martes, 5 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 7





Parpadeé un par de veces tratando de adaptarme a la claridad. Un rayo de sol me dio directo en el ojo izquierdo. 


Uff, tenía un dolor de cabeza tremendo. Busqué el móvil con la mirada y lo vi sobre la mesita de noche. La alarma sonaba sin parar. Debía apurarme si quería tomar el desayuno con el resto de los asistentes.


Miré a mi lado, pero no hallé rastros de Pedro. Tuve la esperanza de que se quedara y amaneciera conmigo, pero una vez más me equivocaba con él.


Me levanté con dificultad para darme un baño y arrancarme el sueño.


El recuerdo de la noche anterior vino a mi memoria mientras me alistaba. Suspiré y sonreí. Por primera vez, en mucho tiempo, me sentía realmente feliz a pesar de la incertidumbre.


No sé cómo lo hice, pero pude estar lista a tiempo para asistir al buffet.


—¡Paula!, te estoy apartando puesto en mi mesa —me avisó Mónica, cuando salió de la fila acompañada de Tony. Me miró con ansiedad, de seguro quería preguntarme por lo ocurrido la noche anterior. «Oh, por Dios, no me quería sentar con ella», tenía que escapar de alguna forma, no me sentía preparada para hablar acerca de Pedro.


Me serví una ración de fruta con una tostada, después del malestar de anoche, el estómago aún lo tenía sensible. 


Antes de salir de la fila alguien me dio un ligero apretón en el brazo.


—Paula, ¿cómo estás?, que alegría verte. —Era Martha la antigua amiga de mi padre, «¡qué alivio!». Ella era la excusa perfecta para escapar de Mónica.


—Bien, que bueno verte. Siéntate conmigo, ¿te parece bien? —Esperé su respuesta con interés.


—Me parece perfecto. Vamos ya tengo todo lo que necesito —aseguró y ambas sonreímos al mismo tiempo y caminamos a una mesa pequeña ubicada en un costado. Le hice una seña a Mónica para decirle que me sentaría con Martha, me resultó graciosa la mueca de desilusión de mi amiga—¿Roberto ya está aquí? —preguntó con ilusión, podía notar cómo sus ojos brillaban cada vez que hablaba de papá, era evidente que le gustaba mi padre.


—No, él llega esta tarde, viene para la entrega de los premios. Le toca dar un discurso —Martha sonrió con satisfacción confirmando mis sospechas.


Hablamos de trivialidades sobre la conferencia, ella era una mujer muy simpática, dulce y amable, pero sabía que no era el tipo que a mi padre le gustaba, al menos eso creía.


—Me tengo que ir Paula, me ha gustado hablar contigo —dijo a modo de despedida. Se acercaba la hora de la primera charla. Me levanté al mismo tiempo que ella.


—Caminemos juntas —le dije, aún no quería encontrarme con ninguno de los chicos con los que fui al Pub. En el pasillo nos separamos, con la promesa de vernos más tarde.


Entré a la clase, dispuesta a prestar atención, pero mi traidora memoria no paraba de recordarme la noche anterior. 


Aún sentía los fuertes brazos de Pedro rodeándome, y la intensidad de sus besos. ¡Mmm! y ese movimiento implacable de sus caderas…


El móvil vibró, avisándome la entrada de un mensaje de texto. Al revisar la pantalla y comprobar que era Oscar suspiré.


¿Cómo pude haber sido capaz de olvidarme de él? Mi novio, mi amante, mi confidente. ¿En qué clase de persona me estaba convirtiendo?


Oscar: Hola princesa, ¿qué haces?


Paula: En clase, ¿y tú?


Oscar: En el despacho, full de trabajo.


Paula: Papá llega esta tarde.


Oscar: Que bueno. Me haces falta. Contando las horas para verte.


No podía contestarle de manera cariñosa, no tenía la fuerza necesaria para mentirle. «¡Maldición!, ¿ahora qué iba a hacer con él y con nuestra relación?, me sentía fatal.


Paula: Faltan pocos días para que regrese. Te escribo más tarde, me tengo que ir.


Guardé el móvil en el bolso, no tenía sentido atormentarme en ese momento. Fije mi vista en el doctor Cohen quien estaba dando su charla. Al menos ese tema me interesaba, era acerca de la pediatría en tiempos modernos. Mi especialidad.


Al final de la mañana, chequeé el móvil notando que tenía un mensaje de voz de David Rodríguez, el detective que Oscar me había recomendado para que llevara el caso de mi madre. Me emocionaba saber de él, seguro tenía alguna noticia. Era la primera vez que se ponía en contacto conmigo.


Lo escuché, decía que tenía algo importante que entregarme.


«¿Entregarme, pero que sería?». No podía soportar la intriga, decidí salir a llamarlo desde el pasillo del hotel.


—¿Hablo con David Rodríguez? —esperé impaciente su respuesta.


—Sí, ¿en que la puedo ayudar? —Su voz era gruesa y tranquila.


—Le habla Paula, Paula Chaves, acabo de escuchar su mensaje de voz, ¿dice que tiene algo que entregarme?


—Así es, tengo algo que le va a interesar.


—Señor Rodríguez, el problema es que no me encuentro en Nueva York, estoy en Dallas asistiendo a un congreso.


—Estoy al tanto, y justo por eso la he llamado, yo también me encuentro en Dallas, cerca del hotel donde se aloja. Lo que he venido a buscar está relacionado con su caso.


No lo podía creer, eso sí que era una sorpresa. Quedamos de acuerdo para encontrarnos en una cafetería cercana. 


Decidí saltarme la charla de la tarde, para verme con él. El tema de mi madre era más importante. Me escabullí por las escaleras y salí por el lobby sin ser vista por alguno de los organizadores del evento, no quería dar explicaciones.


Llegué a la cafetería acordada, y eché un vistazo corroborando que el detective no había llegado aún. Divisé una mesa desocupada al fondo del local y me dirigí a ella para sentarme. Dos minutos más tarde abrió la puerta y vi al sujeto moreno de cabello rapado tipo militar bajo el marco, barriendo la estancia con la mirada. Me estaba buscando. Le hice señas con una mano para que me divisara.


—Buenas tardes señorita Chaves —me saludó al acercarse, ofreciéndome su mano.


—Buenas tardes señor Rodríguez. —Le di un ligero apretón y se sentó frente a mí.


—Por favor, llámame David, me siento como un viejo cuando me dices señor. —Le sonreí y asentí con la cabeza.


—Está bien, yo te llamo David, si tú me llamas Paula, ¿de acuerdo? —Él aprobó satisfecho la propuesta.


—De acuerdo… —Cuando estuvo a punto de decirme algo, apareció junto a nosotros la camarera.


—¿Desean ordenar? —preguntó con una sonrisa exagerada. 


Ordenamos dos cafés, la mujer lo anotó en una libreta y desapareció.


—Me gustaría ir al grano, Paula —asentí con ansiedad, estaba tan emocionada que no era capaz de pronunciar palabras—Tu madre, la señora Elizabeth Benson, era de Nueva York. —Me llevé una mano a la boca, no lo podía creer, ¿habíamos vivido siempre en la misma ciudad?—Tengo más. —Moví la cabeza tratando de enfocarme, la camarera apareció dejando los cafés sobre la mesa.


—Por favor David. Dime todo lo que sepas, estoy impaciente —insistí al quedar de nuevo solos. La emoción que sentía hacía que mi corazón se acelerara.


—Elizabeth fue fotógrafa —anunció antes de darle un sorbo a su taza—Se mudó a Dallas después de tenerte.


—Dijiste que fue fotógrafa, ¿eso quiere decir que está muerta? —indagué con angustia, tenía la esperanza de que ella estuviera viva. Necesitaba que respondiera a mis preguntas…


David tomó de nuevo la taza de café y le dio otro trago.


—Sí. Lo siento, Paula. —Una lágrima rodó por mi mejilla, pero contuve mis emociones. Le hice una seña con la mano para que prosiguiera—Ella murió hace veinticuatro años. —David me ofreció una servilleta. La tomé sin protestar para secar mis ojos. Mi madre murió cuando yo apenas tenía dos años. ¿Papá sabrá?— Ella dejó esto para ti.


Miré sorprendida la caja de color marrón que David me ofrecía. Estaba envuelta con una cinta rosa. La tomé con manos temblorosas pero enseguida la guardé en el bolso.


—¿Puedo preguntarte quien te la dio? —indagué, ya más resignada.


—No sería profesional de mi parte revelar la fuente, al menos no sin consentimiento. Te aconsejo que revises el paquete completo, cualquier otra información que encuentre te la haré llegar —«¿Eso era todo?».


—Discúlpame, David, pero me muero de la curiosidad, ¿se trata de algún familiar con el que me pueda poner en contacto? —Tenía la esperanza que me dijera que sí.


—No. lo siento, Paula. Por ahora no puedo decirte más, pero sigo trabajando en el caso. —Lo vi sacar del bolsillo de su pantalón un billete de veinte dólares, y lo dejó sobre la mesa para dejar pagos lo cafés—No te quito más tiempo, tengo que ir al aeropuerto, regreso a Nueva York esta misma tarde. —Nos estrechamos las manos—Estamos en contacto.


—Gracias David, gracias por todo —fue lo único que le pude decir antes de que él se girara y desapareciera a pasos agigantados del local. Había quedado tan impactada por aquella noticia que no podía reaccionar. Miraba el bolso con angustia, ¿Qué habrá dentro de la caja? ¿Qué me dejó mi madre? ¿Por qué me había abandonado?


El sonido de un mensaje de texto me sacó de mis cavilaciones.


Roberto: Acabo de llegar, estoy en el bar del hotel. Te espero.


Paula: Dame treinta minutos, ¿todo bien?


Roberto: Todo bien hija, no te preocupes.


Suspiré hondo después de recibir ese mensaje. ¿Mi padre estaba enterado de lo ocurrido con mi madre? Y si fuera así, ¿Por qué me lo ocultó por tanto tiempo? Inquieta coloqué el bolso sobre mis piernas, lo abrí y saqué la caja marrón. La acaricié con el pulgar. ¿Qué podrá haber aquí, quizás fotos, o tal vez cartas? Exhalé con fuerza, y volví a guardarla. No podía abrirla. Aún no estaba preparada para enfrentarme a la razón de los silencios con respecto a mi madre. Era una estúpida y una cobarde.


Molesta conmigo misma, me levanté de la mesa y me colgué el bolso en uno de mis hombros. Salí al exterior para dirigirme al hotel. Papá me esperaba.


Caminé sin apuro, recibiendo una brisa fría que alborota mi cabello. Me reproché por no haber tomado la chaqueta al salir, pero fue poco lo que pude pensar cuando llamé al detective.


El recuerdo de la conversación con David se repetía una y otra vez en mi cabeza: «Murió hace veinticuatro años», ¿cómo era posible que mi padre callara por tantos años una noticia como esta? Estaba casi segura de que él debía estar al tanto.


No sé cómo llegué a la entrada del bar del hotel, estaba tan sumida en mis pensamientos…


Recorrí la barra con la mirada hasta hallar a mi padre, que hablaba con Martha. Como estaba de espalda y no podía verme, me acerqué y cubrí sus ojos con mis manos.


—¡Paula! —exclamó enseguida y se giró hacia mí con una gran sonrisa para saludarme con un beso en la mejilla.


—Hola Martha, ¿puedo sentarme con ustedes? —pregunté aunque ya sabía la respuesta.


—Claro que sí, hija. Tengo casi una hora esperándote. —¿Me había tomado tanto tiempo reunirme con el detective y llegar al hotel? Para mí ese instante de mi vida había ocurrido demasiado rápido.


Martha esperó que yo tomara asiento para ella levantarse de su banqueta.


—Debo irme. Me ofrecí a ser apoyo logístico en el evento de esta noche. Tengo que verificar que no falte nada —justificó antes de darle un abrazo a papá como despedida—Eres un hombre con suerte Roberto. Tienes una hija adorable.


La sonrisa de papá aumentó de manera significativa mientras apretaba mi mano, se sentía satisfecho. Al marcharse, Martha y él compartieron una mirada cómplice, que yo no pude entender, pero que era evidente que para ellos tenía un gran significado.


Cuando la mujer se alejó, mi padre se giró hacia mí con un semblante cariñoso en el rostro.


—Hija, estas hermosa, como siempre. —Roberto era un adulador nato— ¿Quieres tomar algo?


—Sí, un Martini de manzana —le dije sonriendo. Necesitaba una bebida fuerte que me regresara el ánimo. Estaba tentada a enseñarle la caja que me había dejado Elizabeth, pero eso requería darle antes algunas explicaciones y que él me diera muchas otras. No era ni el momento ni el lugar indicado para hablar del tema, ya encontraría una oportunidad.


Mientras pedía mi bebida y otro vaso de whisky para él, noté como cambiaban las facciones de su rostro. Ahora se le veía preocupado, algo le sucedía. Lo confirmé cuando me encaró de nuevo y forzó una sonrisa.


—¿Todo bien papá?, te vez raro. —Frunció el ceño y negó con la cabeza.


—Imaginaciones tuyas hija, estoy bien. Cuéntame, ¿cómo te ha ido en la conferencia? —Enseguida me cambió el tema, sabía que yo insistiría en conocer su estado, pero ese día se equivocaba, prefería hablar de otras cosas.


La conversación se extendió por casi una hora mientras picábamos algo de comer, intentaba hacerle una versión resumida de las clases recibidas, omitiendo los encuentros con Pedro y la reunión con el investigador.


—¿¡Roberto, Roberto Chaves!? —Una voz potente y profunda retumbó en mis oídos y me erizó por completo.


—¡Pedro!, hermano, que agradable sorpresa. —Papá se levantó del taburete para recibirlo con un fuerte abrazo. Yo intentaba calmarme, controlando así todas mis emociones.


—Qué alegría, años sin verte —alegó Pedro con descaro. 


«¿Acaso no fue él quien desapareció de nuestras vidas como un ladrón?».


—Paula, no me dijiste que Roberto vendría.


«¿Me estaba reprochando algo? ». Me giré hacia él y lo fulminé con la mirada, pero el muy fresco sonreía con tanta gracia que despertó en mí el mal humor. No había en él una mirada cariñosa, ni un gesto cómplice. ¡Nada! Parecía que lo ocurrido la noche anterior no había sido más que una de sus aventuras.


—¿Ustedes ya se habían visto? —preguntó mi padre con interés.


—Veníamos en el mismo vuelo, ¿no te parece una coincidencia? —agregó Pedro, con una mirada pícara.


—Hija, eso no me lo habías contado. —Negué con la cabeza harta de aquella conversación.


—No hay nada que contar, papá. —Me levanto con intensión de marcharme, me sentía cansada—Los dejo para que se pongan al día, ocho años es mucho tiempo —presumí con malicia. Papá me detuvo tomándome del brazo.


—No, no, no señorita. No te he visto en días y a Pedro en años, así que vamos a celebrar que nos hemos vuelto a encontrar —sentenció antes de hacerle señas al chico de la barra para pedir otra ronda de bebidas—Pedro, espero no te moleste que te haya pedido para ti lo mismo que estoy tomando.


Resoplé con indignación, y me acomodé con fastidio en la silla, no tenía escapatoria, «por lo menos lo había intentado».


Al escucharlos hablar de trabajo, dediqué mi interés en revisar mis correos electrónicos en el móvil. Con disimilo lancé de vez en cuando miradas hacia Pedro. Esa tarde lucía más apuesto que el día anterior. Tal vez era el color de su traje, o el de su corbata, lo que hacía resaltar el azul hipnótico de sus ojos. Lo que me enfermaba era la frialdad con la que me trataba. Si bien no era prudente que hiciera comentarios delante de mi padre, no existía ni una sola mirada de anhelo de su parte.


—Cuéntame Pedro, ¿dónde te has metido todos estos años?—«Que buena pregunta, gracias papá».


—He estado viviendo en Dallas. —Me tomé de un solo trago todo lo que quedaba en mi copa, y luego le hice señas al barman para que la rellenara de nuevo. Estaba ansiosa por escuchar su historia—Pero tengo ganas de volver a Nueva York. —Sus palabras estallaron en mi cabeza. «¿Lo decía en serio, o solo quería ver mi reacción?».


—Si decides volver me ofrezco para lo que necesites, cuenta conmigo —expresó mi padre—Es más, tengo una plaza vacante en este momento en el hospital. Si te interesa, avísame. —Lo miré sorprendida. Él nunca hacía ese tipo de ofrecimientos. Se notaba que aún apreciaba a Pedro.


—Lo pensaré Roberto, gracias por la oferta. —La inquietud me invadió de nuevo, vi mi reloj de pulsera percatándome que estábamos sobre la hora para el inicio del discurso que daría mi padre.


—Siento ser una aguafiestas, pero tenemos que irnos. La entrega de premios comienza en quince minutos —argumenté apresurada mientras me levantaba de la banqueta.


Pedro pidió la cuenta, y papá comenzó a quejarse porque él también quería pagar las bebidas. Los dejé solos en su discusión y caminé hasta el pasillo, pero pronto me alcanzaron para entrar al salón de conferencias.


Martha nos esperaba en la entrada, muy sonriente. Se enganchó del brazo de mi padre para dirigirlo a una zona reservada. Me despedí de él con la mano y me dirigí a una silla ubicada al final. La sala estaba repleta.


—Quiero verte esta noche —me susurró Pedro al sentarse a mi lado. No pude evitar sentir un calor recorrerme toda.


Giré el rostro hacia él y me perdí en el mar azul de sus ojos. 


«¿De verdad quería estar conmigo? ¿Regresaría a Nueva York? ¿Volvería a ignorarme como lo hizo en el pasado? Y si no lo hacía, ¿yo sería capaz de mantener una relación con él? ¿Qué pasaría con Oscar?».


Él estuvo a punto de agregar algo más, pero el miedo me invadió. Las dudas y la incertidumbre llenaron mi cabeza. 


Coloqué mi dedo índice sobre sus labios no podría soportar alguna nueva promesa de su parte. Necesitaba pensar.


Regresé la mirada al frente viendo como mi padre subía al escenario en medio de aplausos, e intentando serenar mis emociones. Segundos después Pedro tomó con disimulo mi mano.


No tenía la menor idea de lo que sucedería mañana, pero ese momento quería disfrutarlo al máximo, sentir el calor de su tacto y la seguridad de su presencia.






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