domingo, 18 de octubre de 2015
EL DESAFIO: PROLOGO
Iglesia de Saint Mary, Londres
–No es demasiado tarde, Gabriel –dijo Pedro en voz baja. La iglesia estaba abarrotada por los invitados de su hermano, que charlaban entre susurros mientras esperaban a que la novia llegara–. Lo he comprobado antes. Hay una puerta por donde te puedes escapar…
–Calla, Pedro–dijeron al unísono sus hermanos, sentados a su lado. Gabriel, con los nervios típicos del novio, y Miguel, con su habitual laconismo.
–Silencio, Pedro–añadió su padre con una discreta advertencia desde el banco trasero.
Pedro sonrió sin el más mínimo gesto de arrepentimiento.
–El jet está listo en el aeropuerto, Gabriel, y en lugar de marcharte al Caribe de luna de miel, podrías fugarte.
–¿Puedes parar? –Gabriel se giró para mirarlo, estaba pálido y tenso mientras esperaba a que comenzara la música del órgano que anunciaría la llegada de su novia a la iglesia.
Valeria ya llegaba cinco minutos tarde, y cada minuto le había parecido una hora y había intensificado las arrugas de tensión en su rostro.
–¡Si no fuera por mí, Miguel y tú no habríais vivido ninguna aventura!
–Casarme con Valeria va a ser la mayor aventura de mi vida –le aseguró Gabriel con certeza.
Pedro era consciente de los muchos años que su hermano llevaba enamorado de Valeria, un amor que Gabriel había creído condenado a no ser correspondido hasta hacía un escaso mes.
–Es preciosa, eso tengo que admitirlo.
–Pedro, ¿puedes dejar de incomodarlo? –dijo secamente Miguel, el mayor de los tres, mientras Gabriel abría y cerraba los puños–. ¡Lo último que necesitamos para amenizar la velada es una pelea entre el novio y uno de los padrinos!
–Solo estaba… –Pedro se detuvo cuando su móvil sonó con fuerza en el relativo silencio de la iglesia.
–¡Te dije que apagaras esa condenada cosa antes de entrar en la iglesia! –le dijo furioso Gabriel, aunque claramente aliviado por tener algo concreto con lo que canalizar su tensión.
–Creía que lo había apagado –dijo Pedro sacándose el móvil del bolsillo para silenciarlo–. Pero en serio, Gabriel, aún estás a tiempo de escaparte por detrás sin que nadie se dé cuenta.
–¡Pedro Alfonso!
Pedro se estremeció sin comprender cómo era posible que su madre, con lo diminuta que era, aún lograra callarlos a todos, tan altos y pasando ya de los treinta, únicamente pronunciando su nombre completo con ese tono de voz especialmente reprobatorio. Al menos tuvo la suerte de ahorrarse tener que mirarla porque justo en ese momento el órgano comenzó a tocar la marcha nupcial que anunciaba la llegada de Valeria.
Pedro notó la vibración de su móvil contra su pecho anunciando otra llamada entrante que decidió ignorar para ver a Valeria recorrer el pasillo hasta el altar del brazo de su
padrastro.
–¡Oh, vaya, Gabriel, Valeria está absolutamente impresionante! –dijo con sinceridad.
Valeria era como una visión en satén y encaje blanco; el brillo de su sonrisa al mirar a Gabriel podría haber servido para iluminar la iglesia entera.
–Por supuesto –murmuró Gabriel con petulancia y una expresión de adoración al mirar a la mujer a la que amaba más que a su vida.
–¿Quién podría tener el mal gusto de llamarte por teléfono durante la boda de tu propio hermano? –le preguntó Miguel a Pedro con tono de desaprobación ya fuera de la iglesia, bajo el sol de verano, mientras observaba cómo fotografiaban a los novios. Tanto Gabriel como Valeria estaban exultantes de felicidad.
Pedro se estremeció al levantar la mirada después de consultar el buzón de voz.
–Solo un amigo advirtiéndome de que Monique se ha puesto en pie de guerra al enterarse de que no voy a volver a París después de la boda.
Los tres hermanos se turnaban la gestión de las Arcángel, las tres galerías de arte y subastas que poseían y que eran conocidas en el mundo entero. El lunes Miguel sustituiría a Pedro en la galería de París, Gabriel se quedaría en Londres al regreso de su luna de miel, y Pedro se marchaba a Nueva York al día siguiente para ocuparse de la galería que tenían allí.
–¿Y no podrías habérselo dicho antes de marcharte? –le gritó Miguel irritado.
Pedro se encogió de hombros.
–Creía que lo había hecho.
–Pues está claro que ella no recibió el mensaje –le contestó Miguel antes de girarse para mirar a Gabriel y a Valeria–. ¿Te puedes creer que nuestro hermano pequeño ahora sea un hombre casado?
Pedro esbozó una sonrisa cariñosa al mirar a la feliz pareja.
–¡Y está claro que está encantado!
Sin embargo, no es que Gabriel fuera tan «pequeño» en realidad; solo tenía dos años menos que Miguel, de treinta y cinco, y uno menos que Rafe, de treinta y cuatro.
Además de llevarse pocos años, los tres hermanos se parecían mucho: todos eran altos y de facciones duras, aunque muy guapos, con el pelo color ébano, los ojos marrones y la piel aceitunada, todo ello cortesía de su abuelo italiano.
Miguel era el hermano distante y austero, el que prefería llevar el pelo corto, y que tenía unos ojos de un marrón tan intenso que parecían negros y resultaban tan misteriosos como el hombre que se ocultaba tras ellos.
Gabriel era discreto, pero tremendamente decidido, con el pelo ondulado a la altura de las orejas y la nuca y los ojos de un marrón chocolate.
Por su parte, Pedro llevaba el pelo por los hombros y tenía los ojos tan claros que resplandecían con un brillo dorado.
Además, los que no lo conocían bien, lo consideraban el menos serio de los tres hermanos Alfonso. Los que sí lo conocían, eran completamente conscientes de que bajo esa fachada bromista y provocadora, Pedro era tan formal como sus hermanos.
Miguel enarcó las cejas con gesto burlón.
–¿He de suponer que Monique no era la mujer de tu vida, como tampoco lo ha sido ninguna de esa legión de mujeres con las que has tenido relación durante los últimos quince años?
Pedro le lanzó a su hermano una mirada de desdén.
–No estoy buscando a la mujer de mi vida, ¡muchas gracias!
Miguel sonrió ligeramente.
–¡Pues puede que uno de estos días ella te encuentre a ti!
–¡Ja! Puedo aceptar que Gabriel está extasiado de felicidad con Valeria, pero no me creo eso de «el amor de tu vida» cuando se trata de mí, igual que tú tampoco lo crees.
–No –le confirmó su hermano rotundamente–. Cuando llegue a París, no me veré invadido por llamadas y visitas de esa tal Monique suplicándome que le diga dónde estás y cómo puede ponerse en contacto contigo, ¿verdad?
–Espero que no –respondió Pedro con un suspiro–. Nos divertimos unas semanas, pero todo ha terminado.
Miguel sacudió la cabeza con gesto de irritación.
–Pues ella no parece haberse dado cuenta –lo miró con dureza–. Tal vez podrías volcar tus encantos en algo más útil cuando llegues a Nueva York. La hija de Damian Chaves irá a la galería el martes –le explicó ante la mirada inquisitiva de su hermano–. Supervisará personalmente la instalación de las vitrinas que ha diseñado para la exposición de joyas de su padre y se quedará mientras dure la exposición junto con el equipo de seguridad de Chaves.
Pedro abrió los ojos de par en par con incredulidad.
–¿Qué estás diciendo?
–Chaves quiere su propia seguridad y es comprensible –dijo su hermano encogiéndose de hombros–. Que su hija diseñara las vitrinas y que estuviera presente en la galería antes y durante la exposición fueron las otras condiciones para que accediera a exponer.
Pedro sabía tan bien como Miguel que para la galería Arcángel había sido un golpe maestro que el ermitaño multimillonario ruso hubiese accedido a que su exclusiva colección privada se expusiera.
–Confío en que durante las próximas semanas tengas contenta a su hija.
–¿Y qué significa eso exactamente? Chaves ronda los ochenta, ¿cuántos años tiene su hija?
–¿Acaso importa cuántos años tenga? No te estoy pidiendo que te acuestes con ella, solo que vuelques en ella parte de ese encanto letal propio de Pedro Alfonso –le dijo su hermano con tono burlón antes de darle una palmadita en la espalda e ir a reunirse con sus padres.
Pedro resopló, nada contento de tener que desplegar sus encantos con la hija de mediana edad de un ermitaño multimillonario ruso.
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