viernes, 1 de enero de 2016

PERFECTA PARA MI: CAPITULO 16




Pedro observó su recato y a punto estuvo de soltar una carcajada. Estaba claro que ella creía que aquel tema afectaba a sus sentimientos y por ello se mostraba pudorosa.


—Me cuidaba yo solo, Paula.


No había resentimiento ni tampoco tristeza en su voz, lo que a Paula sí le pareció triste.


—Después de marcharse mi madre, mi padre me dejó en un colegio suizo en donde atendían todas mis necesidades —explicó, ante la desoladora mirada de ella.


—¿Nunca necesitaste a nadie?


Pedro la miró fijamente, un tanto molesto con su lástima.


—Sí, Paula, necesitaba a mis compañeros, a los profesores, a la gente de administración y al equipo de limpieza del centro —respondió malhumorado—. Tal vez eso sea difícil de entender para alguien que ha tenido unos padres amorosos y una infancia parecida a una teleserie —continuó con ironía—, pero la familia está ampliamente sobrevalorada.


Suspirando, ella le miró con una sonrisa melancólica. La soledad que debió sentir de niño le había convertido en un cínico.


—Mi padre trabajaba casi diez horas en una cadena de montaje y cuando llegaba a casa solo quería descansar —murmuró Paula—. Mi madre era contable en un taller de barcos y tampoco estaba en casa. Así que yo y mi hermano también nos cuidamos solos. Pero no les culpo; hicieron lo que creyeron que debían, y nos fue bien. Aunque te aseguro que aquello no se parecía a ninguna teleserie que yo recuerde.


Pedro achicó los ojos e inspiró con fuerza, un tanto arrepentido por haberla afligido.


—¿Tu hermano es mayor que tú? —preguntó, ansioso por alejar aquel desconsuelo de su mirada, pero también por saber más de ella.


Paula volvió a prestarle atención, pues por un momento pareció evadirse entre los recuerdos.


—Un año mayor —confirmó.


—¿Y dónde está ahora?


—En Somalia.


Pedro alzó las cejas con un inequívoco gesto de sorpresa.


—Es médico en una ONG —explicó ella, con una sincera y orgullosa sonrisa.


Ambos se callaron a la vez mientras se contemplaban en silencio.


—Bueno —dijo él al fin—, entonces se podría decir que tus padres no lo hicieron del todo mal.


Inspirando con fuerza, Paula terminó por sonreír otra vez. 


Sabía que solo intentaba confortarla y aquello la sorprendió; porque la historia de él era mucho más triste y, si alguien precisaba allí de consuelo, desde luego que no era ella.


—¿Qué te parece si preparo el desayuno a mi único huésped? —preguntó, usando sus propias palabras. Estaba dispuesta a que el cambio de tema lo animara y devolviera la conversación hacia temas menos personales.


Pedro permaneció en mitad de la habitación sin decir nada mientras la miraba con una intensidad que a Paula le resultó incómoda. Bajó la cabeza para romper el contacto visual y se dirigió hacia la encimera en la que estaba la cafetera.


Al pasar a su lado, él la tomó por el brazo para detenerla.


—Lo siento, Paula, no quería disgustarte.


Los ojos de ella se desplazaron de la mano que le rodeaba el brazo hasta su rostro, que parecía realmente mortificado.


—No pasa nada, Pedro, de verdad. Mi historia no es triste —dijo, acariciando sin darse cuenta el dorso de su mano—. Nuestros padres cubrían todas nuestras necesidades económicas, y mis abuelos nos aportaron el resto; nos dedicaron su tiempo, y todo el amor y la magia que un niño puede desear.


Pedro sintió la suavidad de los dedos femeninos trazando pequeños círculos sobre su piel. Sus ojos recorrieron ávidos el rostro de Paula, como si desearan memorizarla. La pequeña nariz se arrugaba mientras hablaba, y sus labios se fruncían de una forma tan seductora que le hizo tragar con dificultad.


—¿Amor y magia? —murmuró, sorprendido por la reacción que su cercanía le provocaba—. Suena bien.


Paula asintió un tanto desorientada. No supo en qué momento se habían acercado tanto, pero se sorprendió a sí misma a escasos centímetros de él mientras le acariciaba la mano. Estaban tan cerca que pudo contar las pequeñas pecas que bañaban el puente de su nariz; tan cerca que su respiración le hizo cosquillas en la frente, y tan cerca que pudo sentir el calor que emanaba de su poderoso cuerpo.


«¿Amor y magia? ¿En serio has dicho lo que acababas de decir?» pensó Pedro, mientras su mente le daba un patada en el trasero. Soltó su mano y se alejó, decidido a dejar de decir tonterías.


—¿Quieres que te ayude a preparar el desayuno? —dijo, apartando los ojos de ella para romper aquella extraña fascinación que le producía.


Paula se sacudió mentalmente aquel arrobamiento absurdo que le provocaba su cercanía. Estaba claro que hacía demasiado tiempo que no veía a un hombre guapo.


—No —respondió, tratando de esbozar una sonrisa—, no será necesario. Tú solo tendrás que disfrutarlo.


Su rostro enrojeció al darse cuenta de las posibles connotaciones sensuales de lo que acababa de decir.


—El desayuno, quiero decir —explicó, completamente azorada.


A punto de gemir de puro bochorno decidió cerrar la boca.


 Giró sobre sus talones y fue a cocinar.


Asombrado y divertido, Pedro la observó sonrojarse hasta las orejas. No se dio cuenta, pero sonreía mientras la veía moverse de forma atolondrada tratando de evitar su mirada. 


Entonces, su pecho se fue colmando con una agradable sensación que no supo identificar.








No hay comentarios.:

Publicar un comentario