sábado, 16 de enero de 2016

DESTINO: CAPITULO 22




Paula no recordaba haberse mostrado de acuerdo en viajar a Miami. Pero el viernes por la tarde, cuando volvió a casa, descubrió que los chicos habían hecho el equipaje y la estaban esperando en el salón, tan entusiasmados que no tuvo corazón para negarse.


Tras una discusión acalorada, Pablo y Tomas se ganaron el derecho a viajar con Pedro en la camioneta. Los demás se sentaron en la furgoneta de Paula.


–¿Estás segura de que has entendido mis indicaciones? – preguntó Pedro antes de cerrar la portezuela–. No quiero que te pierdas.


–La carretera va directamente a Miami. Es imposible que me pierda.


–Está bien. Pero recuerda que, si nos separamos por culpa del tráfico y te adelanto, te esperaré en el centro comercial de Suniland, en la entrada norte –dijo–. Mi casa no es tan fácil de encontrar… Prefiero enseñarte el camino.


–¿Y qué pasa si te adelanto yo?


Pedro le guiñó un ojo.


–No me adelantarás, Paula.


Pedro se subió a la camioneta y, a continuación, los dos vehículos se pusieron en marcha.


Ya estaban en la carretera principal cuando Tamara se interesó por lo que iban a hacer en Miami. Paula se alegró de que estuviera tan contenta. Su humor había mejorado mucho durante los días anteriores, y empezaba a mostrar su natural exuberancia. Incluso le había contado lo sucedido con su novio, y el motivo por el que había llamado a Pedro en lugar de llamarla a ella.


Cada vez que lo pensaba, Paula se decía que le debía una disculpa por haberse enfadado aquella noche. Pedro se había portado muy bien con Tamara. Además, ya no tenía miedo de que la joven se hubiera encaprichado de él; entre otras cosas, porque no ocultaba su deseo de que los dos adultos acabaran juntos.


–No sé lo que piensa hacer, Tamara. La idea del viaje ha sido suya… pero estoy segura de que habrá planeado algo.


Paula se preguntó por las intenciones de Pedro y se empezó a poner nerviosa. Tenía la sospecha de que su paciencia estaba llegando al límite y de que estaba decidido a cambiar el rumbo de su relación. Pero no sabía si estaba preparada para el amor.


–Pues yo quiero ir de compras –dijo Tamara.


–Y yo –intervino Melisa.


–He estado ahorrando para comprarme un vestido nuevo – declaró la adolescente, con una timidez repentina–. ¿Me ayudarás a elegir uno, Paula? Me encanta tu forma de vestir… Tienes un estilo muy personal. No te limitas a seguir la moda, como la mayoría de la gente.


Paula sonrió, sintiéndose halagada.


–Por supuesto que sí –contestó–. Además, tengo entendido que este año se llevan los colores intensos, que van muy bien con tu color de piel. No sabes la suerte que tienes.


–Yo no quiero ir de compras –dijo David–. Quiero ver un partido de baloncesto y comerme una docena de perritos calientes.


–Y yo –dijo Melisa en el asiento de atrás.


Paula soltó una carcajada.


–¿Y qué quieres hacer tú, Joaquin?


–A mí me da igual –gruñó.


–¿No te alegra la perspectiva de viajar a Miami?


El chico se encogió de hombros.


–Ya he estado en Miami. Y no es gran cosa.


–¿Cuándo has estado en Miami? –preguntó Tamara con escepticismo.


–Hace un par de años, con unos amigos.


–Mentiroso…


–Es verdad –insistió–. Y también lo es que Miami no es tan interesante. A mí me gustan más los Cayos.


–Pues no digas eso delante de Pedro. Herirías sus sentimientos –declaró Tamara.


–Dudo que alguien pueda herir sus sentimientos –replicó–. Ese tipo es tan sensible como un bloque de cemento.


–Vamos, Joaquin… –intervino Paula con paciencia–. Pedro solo quiere que os lo paséis bien. ¿No puedes hacer un pequeño esfuerzo?


Joaquin no dijo nada. Paula suspiró y pensó que, al menos, el entusiasmo de Melisa, Tamara y David compensaban el mal humor del joven.


A pesar de sus bromas sobre la velocidad, Pedro no se alejó mucho en ningún momento. Paula acortó las distancias al ver que él tomaba la desviación que los debía llevar a Coconut Grove, y reconoció el camino porque era el mismo que había tomado cuando fue a ver a Lisa después de que se casara con Tobias.


Había algo salvaje y seductor en la densa arboleda. Paula prefería el océano y los cielos despejados de los Cayos de Florida, pero el ambiente íntimo de aquel sitio tenía un atractivo especial que aceleró su pulso. Hizo que imaginara aventuras románticas en la selva.


Pedro giró al llegar a un camino que estaba casi oculto entre los árboles. Ella tragó saliva, sintiéndose como la protagonista de una novela que estuviera a punto de llegar a la misteriosa y aislada mansión de su contraparte masculina. 


¿Qué le depararía el futuro? No tenía forma de saberlo, pero apagó el motor y se quedó sentada en el asiento, intentando recobrar la compostura, mientras los chicos se bajaban del vehículo.


Al cabo de unos segundos, oyó la voz de Pedro.


–¿Estás bien?


–Sí, muy bien –Paula salió del coche–. Los chicos querían saber qué planes tienes para el fin de semana.


–He pensado que esta noche podíamos salir de compras, cenar y ver el partido de los Miami Heat. ¿Qué te parece?


–¿No serán demasiadas cosas?


Pedro rio.


–No te preocupes. Seguro que encontramos tiempo para nosotros.


Ella se estremeció.


–No me refería a eso.


–Puede que no, pero lo encontraremos de todas formas. Y ahora, permíteme que te enseñe mi casa.


El domicilio de Pedro era espectacular, en un edificio de paredes de estuco y tejas rojas, de estilo español, con espacios amplios y grandes ventanas. Al llegar al salón, Paula se fijó en la chimenea y dijo:
–¿Una chimenea? ¿En Miami?


Pedro le dedicó una sonrisa y la miró con intensidad.


–Es lo único que me gusta de los inviernos del norte. Aquí hace bastante calor, pero algunos días se puede encender. Y, por otra parte, es de lo más romántico…


Paula se estremeció una vez más, aunque esta vez fue porque imaginaba que Pedro habría estado con muchas mujeres en esa casa. Pero Pedro adivinó lo que estaba pensando y, tras tomarla entre sus brazos, dijo:
–Tú eres la primera, Paula.


Ella lo miró con incredulidad.


–¿En serio?


–Te doy mi palabra. Sé que me tienes por una especie de mujeriego compulsivo, y es verdad que he estado con unas cuantas mujeres. Pero ninguna tan importante como para traerla a mi casa –afirmó–. Este es mi refugio personal, el lugar adonde voy cuando me quiero esconder del mundo.


Paula deseó creer sus palabras; sobre todo, cuando se inclinó sobre ella y la besó con tanta pasión que las rodillas se le doblaron.


–Te deseo con locura, Pau. Mira lo que me haces…


Pedro la tomó de la mano y se la apretó contra la entrepierna, para que su erección borrara cualquier sombra de duda. Paula quiso apartar la mano, pero no la apartó. Se sentía como la proverbial polilla atraída por el fuego.


–Vamos a estar muy bien, Pau–le prometió–. Sé que sigues teniendo miedo de nuestra relación, pero te demostraré que es un miedo injustificado. Antes de que acabe el fin de semana, serás mía.


A Paula se le volvieron a doblar las rodillas. ¿Cómo era posible que un hombre tan inadecuado para ella le gustara tanto? ¿Cómo era posible que hubiera superado sus defensas, vencido su sentido común y conquistado su corazón?


Al oír pasos, se alegró de que no estuvieran solos y se apartó de él a toda prisa, ruborizada. Pero Pedro no parecía afectado por la tensión sexual que había entre ellos. 


De hecho, se giró hacia los chicos con una expresión perfectamente tranquila.


–¿Ya habéis elegido vuestras habitaciones? –les preguntó.


–Este lugar es genial… –dijo Pablo–. Tienes que verlo, mamá. Hay docenas y docenas de habitaciones.


Pedro soltó una carcajada.


–No hay tantas como dices, pero hay suficientes para vosotros.


–Y también tiene piscina –intervino David.


–Y uno de esos jacuzzi tan románticos… –declaró Tamara.


Paula no quería saber nada de jacuzzis; especialmente, estando tan excitada ante la perspectiva de quedarse a solas con Pedro en algún momento. Así que lo miró y preguntó:
–¿No deberíamos comer algo?


Él asintió e informó a los chicos sobre sus planes para la noche. Como era de esperar, los chicos se mostraron encantados. Pero, a pesar de ser exhaustivo en su explicación, olvidó decir cuándo tenía intención de seducirla.


Naturalmente, Paula no esperaba que lo dijera delante de todos. Sin embargo, le quedó un sentimiento de anticipación erótica en el que, sorprendentemente, no había el menor asomo de miedo.


¿Qué le estaba pasando? ¿Se habría enamorado de aquel hombre?







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