viernes, 15 de enero de 2016

DESTINO: CAPITULO 18





¿Enamorado? No, no podía ser. Era imposible que Pedro Alfonso, el famoso mujeriego, se hubiera enamorado de ella. 


Paula estaba segura de que desconocía el significado de esa expresión. Pero, por muchas veces que rechazara la posibilidad de que estuviera enamorado de ella, su inesperada confesión la tuvo tan preocupada que, al final de la tarde, todos sus pacientes se habían dado cuenta de que le pasaba algo.


Paula intentó concentrarse en su trabajo y demostrar algún entusiasmo por los pequeños éxitos del día, pero no dejaba de pensar en la alocada, impulsiva y, en su opinión, insensata declaración de amor.


Jamás lo habría imaginado. A pesar de sus defectos, era un hombre demasiado noble y sincero como para apelar al amor sin más intención que la de seducirla. Además, no tenía sentido que mintiera. Sabía que ella estaba dispuesta a acostarse con él. Y eso era parte del problema. Que ella estaba dispuesta y él, no. Pedro pensaba que, manteniendo las distancias, la protegería. Y cuanto más las mantenía, más le gustaba.


Si seguían por el mismo camino, corría el riesgo de enamorarse. Pero ni Paula buscaba una relación seria ni creía que Pedro la quisiera de verdad. Se estaba engañando a sí mismo.


Estaba fascinado por la novedad de vivir en una casa llena de chicos, y había perdido la perspectiva. No se daba cuenta de que su fascinación por la vida en familia desaparecería pronto.


Paula tomó una decisión. Le demostraría que no estaba hecho para esas cosas. Y su humor mejoró tanto que, cuando llegó la hora de cenar, se sentía como si volviera a ser la de siempre. Como si tuviera el control.


Desgraciadamente, su seguridad se esfumó en cuanto Pedro entró en la cocina, le dio un beso en la frente y, tras acercarse a la cacerola que humeaba en el fuego, halagó sus habilidades culinarias. Paula se estremeció de placer, y se preguntó qué demonios le estaba pasando. Se suponía que el enamorado era él.


La cena fue bastante incómoda. Los chicos los miraban de un modo tan raro que ella se quedó sin habla. Por suerte, Pedro se comportó como si no pasara nada en absoluto. Se interesó por sus cosas, les dio conversación y, al final de la velada, se encargó de que recogieran la mesa y la limpiaran. Para no estar acostumbrado a vivir con un montón de chicos, lo hacía maravillosamente bien.


–Eh, mamá… –intervino David, sacándola de sus pensamientos–. ¿Es verdad lo que Pedro ha dicho? ¿Vamos a ir a Miami el fin de semana?


Ella parpadeó, perpleja. Había perdido el hilo, pero miró al chico y contestó como si no fuera así.


–Ya veremos.


–A mí me parece una gran idea –dijo Tamara–. En Miami hay muchas tiendas y cines…


–Y también está el Miami Heat –se sumó Pablo, refiriéndose a un famoso equipo de baloncesto–. ¿Podríamos ir a ver el partido, Pedro?


–Si Paula está de acuerdo…


Paula maldijo su suerte. Pedro le había pasado la pelota de un modo extremadamente astuto. Ahora estaba atrapada, y no se podía negar.


–Por mí, no hay problema. Si está dispuesto a llevaros…


–Iremos todos –puntualizó Pedro–. No te vamos a dejar aquí, sola.


–Claro que no, mamá –dijo David–. Tú también necesitas un descanso.


–Vamos, Paula… Será mejor que correr mil kilómetros –dijo Tamara–. Además, siempre dices que hay que descansar de vez en cuando, para reducir el estrés.


Paula suspiró.


–Ya veremos. Habrá que organizarlo todo y…


–¡Oh, Dios mío! –exclamó David.


–¿Qué pasa?


–Me había olvidado de decírtelo… Hay reunión de padres en el colegio –contestó–. ¿Podrías ir, Paula?


–¿Por qué quieres que vaya a una reunión de padres? – intervino Joaquin con desdén–. Son aburridas y absurdas.


–Eso es lo de menos, Joaquin –dijo Paula–. Si es importante para David, iré.


–Tú verás lo que haces.


Joaquin se levantó y se fue, dejando a David avergonzado. 


Para David, Joaquin era el hermano mayor que no había tenido, y valoraba tanto sus opiniones que ahora se arrepentía de haber dicho nada.


–No hagas caso a Joaquin. ¿Cuándo es la reunión? –preguntó Paula.


–Pasado mañana.


Paula le acarició el pelo y dijo:
–Pues no te preocupes. Allí estaré.


Pedro se levantó entonces y ordenó a los chicos que se marcharan a hacer sus deberes. Todos obedecieron al instante, aunque Tamara los miró con picardía antes de salir.


–¿No te parece que has sido un poco obvio? –dijo Paula, frunciendo el ceño.


–¿Crees que se han dado cuenta de que quiero estar a solas contigo?


–Tamara se ha dado cuenta de sobra. En cuanto a los demás, quién sabe… Pero seguro que te estarán muy agradecidos por haberles evitado el mal trago de lavar los platos.


–Oh, vaya. Sabía que olvidaba algo.


Pedro se acercó y le dio un beso en la mejilla. Fue un gesto inocente, sin segundas intenciones. Pero la excitó de todas formas.


–Bueno, ya me acostumbraré a este asunto de la paternidad –dijo él–. Solo necesito un poco de práctica.


Pedro, tenemos que hablar.


–¿De qué? –preguntó con inocencia fingida.


–De ese asunto de la paternidad –respondió con sorna–. De ti, de mí y de los viajes a Miami.


–¿Y qué me tienes que decir?


Pedro se acercó al fregadero y empezó a lavar los platos como si no pasara nada.


–¿Me podrías prestar un poco de atención, por favor? – protestó ella.


Él se dio la vuelta, sonrió de oreja a oreja y la tomó entre sus brazos.


–No sabes cuánto me alegro de que por fin me lo hayas pedido.


–Maldita sea, Pedro


Pedro le mordió el lóbulo de la oreja.


–¿Es que no te tomas nada en serio? –continuó ella.


–Por supuesto que sí. Esto me lo tomo muy en serio.


Pedro le dio un beso que la dejó sin aliento.


–Escúchame, Pedro


–Pero si te estoy escuchando…


Paula se apartó de él a duras penas.


–¿Lo ves? No quieres asumir la realidad. Te comportas como si yo sintiera lo mismo que tú.


–Porque lo sientes.


–Eso no es cierto –dijo con vehemencia.


–Pau, te conozco muy bien. Ni siquiera considerarías la posibilidad de acostarte conmigo si no estuvieras enamorada de mí. Y sé que ahora la estás considerando, lo cual significa que estás enamorada de mí.


–Tú lógica es un desastre.


–Mi lógica es impecable –replicó–. Tengo un cerebro científico y bien ordenado. Una maravilla de la razón.


–Pero esto no tiene nada que ver con la razón.


–¿Esto? ¿Qué es esto, Paula?


–Lo que estamos hablando.


–¿Te refieres al amor?


–Exacto.


–Bueno, no recuerdo haber dicho que el amor sea lógico. Me he limitado a llegar a una conclusión a partir de las pruebas que me has dado.


–Vete al infierno.


–Oh, Pau… Ya estás hablando mal otra vez. Cada vez que pierdes una discusión conmigo, te pones a hablar como una verdulera.


–No has ganado esta discusión –bramó.


–Si tú lo dices…


Pedro le dio la espalda y volvió al fregadero para seguir lavando los platos.Paula lo miró con rabia y salió de la cocina





2 comentarios:

  1. Pero qué vueltera Pau, x qué no le da bola de una vez y listo??? Si está muerta con él jajajaja

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  2. Son terribles estos 2!!! Muy buenos capítulos!

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