto seguido volvió a cerrarla


—¡Qué metafísico! —Resopló, ante la falta de una réplica mejor.


—¡Qué idiota!


Él achicó los ojos y se cruzó de brazos.


—¿Qué es idiota: yo, o mi definición de tu discurso? —preguntó, absolutamente regocijado con la discusión.


—Ambos —fue la escueta respuesta.


Paula volvió su atención a las cartas del solitario al que estaba jugando. En pocos días había llegado a conocerlo bien. Pedro era una persona inquieta que no soportaba la soledad ni la inactividad. Estaba cansado y aburrido del encierro, y aquella discusión absurda solo pretendía ser un estímulo para él. Pero ella no iba a permitirle hacerle dudar
sobre su proyecto ni que la usara como una distracción. Así que se concentró en las cartas, y decidió ignorarle por completo.


Sentada en el suelo y con las piernas abiertas, Paula se inclinaba sobre su juego, que en aquel momento parecía importarle más que nada en el mundo. Molesto por su falta de atención, Pedro se acercó y se acuclilló a su espalda.


—Ese Rey no va ahí.


Paula le lanzó una fugaz mirada de soslayo y siguió ignorándole.


Cuando se dio cuenta de que no iba a hacerle caso, estiró el brazo por encima de su hombro y él mismo movió la carta.


Paula achicó los ojos y se armó de paciencia.


—¿Es que no sabes lo que significa la palabra «solitario»?


Sin hacerle el menor caso, Pedro chasqueó la lengua y cambió otra carta.


—Sé lo que significa, pero es que me necesitas. —Movió otra—. Uf, me necesitas muchísimo.


—¡Oye! —protestó ella, propinándole un ligero empujón.


Pedro, que permanecía sentado sobre sus tobillos, cayó hacia atrás.


Ella lo observó riendo.


—Así aprenderás a no meter las narices donde no te llaman.


La cantarina carcajada le aceleró el corazón. Aquella emoción pilló a Paula completamente por sorpresa.


—Ahora verás…


No le dio tiempo de reaccionar y tiró de su brazo para derribarla. Cuando se dieron cuenta, los dos forcejeaban desternillándose como dos chiquillos en el suelo. Paula usó toda su fuerza para levantarse, pero su esfuerzo fue en vano. En menos de un segundo la inmovilizó debajo de él, sujetándole los brazos a ambos lados de la cabeza.


—¿Qué era eso que tenía que aprender, eh, señorita? —preguntó, todavía riendo.


Al levantar la cabeza Pedro se dio cuenta de que ella ya no sonreía. Sus ojos se habían vuelto de un inusual gris plata, y el resplandor del fuego arrancaba reflejos a los rizos esparcidos alrededor de su cara. Tenía las mejillas sonrosadas y la boca entreabierta. Sus labios lo hipnotizaron, y el fuerte apetito por probarlos lo asustó.


Debían estar demasiado cerca del fuego, porque Paula sintió incendiarse su sangre. Había tenido tres días para estudiarlo y sabía que tenía un cuerpo bonito. Pero al sentirlo sobre ella, con los músculos duros como piedras, ansió con desesperación que la aplastara con todo su peso.


Por fin se dio cuenta de que todos los años que llevaba de celibato comenzaba a pasarle factura. Justo en aquel momento, él levantó la cara y dejó de sonreír. Cuando sus ojos se posaron en su boca y centellearon,Paula creyó que iba a besarla. Anticipando el sabor de sus labios con el corazón desbocado, se revolvió debajo de él para acercarse más.


Pedro supo enseguida que acababa de entrar en territorio peligroso. Por pura supervivencia tomó impulso y se levantó de encima de ella.


—Creo que es mejor que nos acostemos. —Cuando pensó lo que decía ya era tarde—. Esto… quiero decir —trató de explicarse, azorado—, que nos vayamos a la cama.


Estaba claro que en aquella ocasión iba a ser a él a quien traicionaran las palabras. Gruñendo de frustración, decidió cerrar la boca.


Echó una rápida ojeada hacia donde estaba ella y su nerviosismo creció en intensidad. Así que, para no seguir metiendo la mata, decidió resumir.


—Buenas noches —dijo, antes de abandonar la sala.


Paula se incorporó y lo vio alejarse. Tristemente frustrada, se dio cuenta de que su historia con el sexo opuesto no podía ir a peor. Acababa de lograr que un hombre alcanzara la velocidad de un Fórmula 1 solo para alejarse de ella.


Aquella noche ninguno de los dos logró conciliar el sueño. 


Sin embargo, en aquella ocasión no fue debido a las camas hinchables.










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