sábado, 16 de enero de 2016

DESTINO: CAPITULO 20




Paula despertó a la mañana siguiente, con el sol entrando por la ventana del dormitorio. Se quedó inmóvil y se concentró en su cuerpo, para sopesar las sensaciones que tenía. Pero, aparentemente, se encontraba bien.


Estaba a punto de levantarse cuando Pedro entró.


–Ya era hora de que te despertaras –dijo con alegría.


–¿Qué hora es?


–Casi las doce.


Ella se sentó en la cama.


–¿Las doce? ¿Y qué ha pasado con los chicos? ¿No han ido al colegio? –preguntó con preocupación.


–Por supuesto que han ido. Y te aseguro que ninguno ha llegado tarde –respondió Pedro–. ¿Te apetece un té y una tostada? Preparé el desayuno hace un rato, pero estabas dormida y no te quise despertar.


Paula lo miró con incertidumbre.


–¿Hoy no has ido al trabajo?


–Sí, pero he vuelto para ver cómo estabas.


–Pues márchate si quieres. Me encuentro mejor.


–No tengo ninguna prisa. El paisaje es verdaderamente bonito…


Paula bajó la cabeza y se ruborizó al ver que llevaba un camisón prácticamente transparente. No recordaba habérselo puesto, pero prefirió no preguntar. Se limitó a alcanzar la sábana y taparse con rapidez.


–No me gustaría que pierdas un día de trabajo por mi culpa –acertó a decir.


Él se encogió de hombros.


–Seguro que sobrevivirán a mi ausencia.


Pedro se sentó a su lado y le dio la taza de té.


–Bébete esto.


Paula hizo caso omiso.


–No es necesario que te quedes. Puedo cuidarme sola.


–Ya sé que puedes, pero ¿por qué te no relajas un poco y permites que alguien cuide de ti para variar?


Ella lo miró a los ojos durante unos segundos, y vio algo que le hizo cambiar de opinión. Parecía herido por su negativa a dejarse cuidar. Como si darle el desayuno fuera importante para él.


Por fin, aceptó la taza de té y lo probó. Estaba muy bueno, e incluso había tenido el detalle de recordar que le gustaba sin azúcar.


–Gracias, Pedro.


–Y ahora, la tostada.


–No sé si…


–Come, Paula. Tienes que reponer fuerzas.


Paula pegó un bocado pequeño, lo justo para satisfacerlo.


–¿Qué tal te fue anoche? –le preguntó.


–Bien. La profesora de David dice maravillas de él. Afirma que ha mejorado mucho desde que está contigo.


–¿Y cómo explicaste tu presencia?


–Les dije que estamos viviendo juntos.


Paula gimió.


–Veo que estás decidido a destrozar mi reputación…


–Pau, tu reputación no corre ningún peligro. Y mucho menos, por estar viviendo con un hombre.


–Supongo que tienes razón… 


Pedro volvió a sonreír.


–Además, la gente sabe que te gusta cuidar de seres descarriados. Yo solo soy uno más.


Pedro, la mayoría de esos seres descarriados tienen menos de doce años cuando llegan a mi casa –le recordó–. Es cierto que Joaquin era un poco mayor, pero… bueno… ninguno de los chicos es tan…


–¿Decididamente masculino?


Ella rio.


–No te rindes nunca, ¿verdad?


–No. Y no me voy a rendir ahora, cuando precisamente estás a mi merced.


–No me siento tan débil.


–¿Ah, no? ¿Puedes demostrar eso?


Pedro se inclinó sobre ella.


–Lárgate de aquí –dijo Paula, empujándolo con la bandeja.


–Qué desagradecida eres –declaró con humor–. Pero está bien. Terminaremos esta discusión más tarde.


–No cuentes con ello.


–Pau, no sé por qué te empeñas en resistirte a mí. No servirá de nada.


–Si tú lo dices… –declaró con un bostezo.


Paula se sintió tan repentinamente cansada que tuvo que cerrar los ojos. Y ni siquiera los abrió cuando Pedro sacó una cajita del bolsillo, se la puso en la mano y dijo:
–Feliz día de San Valentín, cariño.







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