martes, 5 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 8





Al terminar el evento, me levanté de la silla para alejarme un poco de Pedro. Mi padre se acercaba y, no quería que supiera lo que ocurría entre nosotros.



—¿Tienen hambre? —Preguntó al estar frente a mí—Aún queda tiempo para la cena, pero no sé si fue el whisky lo que me despertó un apetito feroz. Creo que puedo comer hasta un toro tejano. —Los tres reímos por la ocurrencia, papá tenía un especial sentido del humor.


—Si puedes aguantar un poco, me gustaría que ambos vinieran a comer a mi casa, ¿qué dicen? —Papá me miró de inmediato, animado por la invitación.


—Por mí perfecto. ¿Hija tú qué dices? —Los dos me observaron con ansiedad. Sonrío, porque parecían unos niños en espera de una aprobación para realizar una travesura.


—Mañana es el último día del congreso y quisiera descansar para levantarme temprano —alegué. Ir a casa de Pedro significaba entrar en su mundo, conocer aún más la vida que había llevado, y tenía miedo a enfrentarme con lo desconocido. No sabía cómo aquello podría afectarme. Pero papá quería pasar más tiempo con Pedro y conmigo antes de volver a Nueva York, no podía negarme más—Está bien, pero me tienen que dar tiempo para cambiarme, ¿trato hecho? —Ambos asintieron con resignación.


—¡Mujeres!, anda a cambiarte, te esperamos en el bar. Pero por favor, no te tardes hija.


—Lo prometo —aseguré antes de lanzarle a mi padre un beso con la mano mientras me alejaba.


Caminé lo más rápido posible. Subía al ascensor cuando mi móvil sonó dentro del bolso por la llegada de un mensaje de texto. Era Alicia mi mejor amiga. Una chica estupenda, madre de unas gemelas preciosas, trabajadora, brillante y muy hermosa, además era mi vecina.


Alicia: Me tienes abandonada.


Paula: Estoy en Dallas, ¿no te acuerdas?


Alicia: Y que tal mandarle a tu mejor amiga un mensaje de texto, digo para saludar…


Paula: Soy la peor, no me lo recuerdes.


Alicia: ¿Cuándo regresas?


Paula: Pasado mañana, en el primer vuelo. Tengo algo importante que contarte.


Alicia: Adelántame algo, no me dejes en ascuas.


Paula: Es acerca de Pedro.


Alicia: ¿Tu amor de la adolescencia?


Paula: Sí, está aquí en el congreso. Estoy tan confundida.


Alicia: Tranquila, hablamos cuando regreses.


Me despedí de mi amiga justo antes de entrar en la habitación y enseguida me pongo manos a la obra para asearme y cambiarme de ropa. Me puse unos jeans, una blusa manga larga negra, y me cambié los accesorios por unos más juveniles. Cepillé mi cabello, dejándomelo suelto y retoqué mi maquillaje.


«Te vez linda Paula», me dije mientras me vi reflejada en el espejo, «no tienes por qué preocuparte. Además, ¿qué puede pasar?, tu padre te acompaña», recordé para tranquilizar mis nervios. Aquella no sería una cita romántica con Pedro, sino una especie de cena familiar como en los viejos tiempos, sin ningún tipo de compromiso.


Tomé el bolso y salí de la habitación rumbo al bar. Al llegar al lobby entró una llamada a mi móvil.


—Cambio de planes, hija, estaremos afuera, esperándote frente al hotel, en un todoterreno… —hizo una pausa para preguntarle a Pedro de qué color y marca era su coche—Es un Range Rover Sport de color negro, ¿te falta mucho?


—Estoy saliendo del hotel, tranquilo, desde aquí los veo.


Cambié mi dirección y caminé hacia las puertas acristaladas de la entrada. Los dos estaban sentados en la parte delantera del auto, pero Pedro salió para abrirme la puerta, con una sonrisa dibujada en los labios.


«¡Ahh, era todo un caballero! Que alguien me recoja, me he derretido».


—Estas hermosa Paula, ha valido la pena esperar —dijo mientras abrió la puerta, afincando una mirada seductora en mí.


—Gracias —pestañeo con coquetería, antes de deslizarme en el asiento de cuero. Él cerró la puerta con cuidado y volvió a su puesto detrás del volante.


Estábamos juntos como en los viejos tiempos. Suspiré de felicidad. Pedro encendió la radio y durante el viaje, él y mi padre conversan y ríen. Fijé mi atención en el camino, y en la música que sonaba en el estéreo. Por primera vez en ese día pude relajarme, había sido de locos. Entre las actividades de la conferencia, la reunión con el investigador y el encuentro con mi padre, no había parado. Sin mencionar las emociones encontradas que Pedro producía en mí.


—¿Todo bien Paula? —preguntó Pedro y me miró por el espejo retrovisor.


—Todo bien gracias —hice una pausa y observé con admiración el interior del todoterreno, acariciando la tapicería—Tienes un auto hermoso.


—¿Te gusta? —indagó sorprendido.


—¿No lo sabías?, es el favorito de Paula. De niña siempre quiso que comprara uno, pero tú me conoces, soy más de autos deportivos.


Pedro sonrió complacido y volvió a mirarme por el retrovisor.


—Cuando quieras Paula, el auto está a la orden —dijo guiñándome un ojo, le agradecí con una sonrisa y centré de nuevo mi atención en el camino.


Veinte minutos más tarde Pedro se detenía frente a una casa imponente con una fachada de ladrillos y piedra, era hermosa y muy grande. La predecía un porche techado y un inmenso jardín. Papá se giró con disimulo e intercambiamos miradas, los dos estábamos gratamente sorprendidos, luego se bajó para abrirme la puerta. Los tres caminamos hacia la entrada de madera y hierro forjado. Era enorme y soberbia.


Antes de llegar, la puerta se abrió, apareciendo una señora de edad avanzada, alta, delgada y con un cabello corto lleno de canas.


—Roberto, Paula, les presento a Irma. Ella es mi ayudante en la casa. Sin esta mujer estaría perdido —confesó mirándola con ternura. Me acerqué con papá para saludarla.


 Irma nos recibió ruborizada, parecía avergonzada por el elogio de Pedro.


—Pasen por favor —pidió señalándonos el interior.


—Bienvenidos —completó Pedro mostrándose complacido, al tiempo que se sacaba la chaqueta para dejarla sobre una percha, haciéndole un gesto a papá para que repitiera la operación.


Seguimos caminando hasta un salón inmenso que se comunicaba con la sala, el comedor y la cocina. Una construcción moderna de espacios abiertos, donde solo las habitaciones tienen puertas. Era impresionante.


—Tienes una casa preciosa —dije con sinceridad mientras admiraba la decoración rústica con madera y hierro forjado, muy típico tejano.


—Gracias, pero siéntense por favor —nos dijo señalando el sofá con una mano—¿Qué les ofrezco de tomar, vino… whisky?


—Eso ni se pregunta Pedro, yo quiero un whisky —sentenció mi padre.


—Y yo vino, por favor —pedí recibiendo una dulce sonrisa de su parte.


Pedro se retiró en busca de nuestras bebidas. Me levanté inquieta, en dirección a una repisa llena de fotos familiares. 


Era mi oportunidad de saber algo de él.


Quedé sorprendida al ver a Pedro, en casi todas las fotografías junto a una hermosa niña rubia, pecosa y de ojos azules. Estaba tan absorta mirando las imágenes que no sentí cuando él se me acercó por detrás parándose muy cerca de mí rodeándome con uno de sus brazos para entregarme la copa. Su cálida respiración cayó sobre mi oreja produciéndome un intenso calor que me hizo estremecer.


—Doctor Alfonso, la cena está servida, pueden pasar a la mesa. —El aviso de Irma me hizo sobresaltar y lo obligó a alejarse un paso. Mi padre había estado ensimismado admirando un cuadro de un pintor local, por eso no se percató de la escena.


—Gracias Irma. Pasemos a la mesa —ordenó él antes de colocar una de sus manos en la parte baja de mi espalda, para guiarme.


—Irma, ¿Emma ya cenó? —consultó Pedro mientras nos sentábamos a la mesa.


¿Emma, quién era Emma?, la curiosidad me invadió, y un sentimiento extraño se instaló dentro de mí… ¿Acaso me estaba sintiendo celosa?


«!Oh Dios!, no lo permitas».


—Sí doctor, ella está en su habitación viendo una película. ¿Quiere que la llame?


—Aún no, en lo que terminemos de cenar. Gracias Irma, ya puedes servir.


La cena consistió en estofado de carne con vegetales. Tuvo un buen aspecto y un olor insuperable. Al probarlo quedé encantada. Había sido tan bueno como el que preparaba mi abuela Esther.


—Irma, déjeme hacerle un cumplido: tiene usted un don privilegiado para la cocina. Este estofado esta para chuparse los dedos —alabó papá sin poder para de comer. Era evidente que le había gustado.


—Gracias —respondió la mujer con timidez y se retiró.


Terminamos la cena, entre risas y viejas anécdotas, no podía negar que había sido un momento agradable. 


Finalmente nos fuimos a la sala a charlar un rato más, pero Pedro no se sentó con nosotros.


—Vengo en un momento, quiero que conozcan a alguien. —Desapareció por un pasillo lateral.


—¿Sabes de quien se trata? —pregunté intrigadísima a mi padre. El corazón comenzó a latirme con fuerza.


—No tengo la menor idea, pero parece importante —concluyó él sin mucho interés. Yo por el contrario, me sentía frustrada. Estaba segura que Pedro tenía una vida, era estúpido pensar que había pasado tantos años solo.


Mis temores se sosegaron al verlo aparecer con una niña en brazos. ¿Era la misma de la foto?


A medida que avanzaban distingo con más claridad su rostro. «Sí, sí era ella». Eso me tranquilizó.


—Les presento a mi hija Emma —anunció él con orgullo mientras la colocaba en el suelo. La niña enseguida se escondió tras de las piernas de su padre, asomando su cabellera rubia por un costado.


—Me llamo Roberto —se adelantó mi padre para presentarse, levantándose del sofá, inclinándose para quedar a su altura. Emma salió poco a poco de su escondite improvisado—¿Cómo te llamas? —Preguntó con dulzura, extendiéndole la mano. Ella se la estrechó un poco insegura, pero la sonrisa amistosa de mi padre la hizo sonreír también.


—Em… Emma —habló y caminó hacia mí—¿Tú cómo te llamas? —me preguntó mientras me sonreía con dulzura.


—Paula —le contesto. Mi mano se fue sola y le agarré un mechón de su rubio cabello—Me gusta tu cabello, Emma. Es muy bonito.


—Gracias —expresó con las mejillas llenas de rubor, creo que era un poco tímida—¿Quieres jugar conmigo? Podemos jugar a peinarnos, ¿quieres? —insistió mostrándome la carita más tierna que había visto en mi vida.


—¡Emma! —Pedro la reprendió.


—No pasa nada —alegué en su defensa—Anda Emma, busca lo que necesitemos para peinarnos. Te espero aquí, ¿te parece? —Ella sonrió emocionada. Pude comprobar que sus ojos eran del mismo tono azul de su papá y brillaban llenos de inocencia.


—¡Sííí!—gritó con alegría antes de correr hacia el pasillo. 


Todos reímos por su reacción, la energía que tenía era tremenda.


—Discúlpame, Pedro —dijo papá con cierta incomodidad—¿Dónde está la mamá de Emma?


Suspiré aliviada. Esa duda torturaba mi alma desde el instante en que Pedro nos había presentado a la niña. 


«Gracias por preguntar papá, eres lo máximo».


—No te preocupes, Roberto, entiendo que quieras saber. La mamá de Emma murió hace tres años. —Automáticamente me llevé una mano al pecho, no esperaba esa respuesta. 


Sentí pena por la niña, sabía muy bien lo que era crecer sin una madre.


Emma apareció sonriendo con una caja llena de accesorios para el cabello en las manos, y por supuesto, con un cepillo.


Nos sentamos todos en los sofás para charlar mientras le hacía una trenza tipo espiga a Emma, tenía un cabello liso y largo hasta casi rozarle la cintura, además era muy sedoso. 


Una hora más tarde, mi padre comenzó a bostezar. Se le veía cansado.


Irma apareció con la intención de llevarse a Emma. Era su hora de dormir.


—Papi, quiero que Paula me lea un cuento, por fis... —La niña colocó sus manitos juntas en señal de súplica.


—Estas abusando de Paula, Emma. —Pedro me miró, esperando que dijera algo, para evitar que ella insistiera, pero yo no me podía negar ante el ruego de esos ojitos azules.


—Te leeré un cuento. Vamos, Emma. Enséñame el camino a tu habitación. —Se despidió de su padre con un beso y de mi papá con la manito.


Finalmente me tomó de la mano para caminar juntas por el pasillo lateral acompañadas de Irma. Con rapidez llegamos a su habitación, un lugar espacioso con paredes pintadas de color púrpura, cortinas de corazones con diferentes colores y repleto de peluches, muñecas y libros.


Con la asesoría de Irma la ayudé a ponerse el pijama de princesas color rosa, y la señora la llevó al baño para asearse. Al salir hacia la cama Emma primero se dirigió a su pequeña biblioteca en busca de un libro. Cuando al fin estuvo bajo las sábanas, me acomodé a su lado. Irma al ver que la niña estaba preparada para dormir, se despidió de mí
y se retiró, dejándonos solas para la lectura del cuento.


Tomé el libro y revisé su portada. La historia se llamaba Las Hadas de las Galletas de Chocolate. Mientras se lo leía acariciaba su cabecita, esa era una técnica infalible que mi amiga Alicia me había confesado que practicaba con sus dos pequeñas.


Emma se durmió enseguida, pegadita a mí. Al terminar la historia me levanté de la cama con cuidado, para no despertarla, y le bajé la intensidad a la lámpara ubicada sobre la mesita de noche, como me lo había explicado Irma antes de irse.


Me dirigí a la puerta, sorprendiéndome por encontrar a Pedro esperándome apoyado del marco. «¿Cuánto tiempo había estado allí?».


—Gracias Paula. —Su comentario me conmovió. Desvié la mirada, para que él no notara que mis ojos se habían llenado de lágrimas. «¿Pero que me estaba pasando? ¿Por qué me sentía tan sensible?».


—Mejor salgo ya, seguro papá se quedó dormido —le dije cambiando de tema y me traté de escabullir con rapidez en dirección a la sala.


Pero mi cintura fue atrapada por las fuertes manos de Pedro. Me giró hacia él y me mordisqueó el labio inferior con suavidad.


—¿Por qué tan apurada? —preguntó sobre mis labios antes de apoderarse de ellos con dulzura. Los dos nos fundimos en un beso cargado de pasión, me sentía tan bien cuando estaba entre sus brazos que no podía evitar corresponderle. 


Luego bajó su boca hasta mi cuello y un gemido se escapó de mi garganta.


Me había excitado, sentía como un escalofrío recorría mi piel placenteramente. Sus manos subieron por mi espalda y me acariciaron con fervor. Volvió a tomar mi boca, esta vez el beso fue desesperado, nuestras respiraciones se aceleraron, estaba tan enajenada por la bruma del deseo que detenerme no era una opción.


Nuestros ojos se encontraron en el momento que liberó mis labios, sentía que me falta el aire. Vi ardor y propósito en su mirada.


Pedro… —las risas de mi padre y, Irma nos traen de vuelta al momento. Trato de separarme, pero él me lo impide.


—Te deseo Paula —la tensión creció entre nosotros—No quiero que regreses a Nueva York. —Sus palabras me sorprendieron de tal forma que no me molesto en ocultar mi confusión.


Quería salir corriendo de toda aquella situación. Enfrentarme a mi realidad cada vez estaba más cerca. Volver a mi rutinaria vida era un hecho del que no podía escapar.


—Me tengo que ir… —Le digo negando con la cabeza—No hagas esto Pedro. No me pidas que me quede. —Me zafo de su agarre y me encamino a la sala a encontrarme con mi padre.







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