martes, 5 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 9




Me dirigí a la sala lo más rápido posible. La respiración aún la tenía agitada, y el corazón inquieto por los besos que me había dado Pedro. Disimulé lo mejor que pude mi estado antes de encontrarme con mi padre, que se hallaba tomando café con Irma, conversando trivialidades sobre el clima de Dallas.


—Papá, tenemos que irnos —dije apenas llegué a su lado. 


Pedro rodeó el sofá y se detuvo tras mi padre y frente a mí, para fulminarme con la mirada. Enseguida desvié la vista para ignorarlo.


—No es tan tarde todavía —alegó desconcertado, pero al ver mi postura fría prefirió ceder—Estoy bromeando, hija. Bueno, Pedro, ya Paula lo dijo: tenemos que irnos. Pídenos un taxi, por favor. —Pedro apretó la mandíbula antes de ir en busca de las llaves de su auto, y de la chaqueta de mi padre.


—Yo los llevaré, Roberto, y no acepto replicas —dictaminó con severidad.


—Gracias, Irma. Por la atención y por tan excelente comida. 


—Me apresuré a decir al verlo actuar con rapidez. Estaba visiblemente enojado. Se acercó a mí y me tomó del codo para guiarme a la puerta. Mi padre nos seguía en completo silencio.


El camino al hotel fue tranquilo, con solo la voz de mi padre sonando dentro del todoterreno mientras le narraba a Pedro algunas anécdotas del trabajo.


La despedida fue bastante fría, para que mi padre no notara lo que había ocurrido entre nosotros. Me acerqué a Pedro para darle un beso en la mejilla. Él se aproximó a mí más de la cuenta, poco le faltó para abrazarme, pero enseguida me alejé, sintiendo un roce en el brazo. Sé que Pedro hubiera sido capaz de detenerme y girarme para besarme del mismo modo en que lo había hecho en su casa.


 El respeto por mi padre fue lo único que lo cohibió.


Aproveché esa excusa para apartarme lo más que pude de él, y arrastrar a mi padre al interior del hotel, para regresar a mi habitación.


Al día siguiente fui al comedor para el desayuno, y hallé a papá sentado en una mesa, tomándose un café y leyendo el diario. Me acerqué saludándolo con un beso en la mejilla.


—Buenos días papá, ¿estás bien? —pregunté, al notar su rostro serio y algo tenso—¿Por qué tienes esa cara?, me preocupas. —Él resopló, estaba molesto y al parecer era conmigo. «Oh Dios ayúdame».


—¿De verdad quieres saber el motivo Paula? —No me llamaba hija, eso era una mala señal.


—Sí —respondí aunque para ser sincera, ya no estaba segura de querer saberlo. Su mirada severa me intimidó.


—Se puede saber, señorita, ¿por qué has contratado los servicios de un investigador privado? —«¡Oh no!», me había descubierto—David Rodríguez, ¿te suena?


—Bueno, papá… —Jugué con la servilleta que estaba sobre la mesa—.Oscar me lo recomendó, le conté que estaba tratando de averiguar el paradero de Elizabeth Benson, y él me ayudó contactando a David Rodríguez. Eso es todo.


—¡Eso es todo!, pero Paula. —Él tomó una bocanada de aire y dejó el diario sobre la mesa. Estaba furioso, nunca lo había visto así—¿Por qué lo has hecho a mis espaldas? ¿Por qué me tengo que enterar por un extraño y no por ti? Ese sujeto llamó al departamento ayer, antes que saliera al aeropuerto y me dijo que te andaba buscando. —Me miró decepcionado, «lo había defraudado. Me sentía terrible». No podía contener las lágrimas. Una de ellas corrió por mi mejilla, tomé una servilleta para secarla.


—Papá, por favor. No te molestes conmigo —le pedí con un leve temblor en la voz. «¡Maldición!, defraudarlo no era mi intensión».


—Basta hija, no te pongas así, cálmate por favor. —Mi padre tomó una de mis manos entre las suyas—Creo que se me ha pasado lo mano.


—Buenos días. —El saludo de Martha interrumpe nuestra conversación, pero al ver nuestros rostros contrariados, rápidamente se da cuenta que algo sucedía—Disculpen, creo que llegué en mal momento.


—No digas tonterías, Martha. Siéntate por favor —solicitó mi padre antes de levantarse—Me ha gustado volver a verte. Quédate con Paula, me tengo que ir al aeropuerto, tengo un vuelo que abordar. —Al recordar que papá se marchaba en pocas horas me inquieté. No quería que se fuera de esa manera: molesto conmigo.


—Pero papá, espera… —Él sonrió con resignación y se acercó para depositar un beso sobre mi frente.


—No te preocupes, hija, nos vemos mañana en casa. Ahora no es ni el momento ni el lugar para tener esta conversación.  —Sin decir más, se alejó de nosotras. El corazón se me partía al verlo marcharse cabizbajo. Era mi derecho conocer sobre mi madre, pero no quería lastimar a mi padre. Él había dado su vida por mi bienestar. Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas, que me esforcé en reprimir.


—Paula, tranquilízate, toma un poco de agua —propuso Martha preocupada, alcanzándome el agua que mi padre había dejado sobre la mesa.


—Gracias Martha, pero será mejor que vaya al baño.


—Te acompaño.


Caminamos sin decir una palabra hasta el cuarto de señoras. Al llegar, abrí el grifo y me refresqué la cara. 


Respiré con fuerza, logrando sentirme un poco mejor.


—Gracias por acompañarme, ya estoy más tranquila —Le dije a Martha mientras me recogía el cabello en una cola alta.


—No tengo idea de lo que ocurrió, pero te voy a decir algo, Paula: todo se soluciona. El amor vence a los rencores. —Nos abrazamos para luego despedirnos en el pasillo y tomar caminos opuestos.


Entré a la sala de conferencias en un mejor estado, con esa frase taladrándome la memoria: «el amor vence los rencores». Sabía que con una larga conversación lograría que mi padre me comprendiera y perdonara mi acción. Él me amaba. Pero ¿podía usar ese concejo para superar el resto de los rencores que albergaba mi corazón?


Me consideraba una chica tranquila, segura y enfocada, con prioridades determinadas y planes a seguir, pautas infranqueables y metas por alcanzar, pero desde que había llegado a esta ciudad, no había hecho más que recibir sorpresas que afectaban mi vida: reencontrarme con Pedro, engañar a Oscar, enterarme de la muerte de mi madre, recibir un paquete misterioso de parte de ella que aún no era capaz de abrir, y por último, esa discusión con papá. Aquello fue la gota que derramó el vaso, comenzaba a sentirme superada por los problemas.


Ese día se realizaron las últimas actividades del congreso. 


Muchos de los asistentes regresaban esa misma noche a sus ciudades de origen, a mí me tocaba esperar hasta la
mañana siguiente, para tomar el primer vuelo con rumbo a Nueva York.


No me sentía con ánimos para cenar en el restaurante, así que subí a mi habitación y llamé al servicio de habitaciones.


 Ordené una hamburguesa con papas fritas y una botella de vino. Aunque no hacían buena combinación era lo que me provocaba y me ayudaría a relajarme, olvidarme de lo traidora que me había vuelto últimamente y reunir las fuerzas necesarias para abrir la dichosa caja marrón.


Me duché, para luego vestirme con el pijama color rosa de pantalón y camiseta. Casi enseguida llamaron a la puerta, abrí y deje pasar a la chica uniformada con el pedido. 


Mientras ella colocaba la bandeja sobre el escritorio, me apresuré en buscar la propina.


Al quedarme sola me tomé mi tiempo. Sin apuro abrí la botella de vino, me serví una copa y me la llevé a los labios.


 Era un Oporto, dulce y fuerte, justo lo que necesitaba para terminar el día. Le di un mordisco a la hamburguesa y tomé una de las papas. Me la comí mientras me servía una segunda copa.


Fui en busca de mi bolso para sacar el móvil y revisar mi correo electrónico, pero al ver la caja marrón cambié de opinión. Lo mejor era salir de dudas de una buena vez.


—¡Vamos Paula, ánimo! —me dije en voz alta.


Coloqué la caja sobre la mesa, justo al lado de la bandeja. 


De un solo trago me bebí el vino que quedaba en la copa, y me serví otra mientras me sentaba en el escritorio. Acaricié la cinta rosa aterciopelada y desaté el lazo. Una sensación extraña se apoderó de mí. Mis manos torpes y temblorosas se alejaron de la caja, para pasarlas por mi cabello húmedo.


Le di un sorbo al vino antes de atreverme a quitar la tapa. Lo primero que vi fue una libreta de anotaciones. La tomé entre mis manos para examinarla con cuidado. Al abrirla logré leer en la primera hoja: Diario de Elizabeth Benson, para Paula Chaves.


Lo cerré de golpe sintiendo un escalofrío. No podía seguir.


Lo metí de nuevo en el bolso y lo cerré. Fui a la cama y me tumbé boca arriba en ella, me cubrí el rostro con una almohada para ahogar un grito de miedo, ira, y frustración. 


Me sentía devastada. Sin más le di rienda suelta a un llanto que tenía años dentro de mi pecho, anhelando salir.


Cuatro copas de vino más tarde, me sentía más calmada gracias al efecto del licor. Sin embargo, anímicamente aún estaba derrotada. Al escuchar que llamaban a la puerta con insistencia, caminé con paso inestable. Al abrir me encuentro con Pedro. Lo miré y me lancé sobre él. Quería perderme en sus brazos, besarlo, y ser suya una vez más hasta perder la conciencia.


—Paula —dijo algo sorprendido. Su rostro perfecto estaba serio, y no quería que estuviera así. Tiré de él hacia la habitación y cerré la puerta de una patada—No luces bien, ¿dime que pasa?—pronunció preocupado, dejándose llevar, pero yo no quería hablar. Si lo hacía volvería a llorar y no quería eso. Le atrapé el rostro entre mis manos y lo besé con suavidad. Pedro me correspondía rodeando mi cintura, enseguida pareció reaccionar separándome—Háblame, Paula dime qué te pasa.


—No quiero hablar, Pedro. —Me alejé de él, y caminé hasta la mesa donde estaba la botella de vino para rellenar mi copa—¿A qué has venido? —Lo desafié con la mirada mientras probaba el licor.


—¿Por qué estas tomando? —Preguntó acercándose a mí.


—¡Que te importa! —Expresé alzando la voz. Mis emociones estaban a punto de desbordarse.


—Me importas Paula —alegó con voz suave, pero al verme dar un nuevo trago al vino se ofuscó—¡Basta! Dame esa copa y deja de comportarte como una niña malcriada. El otro día me dijiste que eras una mujer, demuéstramelo. —Me arrebató la copa de la mano, cogió la botella y tiró todo en el bote de la basura.


—No me mientas, ¡nunca te he importado! Ni ahora, mucho menos hace ocho años. Desapareciste como un ladrón y jamás volviste. —Me acerqué enfurecida hacia él y traté de darle una cachetada, pero su reflejo era más rápido y logró detenerme.


Aprisionó mi mano acercándome hacia él. Sus ojos azules brillaron de una manera diferente. Fríos como el hielo. Me asustó por un momento, pero le mantuve la mirada con desafío. Aquello encendió una hoguera en nosotros.


Pedro se lanzó sobre mi boca, besándome con desesperación y mordiendo mi labio inferior.


Me tumbó sobre la cama observándome con deseo. Lo llamé con un dedo y con una sonrisa seductora. Pedro se acercó y me quitó los pantalones de un tirón, apartando a un lado mi bikini. Yo le abrí las piernas a modo de invitación. La ansiedad de él brilló en sus pupilas mientras se inclinaba y acariciaba mi clítoris con un dedo.


—Estas mojada y excitada. —Su voz era más ronca de lo habitual. Me gustaba demasiado. Mi cuerpo tembló al verlo desnudarse con premura y rasgar el envoltorio de un preservativo que había sacado de su billetera. Estaba tan excitada que sentía la sangre hirviendo bajo mi piel—Mira como me pones Paula, yo también te deseo.


La imagen de su miembro duro y erecto me hizo agua la boca. Rápidamente me incorporé para quitarme la camiseta.


Pedro se ubicó sobre mí y me penetró duro y fuerte. Eso era justo lo que mi cuerpo necesitaba. Una de sus manos acarició uno de mis senos y la otra se aferró a mi cadera para poder entrar y salir con firmeza. Me dejé llevar. Estaba volando en el país de la lujuria y lo único que quería era prolongar ese momento.


—No pares, dame más, Pedro, ¡dame más! —Le rogué en medio de un estremecimiento. Estaba cerca de caer al abismo.


—Ahh, Paula, me vuelves loco. Estás tan apretada. —Mi cuerpo comenzó a temblar. Sus palabras me enajenaron—Eres mía, quiero que lo digas.


—Soy tuya, Pedro, solo tuya —le repetí entre gemidos. Y así era, yo era suya, y no quería ser de nadie más.


Su movimiento se hizo más rápido y firme. Los dos estábamos a un paso de estallar. Mis caderas adquirieron vida propia. Mi cuerpo estaba fuera de control.


Grité su nombre y él el mío cuando nos vino el orgasmo al mismo tiempo. Me aferré a su cuello. Quería grabar ese momento en mi memoria, había sido el mejor sexo de mi vida y sabía muy bien que a partir del siguiente día solo el recuerdo me acompañaría.






2 comentarios:

  1. Ahhhhhhhhhhhh, x favorrrrrrrrrr, qué intensos los 3 caps. Qué intrigada me tiene la caja de la madre.

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  2. Muy buenos capítulos!!! quiero que abra esa caja de una vez!!!

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