lunes, 11 de enero de 2016

DESTINO: CAPITULO 5




Su aventura matinal había merecido la pena. Gracias a los treinta minutos de ejercicio, Pedro había descubierto que Paula tenía una figura absolutamente arrebatadora. Y le gustaba tanto que no había dejado de fantasear con ella. 


Cada vez que cerraba los ojos, veía sus largas piernas y el sutil balanceo de sus senos.


Desgraciadamente, Pedro no pudo recuperar la media hora perdida. Se saltó el desayuno para ahorrar tiempo, pero eso no impidió que llegara tarde al trabajo. Y las cosas se complicaron a última hora, cuando los obreros se empezaron a quejar de que los materiales que les habían enviado eran de calidad inferior a la exigida.


Tras comprobarlo, intentó ponerse en contacto con el proveedor de la obra, para pedirle que los sustituyera por otros. Era un problema importante, que podía tener consecuencias desastrosas. Pero, a las cuatro y media, aún no había podido hablar con él. Y había quedado con Joaquin para llevarlo a pescar.


Desesperado, volvió a levantar el auricular del teléfono y marcó el número de su socio, que estaba en Miami.


–Hola, Tobias. ¿Podrías llamar al proveedor? Ha surgido un problema con los materiales.


–¿Qué tipo de problema?


Pedro le explicó brevemente lo sucedido y Tobias preguntó:
–¿Por qué me lo pides a mí? Tú lo conoces mejor que yo… 


–Lo sé, pero tengo un compromiso y me tengo que ir.


Tobias se quedó asombrado.


–¿Un compromiso? ¿Uno más importante que solucionar un problema de trabajo?


Pedro dudó. Comprendía perfectamente su sorpresa. En todos los años que llevaban juntos, jamás se había marchado del trabajo en mitad de una crisis.


–¿Qué pasa, Pedro? –continuó Tobias con desconfianza.


–Nada. No pasa nada.


–No me digas que te está esperando una mujer… –dijo con sorna.


Pedro estaba acostumbrado a que Tobias ironizara sobre su vida social, pero aquella tarde lo encontró irritante. De hecho, habría colgado el teléfono de no haber sabido que su socio lo habría llamado de inmediato, para burlarse otra vez.


–No exactamente.


–Entonces, ¿de qué se trata?


–Me están esperando para ir a pescar.


Tobias rompió a reír.


–¿Se puede saber qué te parece tan gracioso? –bramó Pedro.


–Tú, por supuesto. La última vez que saliste a pescar, te mareaste. Dijiste que no volverías a subir a un barco en toda tu vida.


–Y no voy a subir a ningún barco. Pescaré en un muelle.


–¿En un muelle? Ah, ahora lo comprendo… Si no recuerdo mal, a tu anfitriona le encanta la pesca. ¿Ha sido idea de Paula?


–¿Por qué dices eso?


–Porque tú no irías a pescar si no hubiese una mujer de por medio.


–Pues no, no ha sido idea de Paula. Es que estoy a cargo de la cena.


–¿De la cena?


–Sí, me ofrecí a llevar pescado. Pero, si no estoy en el muelle dentro de diez minutos, no tendré luz ni para poner el anzuelo.


–Pues ve a una pescadería…


–No sería lo mismo –afirmó–. Además, se lo prometí a Joaquin.


–¿Joaquin?


–Uno de los chicos.


–Ah, es un asunto familiar…


–Ahórrate las bromas, Tobias. ¿Vas a llamar al proveedor? ¿O no?


–Está bien, lo llamaré… 


–Gracias.


–¿Pedro?


–¿Sí?


–Hay una pescadería en el supermercado de la autopista. No tiene pérdida.


–Vete al infierno.


Tobias soltó una carcajada y Pedro colgó el teléfono de golpe. Todavía estaba maldiciendo a su socio cuando aparcó la camioneta en el vado de la casa. Tamara se había sentado en los escalones del porche, desde donde miraba a Tomas y Melisa, que estaban jugando en un columpio.


–Llegas tarde –anunció la chica.


–Lo sé. ¿Dónde está Joaquin?


Tamara se encogió de hombros.


–Creo que se ha cansado de esperar.


–Maldita sea…


–Pero se ha llevado una caña de pescar –le informó–. Mira al otro lado de la carretera. Puede que esté en el muelle.


–¿Sabes si hay más cañas?


Tamara asintió.


–Paula deja la suya detrás de la puerta de la cocina.


–Gracias.


Pedro entró en la casa y alcanzó la caña, que estaba donde Tamara le había dicho. Pero, al volver al porche, vio que la chica estaba extrañamente cabizbaja y se sintió en la obligación de interesarse por ella.


–¿Te encuentras bien?


Ella levantó la cabeza y lo miró, sorprendida por la pregunta.


–Sí, claro…


–¿Hoy no tienes colegio?


–Lo tenía, pero ya he vuelto.


Pedro notó un fondo muy triste en su voz. Se sentó a su lado e intentó encontrar la forma más adecuada de interesarse por ella. A fin de cuentas, no estaba acostumbrado a interpretar el papel de confidente. Y, menos aún, con jovencitas sensibles.


Al final, optó por ser directo y dijo:
–¿Ha pasado algo?


Ella sacudió la cabeza.


–No, nada.


Obviamente, él no la creyó.


–O sea, que ha pasado algo y no me lo quieres contar.


Tamara sonrió.


–Supongo que no.


–Bueno, comprendo que no quieras hablar de ello –dijo con suavidad–. Pero recuerda que las cosas no parecen tan malas cuando las compartes con alguien… Si cambias de opinión, habla con Paula. Por lo que tengo entendido, sabe escuchar a la gente. Y, por supuesto, también me tienes a mí… 


–Gracias.


Pedro no se levantó de inmediato. Albergaba la esperanza de que Tamara se desahogara con él, de modo que se quedó en el porche un par de minutos. Durante ese tiempo, Pablo salió de la casa y se puso a lanzar pelotas a una canasta de baloncesto, mientras David lo observaba desde la puerta principal.


–Eh, David… –le dijo–. ¿Por qué no desafías a Pablo? Seguro que eres tan buen jugador de baloncesto como él.


El chico se limitó a sacudir la cabeza.


–David no suele jugar –le informó Tamara–. Paula dice que no se atreve porque lo han echado de muchas casas de acogida por causar problemas… Por lo visto, siempre se estaba haciendo heridas y cosas así.


Pedro la miró con horror.


–¿Y qué? Es normal que los chicos jueguen y se hagan daño…


–Ya, pero hay adultos que no quieren que los molesten por nada. Supongo que tiene miedo de que Paula se canse de él y lo eche.


–Pero eso es…


Pedro no terminó la frase. Se había quedado atónito.


–¿Horrible? Sí, por supuesto que lo es –dijo Tamara–. A veces, Joaquin consigue que se abra un poco, pero le cuesta.


–Pobre chico…


–Paula dice que tenemos que ser pacientes con él… Que, más tarde o más temprano, se dará cuenta de que esta casa de acogida no es como las otras.


Pedro se quedó mirando a David y se preguntó qué podía hacer para ayudarlo y para ayudar al mismo tiempo a Paula, cuyo compromiso con los chicos le parecía cada vez más admirable. Pero Tamara lo sacó de sus pensamientos.


–Será mejor que vayas a pescar. Paula volverá pronto, y se enfadará mucho si tiene que descongelar el pollo porque no habéis pescado nada…


Él se levantó a regañadientes y dijo, con humor:
–Bueno, en el peor de los casos, siempre podemos ir a la pescadería.


Ella soltó una risita y, durante unos instantes, su expresión de tristeza se transformó en una sonrisa encantadora que emocionó un poco a Pedro. Nunca había entendido que algunos adultos sintieran la necesidad de ser padres. Pero, en ese momento, lo entendió perfectamente.







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