martes, 26 de enero de 2016

A TRES PASOS: CAPITULO 4





Cuando salió del ascensor y atravesando el hall, se quitó los zapatos de tacón, colocándoselos bajo la axila para buscar las llaves en el bolso. Suspiró de alivio al no oír ninguna música en el piso de al lado. Al entrar en su piso, gimió al ver todos los muebles cubiertos, incluido el sofá. Fue hasta la habitación y se desvistió quedándose en ropa interior, cuando un grito de auténtico terror la sobresaltó. Miró hacia el tabique del piso de Pedro y volvió a oír otro grito. 


Descalza y casi desnuda, salió corriendo hacia el salón y vio el mango del bate de béisbol sobresalir de una de las cajas. 


A toda prisa salió del piso con él en la mano y corrió entrando en el piso de su vecino mientras los gritos continuaban. Siguiéndolos, entró en una habitación abriendo la puerta de golpe y se quedó de piedra con el bate en alto, al ver a una mujer desnuda tumbada en la cama gritando como una loca mientras miraba una serpiente, que colocada a su lado estaba totalmente estirada desde los pies hasta la cabeza de la chica. La serpiente no se movía mientras que la chica parecía paralizada de terror sin dejar de gritar.


-¡Deja de gritar!


Sorprendida la rubia la miró temblando de miedo y sus ojos azules reflejaban el pánico que sentía en ese momento.- Ayúdame-susurró alargando la mano.


Paula rodeó la cama lentamente para llegar hasta ella sin soltar el bate y siseó- Vas a salir de la cama de un salto ¿me oyes?


La mujer miró de reojo a la serpiente y asintió. Estaba totalmente pálida y Paula sin soltar el bate alargó la otra mano. La chica alargó la suya y se agarraron con fuerza- Bien, voy a tirar de ti.


-Sí- respondió ansiosa.


Paula tiró con fuerza y la chica saltó de la cama soltando un chillido, abrazándola con una fuerza increíble para su complexión-¡Gracias, gracias!- la chica estaba histérica, mientras que Paula no perdía de vista la serpiente que no se había movido del sitio. Estaba claro que la serpiente la estaba midiendo para comprobar si se podía enfrentar a ella. 


Lo había leído en algún sitio y tampoco sabía cómo reaccionaría si a ella le pasara eso.


-Vamos a alejarnos un poco ¿vale?


La chica no la soltaba pegada a ella como una lapa, mientras que Paula continuaba con el bate en alto. Dio un paso atrás y la chica la siguió. Así que se alejaron un poco más.


-¿Qué coño hacéis?


Gritaron del susto separándose y se volvieron hacia Pedro que las miraba de arriba abajo. Sobre todo a Paula- Ya lo entiendo todo- dijo divertido apoyándose en el marco de la puerta.


-Oh, Pedro…- dijo la rubia poniéndose a llorar.


Paula se enfureció al ver que encima le parecía divertido.- ¿Cómo se te ocurre tener una serpiente en el piso?


Pedro frunció el ceño y miró hacia la cama. Pareció sorprendido de verla allí- ¿Qué hace en la cama?


-¡Explícamelo tú! ¡La pobre chica se la encontró así a su lado!- fue hacia él bajando el bate.- ¡Eres la persona más irresponsable que conozco!


-¡Se ha debido escapar de la caja! ¡El tipo que me la dejó, me dijo que si le daba de comer no se movería de allí!


Paula no se lo podía creer. ¡Encima no era suya!- ¿Y le has dado de comer?


-¡Claro, un ratón vivo ayer por la noche!


-¡Un ratón!- gritó Paula palideciendo.- ¿Has metido ratones en el piso?


Pedro frunció los ojos- Sí.


De repente algo pasó por encima de los pies de Paula y miró hacia abajo. Un ratoncito blanco estaba al lado de sus pies y Paula gritó horrorizada. Empezó a dar saltitos y tirando el bate se dirigió hacia la puerta. Pedro levantó los brazos para detenerla pero Paula ni se daba cuenta de lo que hacía, empujándolo con fuerza y tirándolo al suelo. El la cogió por la cintura llevándola con él y gimió al caer, pero Paula sin dejar de chillar como una loca, lo hizo aún más fuerte cuando vio otro ratoncito blanco en el centro del salón. Se apoyó en sus hombros y se levantó, pisándolo en el estómago al salir mientras seguía gritando.


En su huida, cerró de un portazo volviendo a entrar en su piso y cerrando con llave. Temblando se quedó mirando la puerta y después miró a su alrededor. ¡Dios mío, ratones! ¡Ese idiota había dejado ratones sueltos por el piso! ¡Le mataría!


Intentaron abrir la puerta- Paula, abre- dijo Pedro divertido.


-¡Lárgate!


-Ya he atrapado a los ratones.


-¿A todos?- la inseguridad en su voz le hizo morderse el labio inferior.


Escuchó una risa al otro lado y furiosa abrió la puerta. Allí estaba Pedro intentando contener la risa- No tiene gracia.


-Tenías que haberte visto.


Deseó tener el bate en ese momento para estampárselo en la cabeza.- ¿Los tienes todos?- preguntó impaciente.


Se encogió de hombros- Creo que sí. No son muy listos y estaban a la vista.


-¡Serás idiota! ¡Los ratones son muy listos! ¡Se meten por cualquier parte!-Pedro levantó una ceja y volvió a mirarla de arriba abajo. Paula se escondió tras la puerta – ¡Revísalo otra vez!


-Paula, todo está bien.


En ese momento salió la rubia, que ya no estaba histérica, sino furiosa.- Pedro, cielo….- dijo con un ajustado vestido rosa chicle y unos tacones de vértigo.


-¿Si?- Pedro la miró indiferente y la rubia le metió un bofetón que le volvió la cara.


Paula hizo una mueca viendo como Pedro se volvía a mirar a la rubia.-Supongo que no te veré más.- respondió divertido. ¿Es que ese hombre no se tomaba nada en serio?


-¡No se te ocurra llamarme!- le gritó la rubia a la cara antes de ir hacia el ascensor.


Pedro se volvió hacia Paula que estaba con los ojos como platos y se encogió de hombros –Sobre lo de los ratones…


-¡Revísalo otra vez! ¡Y otra! ¡Te juro que como entre un ratón en mi casa, te mato!- gritó antes de cerrar de un portazo.


Dio un respingo y miró otra vez a su alrededor temblando por dentro. Entró en su habitación y decidió darse una ducha. No pasaría nada, pensó para sí mientras entraba bajo el chorro de agua. Eran ratoncitos. No era una rata. Las ratas eran distintas, eran listas y asquerosas. En su primer año de universidad para ahorrar, había alquilado un piso cochambroso en Chinatown. Al principio había estado a gusto. Incluso ignoraba el olor continuo a salsa agridulce, porque era la primera vez que vivía totalmente independiente y todo le parecía excitante. Hasta que un día se despertó en mitad de la noche y al abrir los ojos, vio sobre su pecho una rata asquerosa mirándola. Gritó sentándose sobre la cama y la rata huyó escondiéndose tras el armario. Tardó una semana en pegar ojo y sólo lo consiguió cuando un compañero de universidad consiguió atraparla. Después de un mes se mudó porque no podía quitárselo de la cabeza. 


Sabía que era irracional, que era un simple episodio que no debía haber tenido más consecuencias, pero había dejado que el pánico la dominara y ahora tenía una fobia en toda regla. Decía poco de lo buena psiquiatra que era. No podía ni curarse a sí misma.






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