viernes, 15 de enero de 2016

DESTINO: CAPITULO 17







A la mañana siguiente, los dos estaban ojerosos y protestones. En determinado momento, se enfadaron por algo sin importancia y Pablo preguntó:
–¿Se puede saber qué os pasa?


–Es que he dormido mal –contestó Pedro, que lanzó una mirada acusadora a Paula.


–¿Y de quién es la culpa? –replicó ella, mientras le servía una taza de té de hierbas.


–¿Té? Yo no quiero té. Quiero mi refresco… 


–Pues lo siento mucho. Los he tirado todos.


–¿Que los has tirado? –bramó.


–Sí. Tendrás que contentarte con el té.


–Eso ni siquiera es un té de verdad. No tiene ni un poco de cafeína.


–Exactamente.


En mitad de la discusión, Paula se dio cuenta de que los chicos los estaban mirando como si asistieran a un partido de tenis, así que suspiró y dijo:
–Está bien. ¿Declaramos una tregua?


–¿Eso significa que me puedo tomar mi refresco?


–No. Solo significa que dejemos de discutir.


–Dejaré de discutir contigo cuando me devuelvas los refrescos que has tirado.


–¡Vete a freír espárragos!


Paula se levantó de la mesa y se marchó, dejando boquiabiertos a los chicos.


–¿Mamá se encuentra bien? –preguntó David, atónito.


–Sí, claro que está bien –contestó Pedro.


–¿Seguro? –insistió.


Tamara miró a Pedro con ironía e intervino en la conversación.


–Creo que está enamorada…


–Tamara, no creo que debamos hablar de eso en este momento –dijo Pedro.


–Pero lo está, ¿verdad?


–Tamara… –le advirtió.


Joaquin los miró a los dos, se levantó de la silla y se dirigió a Tamara con un tono cargado de indignación.


–¿Es que te has vuelto loca? No es posible que mamá se haya enamorado de él. Tendría que haber perdido la razón.


–El hecho de que Pedro te disguste no significa que no guste a Paula –razonó la joven–. No seas tan obtuso.


–La obtusa eres tú.


Joaquin salió de la casa pegando un portazo.


–Si Paula y tú os enamoráis, ¿serás nuestro padre? –intervino Pablo–. Lo pregunto porque sería genial…


Pedro se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.


–Basta ya. Estáis llegando a conclusiones apresuradas. Además, los sentimientos que tengamos no son asunto vuestro.


–Por supuesto que lo son. Vivimos con vosotros –alegó
Tamara.


–Sí, pero es un problema que solo nos atañe a Paula y a mí. Y no lo solucionaremos si os dedicáis a observarnos y a analizar todo lo que hacemos.


Tamara asintió lentamente, como si las palabras de Pedro hubieran confirmado sus sospechas.


–Es decir, que estáis enamorados.


–¡Tamara!


La chica sonrió con picardía.


–Oh, lo siento tanto… Me he dejado llevar por la emoción – dijo–. ¿Podemos hacer algo para ayudarte?


–Sí. Dejar de hacer conjeturas sobre nosotros.


Pedro se maldijo para sus adentros. Empezaba a comprender lo que sentían los famosos cuando sus asuntos personales pasaban a ser de dominio público Pedro esperó a que los niños se fueran al colegio. Afortunadamente, Melisa estaba en la guardería por las mañanas, así que no tenía que cuidar de ella. Y cuando se quedó a solas, salió de la casa y se dirigió a Dolphin Reach, donde Paula tenía la consulta.


Aquella iba a ser la primera vez que entrara en los dominios de la mujer de sus sueños. Conocía su trabajo porque Paula había ayudado al hijo de Tobias con su dislexia, pero no había tenido ocasión de visitar el edificio. Al llegar, se acercó a la recepcionista y preguntó por el despacho de Paula.


–Es el segundo a la izquierda, pero no está aquí. Está fuera, con los delfines.


–¿No está con ninguno de sus pacientes?


–No. El primero no llega hasta las diez.


–Ah, gracias…


Mientras caminaba hacia el muelle, la curiosidad de Pedro aumentó. Sabía que sus métodos eran muy vanguardistas, pero jamás habría imaginado que utilizaba delfines para sus terapias. Y se quedó perplejo cuando la vio arrodillada en una plataforma, delante de un grupo de delfines que parecían sonreír.


–¿Pau?


Paula se dio la vuelta y lo miró con seriedad.


–¿Qué estás haciendo aquí?


–Me ha parecido que necesitábamos hablar.


–Ahora, no. Estoy ocupada.


–Sé que no tienes ningún paciente hasta dentro de una hora. Si es necesario, te la pagaré…


–Lo siento. No acepto pacientes con los que mantengo una relación personal.


Pedro sonrió.


–Eso no es cierto. Ayudaste a Kevin.


Ella estuvo a punto de sonreír a su pesar.


–Kevin fue una excepción.


–Pues haz otra excepción.


–¿Por qué?


–Porque los chicos me han obligado a asumir algo que me negaba a asumir.


–¿Ah, sí? ¿Y de qué se trata?


–De que estoy enamorado de ti.


Paula lo miró con tanto asombro como escepticismo. 


Pero Pedro supo en ese momento que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para demostrarle que había sido sincero.


Se arrodilló a su lado y preguntó:
–¿Y bien?


–No sé qué decir…


–Bueno, puedes empezar por decir lo que piensas. Es lo que aconsejan los libros de psicología, ¿no?


–Está bien, te diré lo que pienso… Pienso que estás loco.


Él sonrió.


–Menudo análisis profesional –se burló.


–No te rías de mí, Pedro.


–No me estoy riendo. Y, a pesar del pánico que veo en tus ojos, tampoco espero que te declares profundamente enamorada de mí. Solo quiero saber si tengo alguna oportunidad.


–No digas tonterías. No estás enamorado de mí. Solo lo crees porque alivia tu sentimiento de culpabilidad.


–¿Mi sentimiento de culpabilidad? No he hecho nada para sentirme culpable.


–Pero te gustaría haberlo hecho.


–Maldita sea, Pau… Te aseguro que no me siento culpable por desearte.


–Aunque sea cierto, lo que tú quieres no tiene nada que ver con el amor. Solo buscas una relación sexual pasajera, un simple juego.


La actitud de Paula le pareció tan irritante que sintió la tentación de tomarla entre sus brazos y besarla para impedir que insistiera con sus argumentos supuestamente psicológicos. Pero sospechaba que solo serviría para reafirmar su posición.


Al final, optó por una solución más categórica. Sin dejar de mirarla a los ojos, alzó un brazo, le pasó un dedo por la mejilla y, acto seguido, bajó hasta sus senos y le acarició un pezón hasta ponérselo duro.


–Puede que esto sea algo más que un juego, Pau


–No, no lo es… –susurró, excitada.


Él se inclinó entonces y la besó con suavidad durante unos segundos.


–¿Y qué pasaría si estás equivocada?


Pedro no esperó a que respondiera. Se levantó y se alejó tranquilamente, dejándola a solas con sus dudas.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario