viernes, 15 de enero de 2016

DESTINO: CAPITULO 16




Su nuevo plan tenía un problema: que ni él ni ella sabían por dónde empezar. Durante los días siguientes, estuvieron tan tensos que Paula se sentía terriblemente frustrada. Cada vez que Pedro la rozaba sin querer, se sobresaltaba y se disculpaba con un nerviosismo exagerado. Y la paciencia de Paula estaba llegando a su límite.


Además, no sabía si era conveniente que Pedro se involucrara más en la vida de los chicos. Seguía creyendo que debían actuar con cautela; sobre todo, después de lo sucedido con Tamara. Y una noche, cuando se lo dijo después de cenar, él replicó:
–No puedes tener las dos cosas a la vez. No puedo quedarme en la casa y mantener las distancias al mismo tiempo.


–No veo por qué no –dijo con obstinación.


Él se limitó a mirarla fijamente.


–Bueno, puede que no esté siendo muy racional –admitió ella–. En este momento, no me siento precisamente racional.


–¿Y cómo te sientes?


–Como si me hubieran partido en dos.


–A mí me pasa lo mismo.


De repente, Paula rompió a reír. Todo el asunto le parecía absurdo. Se suponía que eran personas adultas, con la madurez necesaria para afrontar cualquier situación. Pero se comportaban como dos niños.


–¿Se puede saber de qué te ríes? –gruñó Pedro–. Tenemos un problema grave.


–No te lo voy a discutir. Pero, ¿me podrías hacer el favor de definir el problema? 


Pedro se puso nervioso.


–Bueno… Nosotros…


–Estamos permanentemente cachondos –dijo ella.


–¡Pau! –exclamó él, asombrado con su lenguaje.


–Puede que sea una forma algo cruda de decirlo, pero es verdad. Y también es verdad que, si yo fuera una mujer distinta, ya te habrías acostado conmigo.


–Pero eres quien eres.


–Y supongo que te debería estar agradecida por dedicarme un tratamiento tan especial. Pero no lo estoy en absoluto.


Pedro rio.


–Creo que te entiendo.


Los dos se miraron a los ojos durante unos segundos, sin decir nada.


–Podríamos ir a ver una película –dijo Pedro al final.


–Casi son las diez de la noche… 


–Pues alquilaremos una.


–Y nos sentaremos juntos en el sofá, acurrucaditos… 


–Umm. No sé si es una buena idea.


–Ni yo.


–¿Y si jugamos al ajedrez? Es un juego serio y muy intelectual, completamente alejado de fantasías eróticas.


–No sé jugar al ajedrez.


–Pues a las damas… –replicó–. Maldita sea, Pau, échame una mano. Intento encontrar una solución.


–Está bien, jugaremos a las damas. Creo que el tablero está en el dormitorio de Pablo.


–Ve a buscarlo tú. Yo haré unas palomitas.


–Debería haber sabido que aprovecharías cualquier oportunidad para atiborrarte de comida basura.


–Tranquila. A ti te traeré unas uvas.


Quince minutos después, el tablero, las palomitas y las uvas estaban en la mesa del salón. Y quince minutos después, Pedro había ganado la primera partida.


–No te estás concentrando –la acusó.


–¿Y quién se puede concentrar? Haces mucho ruido con las palomitas.


–Venga ya… ningún jugador bueno se desconcentraría por algo así.


–Pero yo no soy un buen jugador. Hasta Tomas me gana – dijo–. Y, por otra parte, deberías ser más atento conmigo. Al fin y al cabo, has sido tú quien se ha empeñado en jugar.


–Para estar ocupado y no estar pensando todo el tiempo en acostarme contigo –le recordó.


–¿Y funciona?


–En absoluto.


–Me lo temía. Tampoco funciona conmigo.


–¿Sabes por qué?


–¿Lo preguntas desde un punto de vista psicológico? ¿O puramente físico?


Él la miró con recriminación y dijo:
–Es porque estamos juntos y en la misma casa, pero ni tú ni yo nos atrevemos a… en fin, ya sabes.


Paula arqueó una ceja.


–Ni siquiera eres capaz de decirlo abiertamente, Pedro.


–¿Quieres que hablemos abiertamente?


–Por supuesto. Hablar es la mejor forma de solucionar los problemas.


Él sacudió la cabeza.


–En este caso, no. Créeme, Pau… Tengo experiencia al respecto, y sé que hablar de sexo empeoraría la situación.


–Yo no estoy tan segura. Serviría para ver las cosas con más objetividad.


–Lo único que me puede dar alguna objetividad es una ducha fría, y me la voy a dar ahora mismo.


Pedro ya había llegado a la puerta cuando se giró y dijo:
–Supongo que no querrás… 


–¿Ducharme contigo? No.


Él sonrió.


–Bueno, tenía que intentarlo.







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