lunes, 11 de enero de 2016

DESTINO: CAPITULO 4




Al oír el despertador, Paula se levantó de la cama y entró en el cuarto de baño. Eran las seis, y se encontraba tan cansada como si no hubiera dormido en toda la noche.


El espejo le devolvió una imagen pálida y ojerosa, que le preocupó. ¿Qué le estaba pasando? Normalmente, le gustaba levantarse temprano. Necesitaba una hora de tranquilidad antes de que la casa se llenara de chicos exigentes y ruidosos. Pero aquella mañana habría dado cualquier cosa por volverse a dormir.


Solo quería cerrar los ojos y esperar hasta que Pedro Alfonso saliera de su vida.


Sin embargo, Paula sabía que Pedro no se iba a ir a ninguna parte, así que se lavó la cara y las manos, se arregló un poco el pelo y, tras ponerse unos pantalones cortos, una camiseta sin mangas y unas zapatillas deportivas, salió de la habitación.


Al llegar a la cocina, preparó café y se puso a hacer ejercicios de calentamiento. Su cuerpo estaba tenso como un tambor; probablemente, porque no dejaba de pensar en los ojos de Pedro ni en lo que había sentido cuando le pasó el brazo alrededor de la cintura. Aquel hombre la estaba volviendo loca.


Cuando terminó de calentar, abrió la puerta de la cocina y salió al exterior. El sol empezaba a asomar en el horizonte, pero aún faltaba un rato para que la niebla matinal se despejara. Paula respiró hondo y se intentó convencer de que el ejercicio físico era la terapia perfecta para su problema. 


Desde su punto de vista, no había ninguna preocupación que pudiera sobrevivir a una larga y agotadora carrera.


–Te has levantado muy pronto…


Paula se estremeció al oír la voz baja y seductora de Pedro, surgiendo de entre la niebla.


–Es que voy a correr –replicó con aspereza–. Si quieres desayunar, sírvete tú mismo… Acabo de preparar el café.


Paula se alejó a la carrera, esperando que Pedro entendiera la indirecta y la dejara en paz. Pero no fue así. Segundos después, apareció a su lado.


–¿Puedo correr contigo?


–Si te digo que no, ¿te marcharás?


–Sinceramente, no lo sé –respondió con humor.


Ella suspiró y le lanzó una mirada de arriba a abajo. Pedro llevaba una camiseta de la Universidad de Miami y unos vaqueros cortados que revelaban unas piernas tan fuertes como musculosas.


–Entonces, quédate.


–Gracias…


Ella guardó silencio.


–¿Cuántos kilómetros sueles correr?


–Alrededor de ocho.


Paula sonrió al ver que Pedro fruncía el ceño. Era evidente que estaba en forma, pero supuso que no estaría acostumbrado a correr tanto y aceleró el ritmo para dejarlo en evidencia.


–¿Sales a correr todas las mañanas?


–Casi todas.


–¿Has participado alguna vez en una maratón?


–Sí, en varias. Pero hace tiempo que no participo en ninguna… estoy tan ocupada que no me puedo entrenar en serio.


–Pues cualquiera lo diría –dijo él, aparentemente asombrado con la resistencia de Paula.


–¿Y tú? ¿También corres?


–No, aunque voy al gimnasio todos los días –respondió–. Tenía intención de buscar uno por aquí, pero podría cambiar de planes y salir a correr contigo por las mañanas. Prefiero hacer ejercicio con más personas… ¿y tú?


Paula no tuvo ocasión de responder a su pregunta, porque bajó entonces la mirada y dijo, con el tono de voz de un experto en la materia:
–Tienes unas piernas preciosas.


Ella sintió un extraño calor que no tenía nada que ver con el esfuerzo físico.


–¿Por qué las escondes siempre tras esas faldas largas que llevas? –continuó Pedro.


Paula frunció el ceño.


–Porque me gustan las faldas largas.


–¿Por qué? –insistió.


–¿Es que debo tener algún motivo para que me gusten las faldas largas?


–No, supongo que no –dijo–. Pero eres psicóloga, y me extraña un poco que no te lo hayas preguntado.


Ella se encogió de hombros.


–No hay nada que preguntarse. Sencillamente, las faldas largas son cómodas.


–Y lo ocultan todo.


–Yo no intento ocultar nada –afirmó.


–Espero que no, porque con esas piernas que tienes… 


–No quiero hablar de mis piernas.


Él arqueó una ceja.


–Ah, así que te sientes incómoda cuando los hombres te encuentran atractiva…


–¡Yo no me siento incómoda!


Pedro soltó una carcajada.


–Sí, ya lo veo.


Enfurecida por la ironía de Pedro, Paula volvió a acelerar el ritmo. De hecho, corrió tan deprisa que terminó diez minutos antes que de costumbre. Pero no tuvo nada de particular: se sentía como si el diablo le pisara los talones.







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